“No somos conscientes de que nos ha tocado la lotería por nacer aquí”

La Fundación Jesús Peregrín encuentra tiempo para ayudar a la porción mayoritaria de la humanidad mientras en Occidente no cesamos de quejarnos aun teniéndolo todo. En otros países el problema consiste literalmente en seguir vivo y alimentar a los tuyos

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ALMERÍA HOY / 13·11·2021

Sostiene Bienvenido Fernández que teníamos el 90% de vivir en países del Tercer Mundo, donde la vida no vale nada, los niños mueren de hambre y trabajan desde muy pequeños. En lugares que ha visitado, donde los jóvenes se matan los unos a los otros a diario. Sin embargo, los privilegiados habitantes de Occidente no cesamos de quejarnos aun teniéndolo todo. Aquí, cualquier asunto puede generar un trauma que, cada vez más veces, desemboca en suicidio. Allí, el problema consiste literalmente en seguir vivo y alimentar a los tuyos. Desde la Fundación Jesús Peregrín encuentra tiempo para ayudar a la porción mayoritaria de la humanidad. A quienes son felices incluso en medio de la más absoluta miseria.

- ¿Ha visto felicidad en los ojos de los niños que viven en los países más pobres del mundo?
- Me ocurrió una anécdota en Indonesia con don Jesús Peregrín. Era el año 2003 ó 2004, en una comunidad de familias de agricultores del altiplano de Yakarta (Indonesia) que se levantaban todos los días a las 5:00 para trabajar y paraban a las 14:00. Nos preguntaron por qué los occidentales teníamos siempre una cara de amargados con todo lo que tenemos. Allí, los niños juegan con juguetes que ellos mismos fabrican, y sólo disponen de un saquito de arroz para comer. Viven en la pobreza, pero son felices con lo poco que tienen. Aquí quizás nos sobran muchas cosas.
- También habrá observado el contraste entre una infancia hiperprotegida, como la nuestra, y los niños que trabajan desde muy pequeños para contribuir al sustento de la familia en otros países.
- Quizás buena parte de la culpa de los problemas de la sociedad occidental la tiene nuestra obsesión por apartar cualquier sufrimiento, por pequeño que sea, de nuestros niños. Yo, con tres años, cuidaba chotos y borregos, y en la mayor parte del mundo trabajan las familias enteras construyendo carreteras. El padre, la madre y los seis o siete hijos que tienen. Incluso los niños acarrean sacos de tierra y piedras en las minas. Es un sufrimiento, sin duda, pero es la única manera que tienen para salir adelante. Aquí llamamos a eso explotación infantil y nos rasgamos las vestiduras. No obstante, si miramos las estadísticas, ésa es la forma preponderante de vivir en la Tierra. En España estábamos así hace setenta años y hemos evolucionado desde entonces. El mundo no somos nosotros. Es el otro 90% de la Humanidad que lo pasa peor y tiene graves dificultades para comer cada día. No vive teniéndolo todo, como aquí. En otros lugares, la gente se muere de hambre y trabajan desde que se tienen en pie para poder subsistir.
- Y, a nivel de salud mental, ¿quién es más fuerte, el occidental que lo tiene todo o el que no tiene ni siquiera lo preciso para sobrevivir?
- Aquí ya estamos como los neoyorquinos de las películas de Woody Allen. Necesitamos al psiquiatra o al psicólogo para seguir adelante. Todo son traumas, dificultades y problemas a la hora de enfrentarse a la vida diaria. En España se suicidan cerca de cuatro mil personas al año, la mayor parte jóvenes.
- ¿Ocurre también en los países a los que ayudáis?
- En absoluto. Es un problema que no existe en el llamado Tercer Mundo. Allí padecen el sufrimiento de ver morir a los hijos. Eso es muy duro y debe generar un trauma mental importante. En familias de seis o siete niños, el problema no es llorar al hijo que ha fallecido de hambre, sino alimentar a los que viven. La necesidad cotidiana que padecen les obliga a superar uno tras otros todos esos traumas, coger la vida por los cuernos y seguir adelante. En Angola conocimos a un hombre que tenía varias esposas y quince hijos. Vestía con harapos. No tenía recursos para dar de comer a todos. En esos países las necesidades son otras. Los problemas psicológicos o de ánimo se ven eclipsados por otros más urgentes.
- ¿La muerte tiene allí un significado diferente al de Occidente?
- En nuestras sociedades, cuando muere un hijo, mueren todos o la mitad de la descendencia de una familia. Allí, el impacto es menor. Lo inmediato es hacer lo posible para que los demás vivan. Las personas que pierden a un ser querido en esos países, se agarran a sus creencias. Viven de otra manera tanto la vida como la muerte. Hay lugares en que una defunción es una fiesta. Un funeral dura siete días en Angola atendiendo a la familia y dándoles de comer ¡una ruina! Aquí, las expectativas de vida consisten en llegar a los 100 ó 120 años, por lo que cualquier trauma o dificultad nos rompe los esquemas. En Angola es demasiado habitual que un niño salga volando al pisar una mina volviendo del colegio y regrese a su casa hecho trozos. Lo aceptan porque no les queda más remedio. Aquí sobrevaloramos la vida, pero en Honduras, la vida vale el precio de una bala. En una noche pueden morir 120 jóvenes a tiros en un barrio, a los que se sumarán otros tantos en los funerales.
- ¿Ha sentido cerca las balas?
- Sí. En Honduras las hemos oído silbar todas las noches en donde dormíamos. Un misionero me echó una bronca por cruzar la calle a las diez de la noche de una casa de la Misión a otra. Me contó cómo a él le pegaron una paliza que casi lo matan. Allí, a las 19:00 se cierran las puertas y es preferible no salir ni abrir una ventana, porque está en juego la vida.
- Sin embargo, usted y otros viajan hasta esos países y tratan de ayudar.
- Las personas que hacen esto son héroes anónimos. Varios miles que se juegan la vida. Alguien dijo que ser misionero es una forma maravillosa de gastar la vida. Son los promotores de todos nuestros proyectos. Están allí porque creen en la vida y en el ser humano. Mientras tanto, nosotros no somos conscientes de que nos ha tocado la lotería por nacer aquí. Teníamos un 90% de probabilidades de haber nacido en África, Asia o Sudamérica. Sin embargo, lo hicimos aquí y nos tiramos el día entero quejándonos por cualquier nimiedad. Todos los años mueren 50 ó 60 misioneros. En nuestros desplazamientos por Bangla Desh con los misioneros salesianos, siempre llevábamos un conductor y otro señor cuyo cometido era sacarnos de allí en caso de que pasara algo, porque estaban amenazados de muerte por la banda terrorista islámica Isis (o el Daesh). Las monjas están obligadas a cambiar sus recorridos a diario en Mauritania para evitar ser víctimas de atentados. La vida es muy complicada en muchos sitios. Si aquí fuéramos conscientes de lo que tenemos, seríamos los reyes del mambo. Sin embargo, no cesamos de quejarnos.
- Aquí la magia es el cine o un videojuego, mientras tanto, en otros lugares del mundo, supongo que los niños sueñan con cosas más simples.
- En infinidad de sitios no hay bolígrafos ni lápices. Nada. Ni una libreta. En Angola, los niños se sientan en el colegio sobre una piedra o un bloque y salen de sus casas a las cuatro de la mañana para recorrer el montón de kilómetros que hay hasta sus colegios. En Honduras, las escuelas tienen vallas para que los alumnos no entren a la biblioteca. Algunos leen 150 libros al año porque saben que, para ellos, estudiar es la única manera de huir de la miseria. A mí se me cae el alma cuando contemplo la sonrisa de un niño en África. O mirando los críos desnutridos en Mauritania. En ese país, conocí uno de un año que pesaba 800 gramos, cuando nació con 4,5 kilos. Allí no hay papillas. Sólo leche materna con muy pocas proteínas. Es así de duro.
- ¿Cómo enfrenta el contacto con el dolor ajeno?
- Te transforma. Nosotros tenemos un espejo en don Jesús. Siempre es un ejemplo. Le ingresaron en el Hospital la noche del sábado 23 de octubre, y el domingo 24 me estaba llamando a las 6:30 para que le llevara a cortar la cinta de la carrera ‘6 horas nos stop’ que organizamos para recaudar fondos con los que construir un colegio para 3.000 niños en Angola. Pero cuando viajamos a esos países, volvemos nuevos, con un subidón de adrenalina. Con ganas de saborear la vida. Te das cuenta del milagro que supone dormir en una cama, abrir la nevera y encontrar una cerveza fresca o contar con agua sólo con dar media vuelta a un grifo.
- ¿Cómo queda el alma al marchar de un sitio dejando a niños con la incertidumbre de si podrán vivir al día siguiente?
- Se siente impotencia de no poder hacer más debido a los medios disponibles. Recuerdo el caso de una residencia gestionada por las madres de Teresa de Calcuta en Bombay para huérfanos con distintas deficiencias. En 12 naves se hacinaban cerca de un millar de niños atendidos sólo por 8 monjitas que se multiplicaban, pero que no podían evitar que la mayoría se tiraran el día entero llorando en la cuna. Me resultó enternecedor cómo un chico con síndrome Down se encargaba de una niña sin pies ni brazos. La peinaba y la lavaba. Estaban tirados en el suelo en medio de un hedor tremendo. En otra institución, en Delhi, 8 religiosas atendían a 650 leprosos. Se levantaban todos los días a las 3:00 para poder servirles.
- ¿Qué se mueve dentro de uno cuando alza en los brazos a uno de estos niños y le arranca una sonrisa?
- El gran problema es despegarte de ellos. Te pueden coger 30 niños y llenarte de mocos, babas y todo tipo de plagas. Necesitan cariño y atención. Faltan manos. La Fundación Teresa de Calcuta necesita voluntarios, porque dinero tienen.
- ¿En cuánto se convierte en esos países cada euro donado a la Fundación Jesús Peregrín?
- En muchos países de África, como Angola, o en Bangla Desh, cada euro donado lo multiplicamos por más de 100. En algunos de Hispanoamérica, llegan a ser 60 ó 70. Todo lo canalizamos a través de misioneros. Les enviamos el 100% del dinero recaudado. Aquí nadie cobra ni tenemos gastos. Las cuotas de apadrinamiento son de 37 euros cada tres meses. Con 12 euros proporcionamos ropa, alimentos, libros y material escolar a un niño durante un mes. Nuestros hijos se gastan eso en dos tonterías.
- ¿Cómo puede colaborar el lector con la Fundación?
- Lo primero que tiene que hacer es dar gracias a Dios por lo que tenemos, que es mucho. Después, dejar de mirarse el ombligo. En tercer lugar, hay infinidad de maneras de ayudar a los que sufren cerca o lejos. Nosotros sólo podemos asistir al 8% de los que nos piden socorro. Quien quiera colaborar con la Fundación Jesús Peregrín sólo tiene que llamar por al 950 22 87 77, un número que se puede encontrar en nuestra web. Allí les atenderán e informarán sobre cómo poner en marcha un apadrinamiento.
- Usted se ha podido ganar bien la vida, ¿no?
- Sí. Gracias a Dios, hoy tengo para vivir ésta y tres más.
- Sin embargo, vive preocupado por los demás.
- La culpa la tiene don Jesús Peregrín.
- No obstante, aunque admitamos la influencia de don Jesús en esto, algo ha hecho también usted para que le consideremos, como mínimo, colaborador. Ha tenido tiempo para sus negocios y socorrer al prójimo.
- Estoy contento de lo que he hecho hasta ahora. Hay tiempo para todo, y siempre podemos encontrar un momento para dedicarlo a los demás, porque eso nos hace más felices. Cuando ayudas a quienes lo necesitan, alguien trabaja para ti. El Jefe (Dios) siempre te echa una mano.