Del silencio de los corderos


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SAVONAROLA

Y dijo Jesús, Nuestro Señor, a sus discípulos: “Si arrojas una piedra a una jauría de perros, el que da un gañido es el que recibe el golpe”. Ésa, hermanos míos, es la única manera de distinguir, cada vez con más frecuencia, al individuo en medio de la manada. Los que quieren torcer la voluntad de Dios lo saben y lo emplean ladinamente en su propio beneficio.

¿Recordáis el despiadado e inhumano trato que infligieron al buen Nabot el rey Acab y su reina, Jezabel?

Aconteció que un agricultor, Nabot de Jezreel, tenía una viña junto al palacio de, Acab, rey de Samaria. Como estaba cerca de su propiedad, el monarca ofreció al campesino otra parcela más distante a cambio de la suya, o bien su valor en dinero. Mas el hombre respondió a Su Alteza: “Guárdeme Jehová de que yo te dé a ti la heredad de mis padres”. Y el rey volvió a casa triste y enojado por las palabras que acababa de escuchar. Se acostó en su cama, volvió el rostro y no comió.

Vino a él su mujer, Jezabel, y le inquirió: “¿Por qué está tan decaído tu espíritu, y no comes?”. Él respondió: “Porque hablé con Nabot de Jezreel, y le dije que me diera su viña por dinero, o que si más quería, le daría otra viña por ella; y él respondió: Yo no te daré mi viña”. Y Jezabel repuso: “¿Eres tú ahora rey sobre Israel? Levántate, y come y alégrate; yo te daré la viña de Nabot de Jezreel”.

Entonces, la reina escribió cartas en nombre de Acab, y las selló con el anillo del soberano. Las envió a los ancianos y a los principales que moraban en la ciudad con Nabot.

Las cartas que escribió decían así: “Proclamad ayuno y poned a Nabot delante del pueblo. Buscad, también, a dos hombres perversos. Situadlos delante de él, que atestigüen en su contra y digan: ‘Tú has blasfemado a Dios y al rey’. Y, entonces, sacadlo, y que el pueblo le apedree hasta que muera”.

Y los de su ciudad, los ancianos y los principales que moraban en ella, obraron como Jezabel les mandó hacer por escrito en las cartas que les había enviado.

Promulgaron ayuno, y pusieron a Nabot delante del pueblo. Vinieron entonces dos hombres perversos, y se sentaron delante de él. Y aquellos bellacos atestiguaron contra el campesino delante del pueblo, diciendo: “Nabot ha blasfemado a Dios y al rey”. Y lo llevaron fuera de la ciudad. No faltaron, entre la muchedumbre, manos para arrojar piedras al infortunado hasta procurarle la muerte. Y, aun así, los hubo que siguieron lanzándole guijarros. Después enviaron a decir a Jezabel: “Nabot ha sido lapidado y ha muerto”.

Cuando Jezabel oyó que el dueño de la ansiada parcela había sido ejecutado tal y como ella había ordenado, dijo a Acab: “Levántate y toma la viña de Nabot de Jezreel, que no te la quiso dar por dinero; porque Nabot no vive, sino que ha muerto”. Y oyendo Acab que Nabot era finado, se levantó para descender a la viña para tomar posesión de ella. Nada ganó ninguno de los que se ensañaron con el difunto.

El Libro de los Libros dice, queridísimos discípulos, que esto sucedió hace cerca de tres mil años, pero yo os digo que ocurre todos los días. Todos los hombres juntos no son más que una masa amorfa, moldeable a merced de quien tenga propósito de hacerlo.

Probad, si aún dudáis, a aplaudir en un teatro lleno. Inmediatamente os seguirá el resto. Gritad con todas vuestras fuerzas ¡Barrabás! Y todas las gargantas repetirán ese nombre hasta quedar afónicas.

Los veis, hermanos, en todos los noticiarios, tirando la segunda, tercera y hasta la enésima piedra en algaradas por diferentes motivos. Para ellos tiene el mismo valor que Cataluña sea una región más de España, que prohíban el consumo de alcohol en la calle o que el equipo de fútbol contrario también tenga quien le siga.

Sin embargo, todos desaparecen cuando se trata de lo realmente importante. Dello abundan asaz más los ejemplos. Nadie alza la voz ni la mirada ni mueve un solo músculo cuando enfrente se divisa a alguien poderoso. Fuerte, sí, aunque, al cabo, no distinto de cualquier prójimo. Rehusar el plantar batalla por aquello que es propio o de todos no es cosa de hombres libres, sino de esclavos y vasallos.

Recuerdo, mis atentos feligreses, que aquí nadie acude a la llamada de los hombres que cultivan la tierra que da de comer a casi toda la comarca, cuando se trata de impedir que conculquen derechos históricos del Levante sobre el agua.

Si Red Eléctrica quiere profanar con acero y altas torres nuestros más sagrados lugares, sólo se opondrán los valientes. El resto discutirá después, al día siguiente de la derrota, si acaso no son gigantes los que empuñan las eléctricas maromas.

¿Que la avaricia de unos pocos se dispone a convertir en un enjambre de colmenas lo que de naturaleza queda entre la sierra y la playa? Mejor mirar para cualquier otro lado, si es que aún existe algún cornijal en que distraer la mirada sin ofendella.

Pues, ahora que concluye otro año, este viejo y cansado fraile ya no os desea lo mejor, sino aquello que merezcáis. Porque los caminos sólo lo son si los andáis, y únicamente se cosecha lo que se siembra.

No quiero oír más quejas de lo que consiguen vascones, catalanes, canarios o turolenses mientras aquí calláis como meretrices y seguís manteniendo la cerviz baja ante quien os sojuzga. Pues con ese talante, yo no sé qué os darán, pero sí por dónde. Porque vuestro silencio de corderos sólo os conduce al matadero. Que libertad y bonanza son fortunas que nadie regala ni lega. Se ganan. Avisaos estáis y, en tanto, vale.