Discutir, que algo queda


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AMANDO DE MIGUEL

Un idioma, aunque sea el propio, no se domina del todo hasta que no se familiariza uno con el juego de la polisemia. Se trata, simplemente, del múltiple significado de algunas palabras, incluso, las más corrientes. Ahí, reside la dificultad, pero, también, el misterio y la gracia de una lengua.

La profusión de sentidos que puede tener una voz no se deduce, solo, del principio de economía léxica (ahorrar palabras). Cuesta mucho la satisfacción de hablar o escribir, desplegando la inteligencia. Esa es la parte lúdica de las conversaciones o la exposición a los textos.

Los varios sentidos de algunos términos constituyen la base de la metáfora y otras figuras retóricas. Las practicamos, asiduamente, en las conversaciones o escritos corrientes, cuando recurrimos a los significados alegóricos o figurados. Sin ir más lejos, la lengua, como órgano corporal y como sistema de sonidos para comunicarse, es, ya, una metáfora aceptada. Otros podrían decir que se trata de una metonimia (una cosa por la otra) o una sinécdoque (una parte por el todo); vamos, retórica pura.

Descendamos a un ejemplo nimio, rebosante de matices. Sea la acción de discutir, tan propia de la conducta humana. En castellano, acoge dos significados algo distintos: (A) Intercambiar ideas, opiniones, sentimientos, que buscan un acuerdo, un entendimiento. (B) Oponerse al otro, poner en tela de juicio lo que se dice, tirarse los trastos a la cabeza; en definitiva, reñir con él. Recuerdo el viejo lema militar: “las órdenes no se discuten, se cumplen”. Anótese el dicho de “enzarzarse en una discusión”. Eso de enzarzarse (meterse entre las zarzas) es otra metáfora para indicar algo desagradable.

El origen de discutir está en el discutere latino; literalmente, sacudir, agitar, remover. Por extensión, se trata de poner en movimiento la mente para examinar las distintas ideas, con el resultado de A o de B. Se traduce en esta máxima: “de la discusión sale la luz”, aunque, también, puede derivarse el conflicto. Ese doble proceso es el que influye, ahora, en el castellano corriente.

Retengamos que el sufijo dis (latino y griego) significa algo malo, trastornado. Es afín a muchas voces de carácter negativo o conflictivo: discordia, debate, discrepancia, disculpa, disminución, discriminación, disgusto, disparate.

En conclusión, la preferencia castiza por la modalidad B de la palabra discutir ha sido consonante con la tradición del enfrentamiento secular entre las dos Españas, y eso sin llegar al extremo de las guerras civiles. En la vida corriente, sin hacer esparajismos, las relaciones interpersonales entre los españoles suelen ser algo tensas. Anotemos el dicho popular: “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”. El conflicto mínimo entre dos personas es “retirar el saludo, no hablarse” entre los que gustaban de conversar. La simple operación de hablar puede ser tanto como murmurar. El hecho de no hablarse con alguna persona cercana equivale a estar enemistados con ella. En el castellano tradicional, hablarse equivalía, también, a entablar un noviazgo. Claro, que “va a haber más que palabras” en una relación es tanto como amenazar.

La cuestión está en que, por influencia del inglés, la tendencia actual es la de preferir el sentido A de discutir a la variante B, que era la tradicional. Es decir, los españoles empezamos a valorar más la discusión como algo pacífico, constructivo. Nos olvidamos un poco de ese término como equivalente a una riña. Puede que ese sea un positivo influjo del ambiente democrático. De modo más prosaico, el crédito habrá que dárselo a la exposición a las películas traducidas del inglés.