Recomendaciones para una buena redacción


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AMANDO DE MIGUEL

Normalmente, en un discurso (texto leído en voz alta), de forma inconsciente, introducimos pausas largas o cortas. Al transcribir un texto, o componerlo, tales levísimas interrupciones de la voz se manifiestan en forma de comas, puntos, puntos y comas y otros signos.

Desde luego, nunca un texto escrito, con varias oraciones, se corresponde con una sucesión de palabras sin ningún signo que las enlace y ayude a interpretar. Por lo general, la unidad comunicativa es la frase, idealmente, con el sujeto, verbo y complementos, que concluye con un punto. En los textos antiguos, anteriores a la imprenta, era corriente escribirlos sin puntos ni comas. Pero, hoy, ante la presión de tantos escritos, se impone la disciplina de la correcta puntuación.

No hace falta ser un escritor profesional (suponiendo que exista tal título) para tener que redactar, de cutio, muchos mensajes o documentos de toda especie. Al menos, es una operación habitual, a través, de los teléfonos, tabletas, ordenadores y otros archiperres similares. Esa función ha sustituido al esmerado género epistolar de antaño; su equivalente actual resulta un tanto deslavazado. No estaría mal hacerlo con un poco más de gracia.

La buena redacción de un escrito se obtiene, con naturalidad, cuando lo hacemos equivalente a un discurso bien trabado. Sin darnos cuenta, al hablar, introducimos pausas diminutas, largas o cortas, que dan sentido, entonación o énfasis al parlamento. Pues bien, tales intervalos en la retahíla de palabras son, precisamente, los que se traducen por los signos de puntuación en el escrito equivalente.

Los preceptos señalados no deben entenderse como normas estrictas; más bien, son recomendaciones o, si se quiere, normas potestativas, adaptadas al estilo de cada autor. Son el equivalente de las “usos de cortesía” en la relación interindividual. Se despliegan, con mayor o menor finura, según fuere la ocasión. En todas las circunstancias, no deben llevarnos al escrúpulo del perfeccionismo; baste con hacer bien las cosas, de acuerdo con nuestra personalidad y otras circunstancias.

La primera recomendación es que las frases (oraciones con verbo principal, entre punto y punto) no deben alargarse demasiado. Puede valer el criterio convencional de no sobrepasar las 30 palabras. Esta idea de moderación (contraria a la verbosidad de nuestra cultura) la podemos trasladar a los textos largos, como un artículo, una monografía o un libro. En ese caso, los párrafos (con punto y aparte) no deben ir más allá de las 30 líneas; y los capítulos, de las 30 páginas. Son límites recordatorios.

Que conste, que las normas, aquí, comentadas, yo mismo no las he seguido, del todo, en los muchos miles de páginas escritas a lo largo de mi luenga vida. Se han ido decantando, poco a poco, con la práctica y la necesidad de comunicar mejor. Últimamente, he recibido un empujón del profesor Ángel Martínez de Lara, que fuera alumno mío de doctorado. Gracias le sean dadas por su desvelo en corregir, pacientemente, mis manuscritos.

La razón última para un depurado estilo ha sido la convicción de que, al tener que escribir mucho, los textos deben ser más cuidados. Pesa, asimismo, la necesidad de la coherencia con el discurso hablado. Un texto se halla bien expuesto cuando facilita su lectura en voz alta. Ignoro si tal ejercicio se practica, hoy, en las escuelas de las primeras letras. Me temo que los escolantes de hoy, a los diez años, no leen el Quijote en voz alta, como era la práctica en mi colegio a esa edad.

Quedamos en que una frase principal va entre punto y punto; puntos seguidos. El punto y aparte requiere un nuevo párrafo. Dentro de la oración entre punto y punto, hay que administrar bien los otros signos de puntuación.

La coma acompaña las enunciaciones, la omisión elegante de un verbo, el complemento circunstancial (cuando se pone al principio de una frase; hipérbaton muy común). Entre comas van las explicaciones, los incisos o aposiciones, los adverbios, las conjunciones adversativas. Nótese que, en tales casos, las comas señalan una especie de frase menor o implícita. El ejemplo celebérrimo: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho…”

Hay algunas expresiones que cumplen la acción de los adverbios, por lo que se aplica la regla de ser acompañados por comas: “De hecho, es decir, por favor, en cualquier caso, ahora bien, en síntesis, en definitiva”, etc.

Hay cuidados más sutiles con la redacción. Por ejemplo, en una misma frase, o, incluso, en dos contiguas, no deben repetirse voces que rimen. El caso más flagrante es la terminación en -ón, una verdadera tortura del idioma castellano. Aunque parezca extraño, los verbos “ser” y “estar”, verbos tan comunes, deben sustituirse por otros equivalentes, siempre que se pueda; empeño que no parece fácil.

Dentro de cada párrafo, no queda bien que se repita una misma palabra, cuando no sea usual. Tampoco importa que se utilicen voces no incluidas en el Diccionario de la Real Academia Española, con tal de que se alojen en el vocabulario popular. Lo de desparramar tacos o expresiones soeces depende del tono y estilo del escrito; siempre se hará con gracia, claro está. Más sutil es la prescripción de que hay palabras usuales que se prestan a la imprecisión. Por ejemplo, los adjetivos y, sobre todo, pronombres demostrativos (este, ese, aquel, etc.). En ese caso, se hace un esfuerzo para sustituirlas.

En síntesis, la regla de oro es bien sencilla. Escríbase para que el texto se parezca mucho al habla, mínimamente, culta o presentable.