Talentos y holgazanes junto al Malecón de Don Adolfo


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SAVONAROLA

Porque el reino de los cielos es, amadísimos hermanos, como un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, a otro dos, y al tercero uno. A cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos.

Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco. Asimismo, el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno, fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.

Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros tantos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.

Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.

Pero llegando también el que había recibido uno solo, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo.

Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.

Mas, hete aquí, queridísimos míos, que la Biblia es el gran guión del universo. Relata la lucha eterna entre el Bien, encarnado en el Padre y su Santísima Trinidad, y el Mal promovido por la legión de satanases y satanasas entregados a la molicie. Y, aunque ficción, las ascuas las arrima invariablemente del lado del infierno para avivar el suplicio de quienes yacen acullá en penitencia por sus pecados.

La parábola que he venido en traeros hoy, trata de la negligencia en el ejercicio de las actividades encomendadas.

A este anciano y ajado fraile que os habla, le gusta pensar en el movimiento de los electrones, de los átomos y de todos los elementos de la Creación. Los observo e imagino que el orbe no es sino un cuerpo único compuesto por todo aquello que incluye, y en el que cada una de esas partes, por muy insignificante que pudiera parecer, tiene asignada una función que ha de cumplir puntualmente para que el ser que compone funcione debidamente.

Así también la sociedad, mis queridos hermanos en Cristo. Desde que los hombres decidieron organizarse y distribuyeron entre ellos todos los menesteres imprescindibles para la supervivencia y el progreso del grupo, las consecuencias de cualquier incumplimiento por alguno de sus miembros, redundaba indefectiblemente en detrimento de toda la tribu, y sus iguales, como el Dios Padre, lo arrojaban lejos, a las tinieblas de afuera, donde el lloro y el crujir de dientes se hace eterno.

En tanto, miro alrededor y observo cómo negligentes y perezosos alcanzan puestos, que no talentos, empero no saben defendellos con la diligencia que dellos se aguarda.

Después me pregunto qué haría el Altísimo en ver que alguno de sus siervos dilapida la riqueza de todos en su propio beneficio, sembrando en vagos y gandules a cambio de un puñado de votos.

Pienso en el mal gobernante que emplea a familiares o amigos sin importarle el mérito para ocupar el cargo, sino sólo la lealtad, cargando sobre la espalda de todos el mantenimiento y todo el mal que inflige el que no está capacitado para desempeñar aquello que se le encarga.

Muchos de vosotros me hays visto pasear por el Malecón de Don Adolfo. Y aún lo hago, aunque mis ojos no pueden evitar agora destilar agora el licor salado de la tristeza.

Mi vista se nubla al contemplar la porquería que embadurna la Villa nacida del Mar. El abandono que turba sus plazas y recovecos me abruma.

Supe de la ruina extrema y dura en que la desidia de astrosos gobernantes sumió al laborioso y bello pueblo de la Garrucha 161 años después de su orto y fundación.

Empero, cuando creí haber llegado al cénit de desconsuelo, conocí que su holgazanería y falta de empatía de los munícipes mantuvo en riesgo cierto a los hijos del pueblo, sobre un río bravo horadando la Tierra bajo sus pies.

Sin embargo, ¿arrojará el dios ciudadano a las tinieblas de afuera a este hatajo de holgazanes? ¿los someterá al oprobio de su castigo infinito? Me temo que no, hijos míos. Me duele saber que volverá a premiarles, porque ni todas las películas y novelas acaban siempre bien. Y la cruda realidad, mucho menos. En tanto, vale.