PGOU: El triste caso de Mojácar


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CLEMENTE FLORES

Este relato está dedicado a las entidades públicas, autoridades, técnicos y promotores que han colaborado en la reciente redacción y aprobación del P.G.O.U. de Mojácar

El día 8 de mayo he celebrado mis ochenta años, y mi familia me ha organizado una fiesta sorpresa en la que me ha regalado uno de los días más felices de mi vida al gozar de la presencia y las muestras de afecto de personas con las que me he relacionado a lo largo de mi vida desde que era niño. Aparte de la evocación de muchos recuerdos entrañables, fui obsequiado con algunos presentes que se iban apilando en una mesa. Entre otras cosas, al día siguiente me encontré con diez o doce libros de uno de los cuales voy a tratar. Se ha editado por primera vez el pasado mes de abril y se titula “España Fea. El caos urbano el mayor fracaso de la democracia”, y su autor es Andrés Rubio, que es un periodista que estuvo al frente de la sección de Cultura del periódico El País.

En el libro, Andrés Rubio se pregunta cosas como por qué La Constitución no recoge la palabra “paisaje”, o por qué no existe en España un Conservatorio del Litoral como el francés. El libro es un estudio de lo que considera las barbaridades cometidas sobre el patrimonio español desde el final de la dictadura de Franco hasta la actualidad. En la página 314 hay un epígrafe dedicado a Mojácar titulado: ”El triste caso de Mojácar”.

Comienza la referencia recordando una exposición organizada por el Museo de Arte Moderno (MoMA) de nueva York, con el título Arquitectura sin arquitectos, una breve introducción a la arquitectura sin pedigrí, comisariada, ya en los años sesenta, por el arquitecto austriaco Bernard Rudofsky. El catálogo está accesible en la web del MoMA, y, además, está traducido y publicado en 2020 en España por la editorial Pepitas de Calabaza. Y, como ejemplo de pueblo ideal, porque se une a la tierra y modela sensualmente una colina, señala a Mojácar, en Almería. Uno de los pueblos más espectaculares “hasta que el turismo le pasó factura. Dijo que las casas mostradas en la fotografía fueron demolidas, o lo están siendo, para hacer espacio a aparcamientos, hoteles, bloques de apartamentos y villas proyectadas en un estilo falsamente vernáculo”.

Son los años sesenta y Bernard Rudofsky está ya alertando de las amenazas que se ciernen sobre la arquitectura popular mojaquera. El caso de Mojácar resulta paradigmático. Una década después, Luis Martínez-Feduchi incide en lo que anunciaba Rudofsky. “Gran parte del conjunto urbano es de construcción reciente, pero la antigua estructura se mantiene: calles muy pendientes y tortuosas, flanqueadas por sencillas viviendas de volúmenes cúbicos encaladas”.

No obstante, descorazona pensar en lo que se ha convertido hoy el vibrante caserío de Mojácar que aparece en la fotografía del catálogo de la exposición de Rudofsky. Mojácar aparece imponente en esa imagen antigua del catálogo, al igual que en la icónica fotografía de los años treinta de José Ortiz-Echagüe. Un enclave que conjuga las resonancias africanas con la simplicidad, la armonía, y lo que el filósofo francés Maurice Merleau- Ponty definía como espacialidad antropológica conectada con el mito. Una síntesis constructiva de gran valor estético y espiritual, tan arraigado el pueblo a la montaña que el espacio duda de cuál es cuál.

“Pero hoy Mojácar ha sucumbido a las construcciones falsas, en las que han desaparecido la congruencia, la riqueza compositiva y el sentido de lo auténtico, lo que plantea una compleja cuestión sobre su identidad. Si esto pasó en uno de los enclaves emblemáticos; si nadie supo articular un equipo de profesionales consciente de la naturaleza orquestal de los procesos de conservación que actuara con paciencia y coherencia en la actualización de fachadas, las cubiertas y los interiores; si la memoria, el tejido urbano, con toda su conflictividad, especialmente la derivada de la escasez y la pobreza, fue arrasada, todo ello sirve para ver el reflejo de España en un espejo de profundo y desasosegante subdesarrollo político y cultural”.

Como copista, en este caso se me ocurre decir a los responsables del PGOU a los que dedico este artículo la siguiente coletilla: “Nadie puede saber quién es, si no sabe de donde viene”.