La fe y la razón


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

El periodismo nunca ha sido el oficio más viejo del mundo. Ni siquiera el segundo oficio más viejo del mundo.

Es un trabajo relativamente nuevo, surgió con la Revolución Francesa para educar a las masas e inducirlas ideológica y políticamente en la dirección de las ideas y propósitos del propietario del medio de comunicación.

Ahí estaba Marat y su “L¨Ami du peuple”, o Hebért y su “Le Pére Duchesne” para demostrar lo que, en realidad y desde sus orígenes, siempre ha sido el negocio de la información.

Algo bastante parecido a la publicidad de los detergentes: busco, comparo y elijo a aquel que ratifique mis prejuicios, mi justa ira o mis miedos cervales.

La respetabilidad del medio, su supuesta ecuanimidad y su servicio a la verdad, nunca han sido tales.

Lo vemos nítidamente en nuestros días, en los que la omnipresente caricatura hace resaltar, en su simplificación, los rasgos más evidentes de las cosas. Hay poco disimulo ya en ese verdadero propósito de manipular “al pueblo”.Pueblo que, justo es reconocerlo, por su parte hace pocos esfuerzos para evitar su manipulación.

Hoy en día, gracias a la tecnología de lo simple e instantáneo, todos somos periodistas. Hasta los tertulianos. Ya resulta imposible distinguir la información verdadera, de la mentira flagrante y vamos como ciegos guiados solo por nuestro instinto y nuestras sospechas. Está todo lleno de agentes provocadores, de espías dobles y entusiastas propagandistas de aquello que se llamaba la ceremonia de la confusión. No hay ningún Virgilio que nos guíe en este infierno.

El lema de la reciente Convención del Partido Popular lo resume todo en una sola palabra estampada en la camiseta de los arrobados militantes que componían la imagen de fervientes discípulos escuchando la palabra de Casado Superstar: “Creemos”.

¿Cómo que “Creemos”?... la liturgia y la puesta en escena no podían ser más religiosas. Solo faltaba que el señor Casado entrase en Valencia a lomos de una borriquilla y fuese recibido con palmas y ramos de olivo.

Yo pienso (más que “creo”) que una sociedad madura – no es ésta evidentemente- no tiene que “creer”, sino que mejor haría en “dudar”, con sano escepticismo, con subestimado pesimismo, de todo lo que lee o le cuentan. Incluso y muy especialmente de lo que ve, y también cuando se nos invita a usar la fe antes que la razón. Los motivos para no creer son sobrados.

Sigue la religión presidiendo nuestras vidas como en la Edad Media y las promesas de los paraísos siguen conmoviendo a los convencidos.

Que potente es la fe. Y que falsa.