¡Las vacas de Bayárcal no se habían escapao…


..

PASEO ABAJO/ Juan Torrijos

…Que a dos ellas las ha escondido el alcalde! Se asegura por el pueblo que las dos más guapas, las dos más orondas, las ha trasladado el alcalde a un nuevo establo fuera de su pueblo. Lo que no se nos ha comentado por ahora es si las dos vacas elegidas por el alcalde, el bueno de Jacinto, son del mismo sexo, o el hombre ha elegido una parejita para que con el tiempo se entretenga con una pequeña ganadería de la que disfrutar en su vejez.

Dice el bueno de Jacinto, alcalde de Bayárcal él, que se ha equivocao.

Pobre Jacinto, lo estamos condenando por una equivocación, por un error que debía ser perdonable. Él no se quería llevar a las vacas a ningún establo fuera del pueblo ¿a qué no, Jacinto?

La historia es más o menos así. Jacinto fue a darse un paseo, como hace cada día para mantenerse fuerte, y de paso visitar a un colega de partido que está al cargo de un establo de la Junta en una localidad cercana.

La sorpresa del bueno de Jacinto es que cuando llegó a las inmediaciones del establo de la Junta vio que detrás de él, con caras de buenas vacas, la seguían las dos más hermosas de las que había en el corral de su pueblo y que iban a ser subastadas un día de estos.

Qué ilusión sintió el hombre ante aquel amor vacuno que le ofrecían las que hasta ahora habían estado encerradas en la localidad de donde es alcalde y que no querían alejarse de él ni de su partido. Las vacas estaban dispuestas a votar Psoe en las municipales.

Notó que su amor por aquellos animales aumentó dentro de su corazón, que nunca más podría abandonarlas, que no podía permitir que se subastaran y cayeran en una manos que solo se iban a aprovechar de ellas, de su leche, de su carne y de sus retoños cuando los tuvieran.

Él las salvaría. Él las haría vacas libres y con derechos. Con sueldos durante los días de baja, con días moscosos y todas las prebendas que no les habían dado por cuestión de género, esos señoritos de campo que se habían convertido en logreros para las vacas.

Su ideología no le permitía que se abusara de las pobres vacas, que se las usara solo para que unos ganaderos que se habían manifestado contra el gobierno, que se habían convertido en gente de derechas, cuando no de extrema, hicieran dinero con el sufrimiento de las que ya sentía como sus adoradas vacas.

Solo hay que mirar sus caras, ver sus tristes ojos, se decía el bueno de Jacinto, para convertirse en salvador de sus penas. Y ahí lo tienen. No podía salvar a todas las vacas, pero por lo menos dos, aquellas que le habían seguido hasta su nuevo establo, serían vacas libres, vacas donde la sonrisa apareciera en sus ojos, vacas con derechos, con la misma libertad que el toro a la hora de hacer el amor y con derecho a abortar cuando a ella, la vaca, le pareciera oportuno.

A Jacinto lo queremos condenar, cuando el hombre lo único que quería es hacer libres a las vacas, llevarlas a un nuevo tiempo donde las viéramos como a alguien con todos sus derechos.

Jacinto se ha convertido en el mejor amigo de esas dos vacas a las que ha cambiado de establo y de pueblo. Y nosotros, que somos unos malotes, como diría mi querido Nicasio, queremos condenarlo. ¡Pobre Jacinto!