Sesquipedalia y otros extravíos del discurso público


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AMANDO DE MIGUEL

La sesquipedalia (con perdón) es el alargamiento innecesario de las palabras, las frases, las expresiones, los párrafos, los textos. Los otros extravíos son caprichosas derivaciones de ciertos vocablos. El discurso público es lo que, ahora, los cursis dicen “relato”, la prosa de los comunicadores. Es decir, podría haber sintetizado el título: “Alargamientos y caprichos del relato”.

En este mundo en que todo cambia, incluso, el clima, hay que dar cuenta de las alteraciones ubicuas. Parece poco señalar que uno de esos cambios se considera necesario, permanente. En su lugar, la frase redicha es: “ha venido para quedarse”.

El gusto por la dilatación de las frases llega al mundo público, a través, de los rimbombantes títulos de los organismos del Estado. El antiguo Ministerio de la Presidencia, ahora, se ha trocado en el ampuloso marbete de “Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática”. El tradicional de Fomento o de Obras Públicas se titula, ahora: “Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana”. O sea, que ya no se emprenden obras públicas ni se fomenta nada.

Una forma elemental de hacer más larga la frase consiste en colocar el adjetivo “propio” delante de un sustantivo o el adverbio “absolutamente” antes del adjetivo. No importa que tales adiciones vengan, o no, a cuento. La oración queda más redonda, más “contundente”, para emplear el adjetivo de moda.

La sesquipedalia se produce para hacer más pomposo el discurso. Por ejemplo, el adverbio “solo” (advierto, no es necesario acentuarlo) se sustituye muchas veces por el doblete “única y exclusivamente”. El adverbio “ya” parece demasiado conciso; por eso se alarga un poco con el “desde ya”. Del mismo modo, el “hoy” se convierte en el reduplicativo ”a día de hoy”. Hay veces en que la frase hecha proporciona el adverbio campanudo, que se repite sin piedad: “me llama poderosamente la atención”.

Si la cosa consiste en hacer más terminante el argumento, nada como juntar dos conjunciones adversativas: “pero sin embargo”. Significan lo mismo; tanto mejor.

De sobra es conocido el expediente sesquipedálico de repetir el “etcétera” dos o tres veces cuando se trata del lenguaje oral. Aporta un cierto aire de sabiduría. Más aún, si se sustituye por “un largo etcétera”. Nadie sabe qué longitud pueda tener.

Los caprichos léxicos son muy abundantes. Se trata, simplemente, de voces que se ponen de moda, que se utilizan de manera profusa para indicar un gran poso cultural. Listo algunas: “referente, marco de referencia, señas de identidad, parámetros, verde (referido a las energías o los procesos industriales), ámbito, complicado (por difícil), está en el ADN”, etc.

Se ha perdido un poco la regla preciosa del castellano para colocar vocablos con la mayúscula inicial. Se debe hacer cuando nos referimos a personas físicas, jurídicas, o, metafóricamente, realidades abstractas con una cierta tradición cultural (siglos, épocas, deidades, etc.).

Últimamente, no sé por qué, algunos ordenadores tienden a escribir con minúscula inicial, el Estado o el Gobierno. Vaya si son personas jurídicas.

Hay modas tontas que, simplemente, ayudan un poco a la concisión. Por ejemplo, las palabras “bueno” u “hombre” para empezar una intervención en un diálogo. Es una forma ingeniosa de indicar que lo dicho por el interlocutor no se considera agresivo. A veces, puede significar una tímida intención adversativa. En otras ocasiones, la conversación exige que el hablante ratifique lo dicho por el dialogador, aceptándolo como una cuestión de hecho. Es una manera de conseguir un intercambio pacífico de pareceres. En inglés, es, todavía, un ardid más frecuente. Se recurre a la manida expresión of course. Con ella se indica que el hablante está al tanto de lo que acaba de oír, reconoce que ese es el curso, el orden natural de los hechos. La reiteración de tal muletilla se debe a que los angloparlantes manifiestan una continua obsesión por parecer corteses. En la cultura española, no se apela tanto a la metáfora física, sino a la lógica. La expresión equivalente es “por supuesto”, como queriendo indicar “no se hable más”. Es parte del sentido enfático que los hispanohablantes gustamos de dar a las conversaciones. Algunos españoles más refitoleros, sobre todo, catalanes, dicen “por descontado”, que es un término mercantil o contable.