Aquella Semana Santa en que el Nazareno desfiló por primera vez en Cuevas

El cronista oficial de la ciudad rescata la crónica de un periódico madrileño sobre la celebración en 1846 de la Pascua de la muerte y resurrección en la localidad del Levante almeriense


El Nazareno en la procesión del Viernes Santo de 1925 / José Ballestrín-Fernández Corredor. Col. Isabel Carrillo Asensio.


ENRIQUE FERNÁNDEZ BOLEA* / ALMERÍA HOY / 13·04·2022

La imagen más venerada por los cuevanos continúa hoy envuelta en un enigmático halo que aliña de atractivo sus indiscutibles valores artísticos.

Algunas de las incógnitas referentes a la imagen de Nuestro padre Jesús comienzan a despejarse. Hasta no hace mucho se dudaba sobre las circunstancias que rodearon su llegada a Cuevas, sobre quién o quiénes habían sido los responsables de esta traída, en dónde se adquirió o cuándo los vecinos la contemplaron por primera vez en carrera procesional.

Una crónica publicada en el periódico madrileño “La Esperanza” el 24 de abril de 1846 ofrece una fiel aproximación a la que debió ser, quizás, la primera Semana Santa organizada con fastuosidad y esplendor en Cuevas, consecuencia indudable de esa riqueza que había llegado desde las entrañas de Almagrera hasta los bolsillos de una legión de afortunados que ahora lo agradecían a los Cielos sin reparar en gastos.

Contaba que la hermosa imagen del Nazareno había sido adquirida por el accionista de minas Miguel Soler Bolea entre los bienes procedentes de algún convento desamortizado a partir de 1836, se convirtió en objeto de admiración y de veneración. La noticia dice así:

“Grande ha sido el aparato con que se han celebrado en esta Semana Santa los misterios de nuestra redención. Después de una solemne novena a nuestra Señora de los Dolores, costeada por la generosa piedad de los fieles, el Jueves Santo se hicieron los oficios con toda la solemnidad posible, contribuyendo a su realce los brillantes adornos con que la generosa piedad de algunos mineros ha enriquecido su iglesia e imágenes.

En efecto: ya en 1841, don Manuel Soler Flores hizo construir un elegante monumento, ofrecido junto al lecho de dolor de su anciano padre, que se vio en las puertas del sepulcro. En él se veía colocada una riquísima urna de plata que el presbítero don León Fernández, capellán de la Real Armada en el Departamento de Cartagena, legara a esta parroquia en 1796, para que perpetuamente se encerrase en ella el día de Jueves Santo a Jesús Sacramentado. Esta preciosa alhaja, salvada con mil dificultades de la rapacidad revolucionaria, la compró en Lima en una de sus expediciones. En los oficios del jueves, el celebrante y sus ministros estrenaron un lujosísimo tercio, que el Ldo. D. José Sánchez Puerta, digno párroco de esta, que con generoso desprendimiento ha contribuido tanto a renovar esta iglesia, ha traído de París. Por la tarde, la procesión fue lucidísima. Cuantos a ella asistían, vestían de nazarenos de Jesús, María y San Juan, produciendo así el mejor efecto y la mayor uniformidad; pero lo que en ella más sobresalía eran la imagen de Jesús Nazareno, recientemente traída de Barcelona, y la túnica que vestía, como igualmente el manto de Nuestra Señora, costeados aquéllos –imagen y túnica- por don Miguel Soler y Bolea, y éste por los presbíteros don Francisco y don Antonio Márquez [Mula], con sus cinco hermanos. Todo es del mejor gusto y de gran coste, pues sólo el bordado de la túnica [del Nazareno] ha importado mil duros [20.000 reales]; y aunque ignoro el valor del manto [de la Virgen de los Dolores], baste decir que han sido dos años y medio para bordarlo. Este bordado, sobre ser de realce, está adornado de muchas perlas y de otras varias piedras preciosas.

La procesión del Entierro se verificó igualmente el viernes con el respeto que inspira tan fúnebre ceremonia. El actual alcalde don Diego Abellán Flores, siguiendo la piadosa costumbre de sus antepasados, adornó el lecho con el mejor gusto, y para el año próximo dicen que se dispone a hacer traer otro de Barcelona; y aun parece ha hecho escribir ya a los señores que han bordado el manto para que borden una cubierta que no desdiga de las dos ricas prendas arriba indicadas. Las señoras que han elaborado tan primoroso bordado en el manto son doña Antonia Sancho y doña Josefa Antonia Castillo, madre e hija, quienes pueden vanagloriarse de que su obra ha llamado la atención, no sólo de las gentes de gusto de Orihuela, Murcia y demás pueblos circunvecinos, sino que desde el mismo Valencia han venido algunos artistas a admirarlo. Siento en extremo ignorar en este momento el nombre de la otra señora que tanto se ha distinguido en el bordado de la túnica, mas me apresuraré a comunicarlo en otra ocasión.

Otra fiesta se celebra en esta villa, que se ha verificado también con la mayor pompa. Hay aquí una hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, a cuya cabeza se encuentran los carreteros del pueblo. Magníficos fuegos de artificio anunciaron la noche del domingo la festividad del siguiente día […].

Hay otra circunstancia que ha contribuido a hacer más memorable en este pueblo la Semana Mayor de 1846. Ha sido el bautizo de un negro traído a don Manuel Soler Flores por uno de los patrones de sus barcos. Originario del África, este nuevo creyente, natural de Loango, a las márgenes del Lucalá, en la Guinea meridional, fue traído a Cádiz por un marino que lo compró a un tío suyo. Este marino lo regaló al patrón de una goleta de don Manuel Soler, el cual lo presentó como un obsequio a su principal. En su país natal llevaba el nombre de Manuel José León María de la Encarnación, que son los dos de sus padrinos, sus nuevos amos [Manuel y su mujer, María de la Encarnación Albarracín Pérez]. Un gentío inmenso llenaba el ámbito espacioso del templo la mañana del Sábado Santo. Después de las preces, el clero en cuerpo entra en el baptisterio. El joven neófito se presenta enseguida acompañado de sus padrinos; y el respetable párroco procede en el acto a la tierna e imponente ceremonia que, a más de un mérito religioso, ha tenido para estos habitantes el de la novedad. La alegría del pueblo que presenciaba el acto salía a los semblantes de todos; allí no había más que votos por el recién bautizado, por este miembro de la iglesia de Jesucristo”.

De modo que, en la misma primavera, la misma semana mayor, en que la imagen de Jesús Nazareno, procedente de Barcelona, desfiló por las calles de la villa minera de Cuevas luciendo su flamante túnica de 20.000 reales, el joven negro con que obsequiaron a don Manuel recibió las aguas en la pila de mármol blanco de Macael que se había inaugurado, como tantas otras mejoras y ornatos de la iglesia parroquial, el año precedente. El bautismo del africano culminó aquella Semana Santa de 1846 que, por tanta novedad, por tanto acontecimiento inusual y hasta inesperado fue objeto de interés y memoria.

*Enrique Fernández Bolea es cronista oficial de la Ciudad de Cuevas del Almanzora.