Muletillas cautelosas


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AMANDO DE MIGUEL

Es evidente que no hablamos, ni escribimos, solo, juntando palabras. En muchas ocasiones, recurrimos a voces, previamente, concatenadas, que nos sacan de muchos apuros. El interlocutor, el lector o el oyente transige con tal dispositivo, porque resulta algo familiar, indiscutible. Hay muchas especies: frases hechas, axiomas, refranes, dichos populares, muletillas. Me quedo con esta última forma, que supone repetir, una y otra vez, lo que podría parecer sin ton ni son, pero que facilita el lenguaje. Por lo menos, al enunciar una muletilla, el emisor gana una minúscula fracción del tiempo para pensar lo que va a decir a continuación. Por eso mismo, las muletillas suelen tener un aire cauteloso; preparan, por así decirlo, al interlocutor, oyente o lector, para atender bien a lo que, en seguida, se explicita.

Una muletilla, que me subyuga, es el “qué quieres que te diga”. No es, propiamente, una pregunta, sino una especie de antesala de la sustancia que viene a continuación. Mi experiencia me dice que se formula, profusamente, tanto en castellano como en catalán (que vols que et digui, transcrito al oído); no sé qué pasará con el gallego o el vascuence. Es una forma de advertir al interlocutor, el lector o el oyente, de que lo siguiente le va a dejar sorprendido. Se comprenderá que sea un recurso típico del gremio periodístico.

Otra muletilla mecánica, inconsciente, importada del inglés, es el “por supuesto” (of course). Si lo que se enuncia hay que darlo por supuesto, no habría por qué insistir tanto. Si se acude a esta fórmula es con el ánimo de evitar sorpresas y lograr un acuerdo benevolente entre los interlocutores o entre el escritor y el lector o el oyente.

Hay otra muletilla fascinante: “como no puede ser de otra manera”. Es una forma, un tanto retorcida, de asegurar que el enunciado, que le acompaña, es firme, indiscutible. Solo, que, en la vida, las cosas pueden ser, casi siempre, de otra manera. O sea, que es como descubrir el Mediterráneo (otra frase hecha).

En nuestros hábitos lingüísticos, hay que distinguir la expresión oral de la escritura. A estos efectos, reconozcamos que hay expresiones y frases hechas, que se emiten en el lenguaje coloquial, pero que no quedarían bien en el escrito o en otras circunstancias formales. Es el caso del riquísimo repertorio de las voces con alusiones escatológicas y otras funciones corporales, incluida, de forma destacada, la relación sexual. El acuerdo es que tales expresiones se reservan para el lenguaje hablado, coloquial. Algunos escritores se han atrevido a romper ese tabú e incorporan a sus escritos tales alusiones de una forma sistemática. Por ejemplo, la muletilla corriente de “vete a freír espárragos” la suplen, bonitamente, por “vete a tomar por saco” o equivalentes, aún más explícitos. En ciertos casos, el atrevimiento da lugar a una admirable prosa fresca y desenfadada. Tanto es así que algunos de esos escritores (Camilo José Cela, Arturo Pérez Reverte) han merecido un sillón en la Real Academia Española. Envidia me producen, todo hay que decirlo.