Los españoles verbosos


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AMANDO DE MIGUEL

Una dificultad (y, a la vez, un estímulo) para aprender la lengua castellana, por los hablantes de otra, es la exagerada facundia de los españoles. Abundan en demasía las redundancias o los pleonasmos, es decir, la reiteración de lo dicho con voces, aparentemente, innecesarias. Para un gramático estricto, serían errorcillos del lenguaje, pero, si se repiten tanto, es que alguna función deben de cumplir. No es la menor el tener que llamar la atención del interlocutor o el lector, tantas veces poco interesados en lo que oyen o leen. Digamos que esas figuras retóricas son como el complemento de los gestos, las inflexiones de la voz o el manoteo, que acompañan al leguaje oral.

A veces, es cuestión del desconocimiento preciso de ciertas palabras, consideradas como técnicas. Por ejemplo, en buena lógica, no hay por qué remachar “erario público”, pero, así, suele decirse casi siempre. Es claro que el erario, solo, puede ser público. A los españoles del montón no nos basta con precisar el adverbio “hoy”. En su lugar, nos vemos impelidos a precisar “a día de hoy”. Distinta es la expresión “el día de mañana”, que no equivale a las siguientes 24 horas, sino a un futuro un tanto difuso.

Se oye mucho una construcción expresiva, que se debe utilizar en plural: las “pymes” (= pequeñas y medias empresas). Lo malo es que se llega a decir, respecto de una empresa concreta, que es “una pyme”. Es patente la confusión. Algo parecido ocurre con la manida expresión “a corto y medio plazo”. Nadie sabe cuál es la amplitud de un intervalo de tiempo tan difuso e impreciso.

Ahora, se ha puesto de moda la costumbre de las “citas previas” por teléfono u otros medios. El fin es el de ajustar una entrevista con algún funcionario o profesional. Es claro que las citas todas tienen que ser previas al acto presencial, pero la expresión dicha se ha establecido sin remedio. Por cierto, en el caso del funcionario, mucha gente refitolera, para quedar bien, precisa decir “funcionario público”. Es evidente que no puede haber funcionarios privados.

En algunos parlamentos de la radio o la tele, los presentadores o comunicadores insisten en anteponer el adjetivo “propio” a cualquier sustantivo, venga o no a cuento. Con ello se quiere dar la impresión de seguridad o de contundencia, valores muy apreciados.

Otra delicadeza innecesaria es remachar lo de “persona humana”. Solo, que, aparte de las personas divinas, todas las personas de la Tierra son humanas. Sin embargo, queda bien la insistencia.

Aunque las cantidades, por definición, suelen ser precisas, hay veces en que se desliza la exageración característica del habla hispana. Así, “te lo he dicho un millón de veces”. Quizá hayan sido dos o tres. Sin embargo, impresiona lo del millón, que es como aludir a un infinito difuso.

Los adverbios “completamente” o “absolutamente” sirven para dar ese tono de exageración, que queda muy bien. Así, “estoy completamente seguro” o “es absolutamente falso” (de algún asunto nimio o dudoso).

El impulso a magnificar el relato lleva, en ocasiones, a repetir el “etcétera” dos y tres veces, aunque no venga a cuento, ni siquiera una sola vez. El mismo efecto de la reiteración retórica se consigue con la admonición de “te lo digo por activa, por pasiva y por perifrástica”.

Si los españoles exageramos los gestos de amistad, no debe extrañar que, también, lo hagamos con las palabras. Puede que en otros países pase lo mismo, pero, yo doy cuenta del mío.