La confusión de algunas palabras


..

AMANDO DE MIGUEL

Fuera de los diccionarios, en nuestra mente, las palabras no se agrupan por orden alfabético, sino por relaciones de afinidad o parentesco. Cuando esas cadenas se rompen, olvidamos las voces correspondientes, aunque sea de momento. Una forma de recordarlas es clasificarlas, mentalmente, según una burda escala: la que va desde el polo “bueno” (lo deseable, lo positivo) al “malo” (lo despectivo o rechazable).

Para entender el sentido de algunas palabras, lo mejor es contemplar distintas parejas de ellas, unidas por una invisible conexión de afinidad. Veamos ciertas parejas características. La primera es esencial para distinguir el mundo público de las interacciones privadas: mentir y engañar. “Mentir” es decir algo contrario a la verdad; a veces, de forma defensiva o con la intención caritativa de no herir al prójimo (mentira piadosa). Por tanto, en la hipotética escala bueno-malo, daría una puntuación media o, moderadamente, negativa. En cambio, “engañar” pertenece a un grado de conducta execrable; por desgracia, muy común en las declaraciones de los gobernantes. Consiste en el propósito deliberado de hacer creer a alguien que un hecho cierto es falso, o al revés. También, se puede uno engañar a sí mismo, cuando la verdad resulte molesta; ocurre muchas veces.

Hay dos vocablos, prácticamente, intercambiables: publicista y publicitario. Con ambas se puede aludir al oficio o negocio de la publicidad. Pero, en su origen auténtico, “publicista” era el que escribía, regularmente, en los periódicos u otros medios de divulgación. Ambos términos se contaminan. El articulista o columnista de la prensa puede estar haciendo publicidad de alguna ideología o interés.

Por influencia de la parla anglicana, tendemos a confundir los antepasados con los ancestros. Los “antepasados” se refieren al conjunto de los antiguos individuos de los que desciende un ejemplar de la especie actual, sea zoológico o humano. Los “ancestros” representan un cultismo para eso mismo, con el prestigio que da el término inglés (ancestors). Añade que se refiere a una fecha imprecisa o lejana.

Más sutil es, todavía, la distinción entre complicado y complejo. Lo “complicado” alude a que una realidad es ardua de entender o resolver, por contener un gran número de elementos, partes o factores. En la práctica, se utiliza como un sustituto elegante de “difícil”. Lo “complejo” es, casi, lo mismo; quizá, se centra en el carácter objetivo de la profusión de elementos de un conjunto. En la hipotética escala de bueno-malo, lo “complicado” señala una puntuación algo negativa.

Increíble es una voz descriptiva para lo que resulta difícil de creer. Por influencia del inglés ubicuo, ese adjetivo se sitúa en el extremo positivo de la escala bueno-malo. Es decir, entra en el territorio de lo asombroso, fantástico, digno de producir admiración. En cambio, lo inverosímil merece un juicio negativo, algo que no debe ser considerado como verdadero; incluso, tiende a ser perjudicial.

Otra confusión, proveniente de la moda anglicana, es la mezcla de lo plausible con lo probable. “Plausible” es cualquier cosa o conducta merecedora de aplauso o alabanza. Pero, al asociarlo con el uso en inglés, acaba significando “probable”, algo que puede suceder. La contaminación de los dos términos tiene cierta lógica: es digno de aplauso, casi, todo lo que está por venir, como consecuencia del optimismo prescrito por los usos sociales.

Mayor desconcierto, aún, se establece con esta pareja de adjetivos: consistente y congruente. En buen castellano, lo “consistente” es lo que tiene solidez o firmeza por sí mismo. Lo “congruente” afecta a una relación entre dos realidades, cuando una se corresponde, lógicamente, con otra. Ocurre que, en inglés, consistent admite ambos significados: lo que es firme por sí mismo y lo que se muestra coherente con otra realidad. La mezcla de significados se traslada a nuestra lengua.

Aunque parezca mentira, las ambigüedades dichas se trasladan a otra forma de desconcierto muy común. No es lo mismo precisar el cómo se presentan las cosas, que responder al por qué, esto es, a las causas, motivos o factores para explicar un resultado. Un ejemplo de actualidad: no es posible explicar el caso de que Navarra mantenga un nivel tan alto respecto a la tasa de contagios de la pandemia del virus chino. En la sexta ola, el índice de Navarra ha sido dos o tres veces superior a la media nacional. No hay razón para suponer que, en esa región, se hayan vacunado menos personas que en el resto de España. Tampoco es probable que los navarros se hayan resistido más a tomar precauciones respecto al uso de mascarillas u otros mecanismos de prevención. Es decir, de nada vale especificar el “cómo” de la lucha contra la pandemia, cuando no hay forma de comprender el “por qué” de un resultado.