La segunda caída de Saigón


..

JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

La guerra, con sus atrocidades infinitas, tiene mala prensa desde la Primera Mundial .Y no mejoró precisamente desde la Segunda. A la Primera iban los soldados riendo y cantando, despedidos en trenes por multitudes enfervorecidas y optimistas que les entregaban flores.

Y volvieron, los que volvieron, aniquilados y desechos. Ernest Jünger lo describe de propia mano en “Tempestades de acero”. El mundo había cambiado. La tecnología había terminado con los eventuales destellos luminosos que hasta entonces había tenido lo militar en la historia: ya no hubo más heroísmo ni generosidad, compañerismo ni respeto a aquel enemigo vencido que exhibía su valor o sus méritos. Solo la tecnología aterradora.

La guerra dejó de ser un asunto de profesionales y la población civil pasó a ser el indiscriminado objetivo de la victoria.

De hecho, ya no hay victorias ni derrotas, solo reconstrucciones de edificios y muertos, todos parecidos y muy fotografiados, muertos que mueren sin que nadie sepa el porqué: estaban en el lugar equivocado cuando alguien pulsó desganadamente un botón. No hay causas ni estrategias. No es nada personal, solo negocios.

Los conflictos bélicos actuales son entre bandas de desharrapados sin leyes ni propósitos que no sea un pillaje del que nadie se hace responsable.

Vuelven los talibanes, cual torna la cigüeña al campanario, casi sin disparar un tiro, exactamente veinte años después del 11-M, atentado que motivó que fueran allí los militares americanos a redimir a un pueblo e implantar una democracia escandinava en un escenario medieval olvidado por el tiempo.

Y como entraron se van, presurosos e indignos, en helicóptero, como en las imágenes de la guerra de Vietnam, abandonando a su suerte al pueblo al que iban a defender. ¿Para qué?, ¿para qué llegaron? ¿por qué se van? Y sobre todo, ¿por qué se van de esa manera, sin victorias, sin derrotas… sin eficacia alguna.? Ciento dos militares españoles han muerto en aras de la diplomacia de Occidente (setenta y nueve de ellos en accidentes)

Dicen los políticos que la huida, que ellos llaman “repliegue” ofrece "margen suficiente" para "asegurar que se consoliden los progresos democráticos alcanzados en el país en materia de derechos humanos, educación y el bienestar de las mujeres y los niños". Seguro que sí.

Aquella salida dramática de Saigón hace muchos años se repite ahora. No es derrota, es solo huida. Al comunismo indochino no lo frenó el napalm ni los miles de muertos en los arrozales vietnamitas: se deshizo solo y en muy poco tiempo después de aquella no victoria. Los muertos de Vietnam murieron por nada, como en casi todas las guerras. Vietnam luchó por su independencia, no por una ideología trasnochada, que los propios vietnamitas no tardaron en relativizar.

Los veinte años de paréntesis vacacional del régimen talibán han terminado.

Cuando vemos el paisaje, hemos de considerar que somos afortunados por vivir donde vivimos, aunque suba la luz, aunque nos gobierne Pedro Sánchez y sus ministerios de la verdad, y esté la cosa muy mala. Deberíamos ponderar que el resto del mundo es un infierno espantoso del cual huir en patera es la única respuesta sensata. Como siempre ha sido. El mundo está abandonado a sí mismo. Y a nadie le interesa cambiar nada. Seguimos bañándonos en un río muy antiguo.