¡Que les den pasteles!


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SAVONAROLA

ENTRADILLA A veces pienso en el tiempo, mis queridos hermanos, como si fuera un círculo más vicioso que perfecto. O, tal vez, una morcilla, metáfora poco sutil, admito, del porvenir más negro.

Mi carísimos hijos, no sé por qué me vienen a la memoria sucesos y personajes de otras épocas. Parece que resucitan durante unos minutos, acaso alguna hora, evocados por algún estímulo actual que, a simple vista, carece de cualquier atisbo de conexión.

Hoy se me ha aparecido la decimoquinta hija del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Francisco I, gran duque también de la Toscana, y de su esposa, Teresa I, la archiduquesa de Austria, reina de Hungría y de Bohemia.

Sí, amados míos, os hablo de María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, conocida por la posteridad como María Antonieta.

Como en los cuentos, la princesa se casó en 1770 –apenas contaba con 14 años- con el entonces delfín y después rey Luis XVI. Dicen que para calmar el enfrentamiento entre las dinastías secularmente enfrentadas de Francia y Austria.

En París, la corte la detestaba. La llamaban ‘l’autre-chienne’, un juego de palabras que igual podía significar ‘autrichienne’ –austriaca- que ‘autrie chienne” -otra perra-. Y, ya puesta, también se ganó la antipatía del pueblo, que la acusaba de derrochadora, presumida, frívola y de influir en su marido en pro de los intereses austriacos. Así, los más humildes la llamaban “Madame Déficit” y “loba austriaca”.

En cualquier caso, no duró mucho. Murió joven. Apenas contaba con 38 años cuando fue decapitada con el artilugio inventado por Monsieur Guillotin. Eso ocurrió el 16 de octubre de 1792.

Pero antes ocurrió un asunto que paso a contaros, dilectísimos discípulos, sin más dilación y con harta mayor brevedad que Alejandro Dumas. Corría el año de 1785. Un joyero de apellido Bohmer, reclamó a la reina 1,5 millones de francos por un collar de diamantes encargado en nombre de la soberana por el cardenal de Rohan.

María Antonieta no se hizo responsable. Insistió en que se arrestara al prelado, a quien acusaba de insultarla al achacarle la compra de la joya, tal vez con el fin de indisponerla con el pueblo. La investigación desarrollada por el Parlamento exculpó tanto al cardenal como a la reina, determinando la autoría de los hechos a un par de aventureros. Sin embargo, el caso supuso una fuerte escalada en la impopularidad de ‘l’autre-chienne’.

Tanto fue el odio hacia la reina que germinó en el pueblo francés, que llegaron a circular numerosas historias falsas atribuidas a su persona. No me resistiré a referiros una de ellas; tal vez la más conocida, pero os advierto que más falsa que el Iscariote.

Se trata de una frase que suele atribuirse a María Antonieta. La contó por primera vez Rousseau. Aunque el pensador no la citó por su nombre, todos entendieron que la protagonista era la reina.

El filósofo escribió en su autobiografía “finalmente recordé lo peor de una gran princesa a quien se le dijo que los campesinos no tenían pan, y respondió: Que coman pasteles”.

Posiblemente, hijos dilectos míos, la gobernante de antaño me recuerde al Pedro Sánchez de hogaño. Si acaso algo diferencia a entrambos es que, en el de ahora, la fama es igual de nefasta, aunque mucho más merecida.

Mas algo es preciso reconocer cual mérito, porque nunca antes hubo tanto consenso entre los ciudadanos de España ni tantos sectores distintos y, en muchos casos opuestos, pero de acuerdo en culpar al Gobierno, si no de tanto malo como está pasando, sí de no saber o querer arreglarlo.

Los agricultores llevan años reclamando una distribución racional del agua de la nación. Algo tan lógico como hacerla llegar a lugares donde se pueda convertir en vino, naranjas, alcachofas o tomates. Donde pueda generar riqueza.

Pero la plaga más reciente une sus reivindicaciones con las de otros sectores. Tiene que ver con la subida descontrolada de precios. Algunas, como las de los fertilizantes, energía eléctrica o combustibles, llegan tan alto que están a punto de tocar el cielo, por más que estén convirtiendo muchas vidas en un infierno.

Quizás por eso, queridos discípulos, se está poniendo la cosa tan caliente. Los arrieros del siglo XXI, que hoy son los hombres del transporte, van camino de dos semanas parados y parando la actividad del campo y la industria, que no pueden llevar sus productos a ningún mercado, con o sin el prefijo ‘super’.

Agricultores, ganaderos y cazadores invadieron de forma pacífica y contenida las principales arterias de Madrid. Dicen que más de medio millón. Pero no rompieron nada. Como dijera Machado, son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan.

Los pescadores amarraron la flota. Al precio del gasoil, salir a faenar es perder dinero, dicen. Ni multiplicando los peces les sale a cuenta.

Con el tiempo se han unido taxistas, lecheros… Cada día un nuevo gremio. Bueno, los funcionarios, no. Tienen el salario asegurado.

Empero, ¿qué hace el Gobierno mientras tanto? Ganar más dinero que nunca. A medida que suben los precios, mayor es la recaudación. Los ingresos del Estado se incrementan a la misma velocidad que se encarece el recibo de la luz o la factura del gasoil.

Dicen los que mandan que ese montón de millones de euros que les están llegando de manera inopinada, servirá para mejorar lo público. Por eso lo invierten, hijos míos, en arreglar la finca donde veranea el presidente –total, 350.000 euros de nada- o en propaganda para una supuesta ‘igualdad’ -20.319 millones de nada-. Para los demás no hay tanto. Al lado de esas cifras, nada. ¡Que les den pasteles!

Por eso, como también escribiera don Antonio, tal parece que sufrimos un gobierno de mariantonietas que miran, callan y piensan que saben porque no beben el vino de las tabernas, son mala gente que camina y va apestando la tierra.

Vale.