La veneración de los hechos


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AMANDO DE MIGUEL

Me fascinan las cuestiones que no suelen discutirse, que se dan por sabidas, pero, que tienen su intríngulis. Una es la adoración que sentimos por los hechos, lo que existe o sucede. (Es un tema que acabo de discutir con mi amigo Gonzalo González Carrascal, a través, de nuestro Skype semanal). La tendencia dicha se podría llamar “factolatría”, como rito de una especie de religión universal, al menos, del mundo occidental.

La obsesión por los hechos es más típica de la cultura británica, tan empírica o empiricista hasta el final. En inglés, se dice, continuamente, in fact (= de hecho) o as a matter of fact (= a decir verdad, realmente) con un cierto empaque, que no ponemos los hispanohablantes. Pero, por influencia de las películas en lengua inglesa, en castellano, dejamos caer, cada vez más, el “de hecho”. Es la forma de hablar de los científicos, apegados, como es natural, a los hechos, en el sentido de las observaciones sistemáticas y medibles.

En latín, hay dos verbos que dan lugar a los hechos como resultado: facere y agere. La distinción no es fácil de comprender para un castellanohablante, pues, en nuestro idioma disponemos de un único verbo: “hacer”. Los participios pasados de los dos verbos latinos son, respectivamente, facta y acta. La diferencia es muy sutil: acta son los hechos con algún tipo de movimiento, de acción; por ejemplo, “los hechos (acta) de los Apóstoles”. En cambio, facta se refiere, más bien, a situaciones abstractas o conceptuales. Así, la famosa declaración de San Juan: Et Verbum caro factum est, et habitabit in nobis (= la Palabra se hizo humana y convivió con la gente). La Palabra es un atributo divino, ya que Dios puso el nombre a todas las cosas, esto es, las creó. Es una forma de extraordinario poder, aparte de lo decisivo que es el lenguaje.

En inglés, sí se mantiene la distinción anterior, con dos verbos: to do (equivalente al facere latino) y to make (próximo al agere). Insisto en que, hablando en español, la distinción no se comprende bien.

Los “hechos”, en nuestro idioma, son los facts en latín y en inglés. Para nosotros, la efe latina se convirtió en hache por los castellanos medievales, acaso, por influencia de los moros, o, simplemente, para diferenciarse de las demás lenguas romances. En inglés, se conservó el latinismo de facts, aunque, seguramente, por influencia del francés. En la España actual, nos plegamos a la forma latina, un poco en broma, como en la expresión “los poderes fácticos”.

En nuestro mundo, es fundamental la dicotomía información/opinión. La primera debe atenerse a los hechos objetivos; la segunda, a la apreciación subjetiva. En la realidad, no es fácil mantener el doble criterio. Por ejemplo, la propaganda o el adoctrinamiento lo enmascaran.

Para la cultura occidental, se presume que los “hechos probados” (ciertos, firmes, indiscutibles) son los que emanan de los tribunales de justicia. A los jueces compete ese privilegio cuasi divino. Naturalmente, luego, pueden surgir muchas dudas sobre tal pretensión. No solo, suele haber testigos falsos o dubitativos, sino jueces prevaricadores. Sin embargo, el orden social necesita de esa convención de la inmensa autoridad de los jueces. Es una idea procedente del Derecho Romano. Nosotros hemos añadido otra presunción democrática: que el “pueblo”, a través, del jurado en los juicios o de las elecciones políticas, acierta en sus decisiones. De nuevo, se trata de asegurar el orden social.

El arrobo máximo ante los hechos se establece, en nuestro tiempo, cuando se prestan a una medición, más o menos, científica. Es el caso más corriente de todo tipo de estadísticas, porcentajes, índices y demás. En muchos casos, se trata, solo, de aproximaciones a la realidad, pero, pueden llegar a convertirse en verdaderos fetiches. Por ejemplo, el valor decisivo de la expresión “el 80%”; viene a ser el equivalente de “la práctica totalidad”.