El lenguaje sobre el tiempo


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AMANDO DE MIGUEL

Me apresuro a declarar que estamos ante una palabra con varios sentidos, fundamentalmente, dos bien distintos. Hay un tiempo cronológico, el que miden relojes y calendarios. Hay, también, un tiempo atmosférico, el que establecen los meteoros: lluvia, nieve, viento, temperatura, presión atmosférica, etc. Es curioso que la voz tiempo abrace dos realidades tan, aparentemente, alejadas entre sí. La intuición de los hablantes es que los meteoros (literalmente, lo que baja desde el cielo) suceden de manera cíclica o periódica, se amoldan a determinadas fechas del año. El tiempo cronológico es en el que se está (se estaba o se estará). El tiempo atmosférico es el que hace. Cuando se percibe un tiempo malo, se dice tempestad o temporal. Llamamos barómetros a las encuestas sobre los estados de opinión pública, referidos a unas fechas y a los aparatos para medir la presión atmosférica.

La confluencia de los dos sentidos del tiempo aparece en el sustantivo sereno, que era el vigilante nocturno en las calles de las ciudades españolas. Se llamaba, así, porque el hombre acostumbraba a vocear la hora correspondiente de la noche. Añadía una palabra sobre el meteoro correspondiente. Lo más deseado era que gritara, por ejemplo, “las doce y sereno”, esto es, que no llovía, que no había borrasca.

Así, como se juzgan los meteoros de buenos o malos, según facilitaran o impidieran una u otra actividad, es frecuente la creencia, para un adulto o un viejo, que la época infantil o juvenil fue la más placentera. De forma rotunda, lo escribió Jorge Manrique en el declinar de la Edad Media: “Como, a nuestro parescer, cualquiere tiempo passado fue mejor” (respétese la forma arcaica).

El tiempo cronológico comprende tres estadios; pasado, presente y futuro, los tres tiempos, de los verbos. Cohabitan en la mente del sujeto, sea como recuerdo, observación actual o expectativa. El transcurso del tiempo es incesante. Dijo Virgilio que “el tiempo se nos escapa”, pero, siempre, en una dirección: hacia adelante. El futuro se experimenta con la imaginación o el deseo. La persistencia de un futuro imaginado es una característica exclusiva de la inteligencia humana. El pasado persiste en el recuerdo, pero, no se puede retroceder para vivirlo otra vez.

La utilización del calendario o el reloj nos muestra que el tiempo cronológico se divide y subdivide en sucesivas fracciones o unidades. Son intervalos iguales que aproximan a la idea de la duración. Esos lapsos o trozos del tiempo dan idea de su verdadera y misteriosa entidad. La voz griega temno es el presente de un verbo que significa cortar, dividir un objeto en sucesivas porciones. En muchas lenguas europeas, la palabra tiempo (cronológico) empieza con esa te del origen griego o la manifiesta en otra posición.

Puesto que, el tiempo cronológico es una sucesión de intervalos regulares, la cuestión está en medirlos bien. El reloj es un instrumento mecánico que se adelantó, en la Europa medieval, a la aparición de otros artefactos. Empezaba a parecer que las tareas del día y de la noche tuvieran su hora precisa.

La convención de dividir el día (con la noche correspondiente) en 24 horas procede del antiguo Egipto y de Babilonia; hoy, es universal. Nótese que 24 es un número divisible por dos hasta tres veces con un resultado entero.

A pesar de la generalización de la hora, en el lenguaje coloquial, manejamos unidades de tiempo harto imprecisas. Por ejemplo, la expresión tan repetida de “a corto (medio o largo) plazo”. No se sabe dónde se establecen los cortes de ese continuo. Igualmente, impreciso es el “más pronto que tarde” o “el día de mañana”. No es lo mismo un lapso “bisemanal” (dos veces por semana) que otro “quincenal” (una vez cada dos semanas). La imprecisión es, todavía, mayor en estas expresiones coloquiales: “un rato”, “un momentito”, “un segundín” o el “ahorita” mexicano.

Hay algunas variaciones culturales interesantes. Por ejemplo, en la cultura de habla inglesa es muy frecuente la unidad “semana” para referirse a la duración aproximada de determinados sucesos. En cambio, en España esa unidad resulta difícil de manejar, y se prefieren los “días” o los “meses”. Mi amigo Gonzalo González Carrascal me señala que la diferencia se explica por la tradición inglesa o estadounidense de cobrar el salario por semanas. En cambio, en España, un sueldo modesto es el que encuentra dificultades “para llegar a final de mes”.

El tiempo futuro resulta harto impreciso; no basta con utilizar la forma verbal correspondiente. Por ejemplo, un reciente eslogan del Partido Popular, en estado de renovación de su liderazgo, lo dice así: “Lo haremos bien”. No se sabe si es un deseo, una promesa o una predicción.

Rectificación. Mi amigo José Enrique Rodríguez Ibáñez me señala la incorrección de la palabra rebecerico, con la que me llamaba, cariñosamente, mi abuelo Amando. Debe ser revecerico. Es un castellanismo muy poco utilizado, en el sentido de ayudante del pastor. De ahí, mi confusión. Yo, siempre, lo había imaginado con be alta.

Mi amigo Santiago Trancón me señala que, en otro artículo, el uso que hago del neologismo irónico ecoretroprogresista no es correcto. Debería haber dicho ecorretroprogresista.

Gracias sean dadas a mis correctores; por eso, tan buenos lectores.