Polonia, Hungría, España


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Cuando sube la factura de la luz aumenta la preocupación por la homofobia y por el Consejo General del Poder Judicial. No se renuevan los miembros del Consejo General del Poder Judicial y por lo visto es una de las grandes preocupaciones de los españoles. No acabo de entenderlo muy bien.

Me llama la atención, eso si, que compartamos esos dos problemas con esos dos países, Hungría y Polonia, que, en principio, “no son de nuestro entorno”, y que presentan ciertas peculiaridades dentro del mundo progresista de la Comunidad Europea, que no los hacen muy simpáticos ni acordes con el espíritu de la época.

¿Por qué es tan preocupante que no se renueve el Consejo General del poder Judicial?.¿Es bueno que a los jueces los elijan los jueces? ¿no sería mejor acaso que los eligiesen las asambleas de Podemos? … algo de eso parece que hay en el fondo de este debate. Mucho más que premiar a los amigos y hacerles favores que quizá – como advertía don Vito Corleone - algún día,no necesariamente, hayan de devolverse.

Certificada la defunción de Montesquieu, no parece que goce de demasiada salud la separación de poderes, ni en Polonia, ni en Hungría ni…ay!...en España…

Que vieja y muerta va pareciendo aquella remota Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de los revolucionarios de 1789: en su artículo 16 taxativamente, con esa rotundidad de los preceptos antiguos, decía aquello de que “Toda sociedad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de Constitución.”

Qué moderno y acertado aquello de Conde Pumpido sobre las togas y el polvo del camino.

Los jueces abdicaron hace tiempo de la independencia que ahora reclaman – algunos – al adscribirse a distintos hierros o escuelas de pensamiento, ora progresistas ora conservadoras. Reciben por ello exactamente lo que se merecen, el descrédito y las sospechas de los que tienen, de grado o por la fuerza , que acercarse a estos profesionales.

Hay un terror subliminal en este acuerdo imposible de la renovación del Consejo del Poder Judicial: el miedo a que el poder judicial sea independiente del ejecutivo (poder emergente) y del legislativo (poder básicamente acrítico y obsecuente con quien manda, y de quien depende su escaño a la postre). Por eso desde el ejecutivo se acusa a algunas sentencias de “vengativas”. Por eso desde la oposición se afirma “off the record” que éste o aquél juez del Supremo “es de los nuestros….”

Otra sospecha mancilla la pureza virginal de los jueces y sus resoluciones, resulta que no hay paridad de sexos en la cúspide, aunque el número de juezas supera al de jueces. Por otra parte se señala que la ganadería de las asociaciones conservadores esta integrada por un exceso de jueces conservadores o fascistas, mientras que tampoco hay tantos jueces progresistas en la otra ganadería: aunque salgan mucho en la tele no parecen abundar en contra de la igualdad que debiera existir según los que invocan este argumento.

Total, que los jueces son sospechosos desde que salen de la Escuela Judicial y eso del “respeto y acatamiento a las resoluciones judiciales” cada vez se menciona con menor frecuencia y convicción. De ahí a castigar a los jueces cuyas resoluciones sean políticamente inadecuadas al gobernante, como en Polonia o en Hungría, no parece que haya demasiada distancia.

Igual que a un médico o a un mecánico no se le pregunta su ideología cuando van a abrirnos en canal o arreglarnos el cigüeñal respectivamente, creo que no debiéramos saber que opinión tienen los jueces, ni como se llaman ni a qué dedican el tiempo libre. Deberían hablar solo a través de sus sentencias y evitar la tentación del espectáculo, normalmente bochornoso, que ejecutan en televisiones y tertulias.

Pero ellos solos se han autoimpuesto los letreros y los adjetivos, con los que ahora incluso salen orgullosos a criticar las sentencias de sus propios compañeros, sumiéndonos en la perplejidad más absoluta y en la detestable inseguridad jurídica que presidía el Antiguo Régimen y que tanto gustan, por ejemplo, al presidente de Polonia, al de Hungría y al de España… que cada vez se van pareciendo más al de Bielorrusia.