La magia de las mascarillas y otros tapujos


..

AMANDO DE MIGUEL

El relativo éxito de la lucha contra la pandemia del virus chino se ha visualizado en el uso general de las mascarillas. De repente, se han convertido en un adminículo universal. Solo, el Papa, los futbolistas y los “negacionistas”, entre otras minorías, se resisten a la nueva prenda. Llama la atención la naturalidad con que se ha extendido en todas partes el fastidioso hábito. La consecuencia es que, agotadas las sucesivas variantes del dichoso virus, la mascarilla se adoptará como un hábito consuetudinario. Los niños considerarán que se trata de un símbolo de estatus de los adultos, de las personas acomodadas. En la sociedad tradicional, sucedió algo parecido con los zapatos, con algunas ropas tenidas por expresión de bienestar. Recuérdese el “caballero del verde gabán” del Quijote.

Ahora, se comprende una imagen que, a los occidentales, nos parecía exótica. Hace, ya, un tiempo, muchos chinos y japoneses de sus grandes ciudades utilizaban la mascarilla de cutio. En realidad, se trataba de una inteligente medida higiénica, como precaución para un ambiente contaminado. Por eso mismo, acabará por imponerse en el mundo occidental, como lo fuera, en su día, el jabón o el cepillo de dientes.

Hay distintas variaciones en esa operación de cubrirse, ocasionalmente, el rostro con estudiados tapujos. Las vistosas “máscaras” existen en muchas culturas. En la nuestra, es el complemento necesario de los disfraces de Carnaval (= rechazo de la carne en los dos sentidos, la entrada de la Cuaresma); hoy, una fiesta secularizada. La voz “máscara” procede del toscano maschera (= objeto visible). Acompaña a la reflexión tradicional sobre “el gran teatro del mundo” (Calderón de la Barca). La idea la recogió Mariano José de Larra en un famoso artículo: ”En el mundo todo es máscaras; todo el año es carnaval”.

“Tapar la boca” no es, solo, un gesto de abrigo, de protección o de fingimiento. La “mordaza” proviene del latín vulgar mordacia, derivado de mordax (= punzante, satírico). Se utilizaba, preferentemente, para los animales. Pero, también, era una alegoría para la operación de censurar la opinión de los ciudadanos levantiscos, inconformistas.

Todavía, más despectivo es el “bozal”, la mordaza para los perros y otros animales domésticos, con el plausible fin de evitar mordeduras. Proviene de bozo (= boca). El “embozo” es lo que tapa la boca con ánimo protector. De forma figurada, se podría imaginar que, a los escritores o a los oponentes políticos, los Gobiernos autoritarios les ponen una mordaza imaginaria para que no se extralimiten en sus críticas. No es menor mordaza simbólica la conducta simbólica del Gobierno español, resistente a informar lo suficiente a la población sobre las estadísticas de la pandemia durante los días festivos. La mejor expresión visual de tales símbolos es la mascarilla. Es lástima que, con ella puesta, los que andamos un poco tenientes, no percibamos bien el discurso del interlocutor. Además, ocultos los gestos de la boca, las expresiones verbales pierden algo de fuerza. Habrá que sacrificarse por el progreso.

Resulta curioso que, siendo la mascarilla obligatoria en tiempos de pandemia, su coste, en España, no se incluya en la lista de productos sanitarios a cargo del presupuesto estatal. Pasa algo parecido con los artefactos para hacerse la prueba del contagio del maldito virus. No se entiende bien que, por contraste, las vacunas o los medicamentos se dispensen de forma gratuita.