La reforma imposible de la enseñanza


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AMANDO DE MIGUEL


Para empezar, distingamos. No es lo mismo “enseñanza” que “educación”, como no lo es la diferencia entre “sanidad” y “salud”. La enseñanza o la sanidad representan el conjunto de medios colectivos para proporcionar a la población, respectivamente, las mejores condiciones de educación o salud, que son objetivos individuales. En inglés no se puede hacer la distinción, pero sí existe en castellano. Otra cosa es que, por influencia del inglés ubicuo, en España ya no se entiendan las diferencias apuntadas.

En la historia de la civilización, un hito portentoso fue la invención de la escritura, que no han conseguido todas las lenguas. Más tarde, el desarrollo técnico (no hace falta decir “tecnológico”) ha ido facilitando la difusión de los escritos, primero, con la imprenta, y, después, con los portentosos desarrollos informáticos.

Lo que ocurrió fue que “con tan grande polvareda/ perdimos a don Beltrane”, al decir del romancero. Esto es, la humanidad culta dejó de cultivar la memoria y la capacidad persuasiva de la oratoria. Resulta penoso el hecho de que, en las Cortes Españolas y en otros altos foros, los hombres públicos (incluye a las mujeres, claro) lean muchas de sus intervenciones públicas. La consecuencia es que pierden fuerza de comunicación y aburren a la audiencia.

Otra mala práctica actual es el escaso cultivo, que se hace, de la memoria, confiando en que sea una función de los archiperres electrónicos. Sería interesante comprobar cuántos estudiantes universitarios saben de memoria el orden alfabético latino (no digamos el griego), la tabla de multiplicar hasta el 9 o la regla de tres. Mejor, no investigar cuántos recuerdan algunos versos de las composiciones poéticas clásicas. El resultado de tal encuesta (o “enquisa”, como decía Unamuno) sería decepcionante.

La pérdida del ejercicio de la memoria o de la capacidad de hablar en público (sin leer el texto) se debe, principalmente, a la decadencia de los exámenes orales en todos los grados de la enseñanza. Parecida desgracia es la transformación de muchos exámenes escritos en pruebas de “verdadero/falso” o similares. No solo eso. En el último año, por mor de la pandemia del virus chino, se ha restringido mucho la experiencia de la enseñanza “presencial”. La teleenseñanza o enseñanza a distancia, ha funcionado, siempre, como una solución excepcional o de emergencia. Ahora, se ha quedado como una práctica firme, para general satisfacción de docentes y discentes. Se oculta que la enseñanza telemática, aun siendo más barata, no puede lograr buenos resultados de excelencia.

Comprendo que, mediante la informática, pueden desarrollarse muchas capacidades, antes, ocultas. Por ejemplo, la familiaridad para utilizar fotos, películas, gráficos y dibujos para la comprensión de muchas materias.

En algunas regiones españolas, se ha impuesto la querencia política de que la enseñanza pase a desenvolverse en la respectiva “lengua propia”: catalán, vascuence o gallego. Creo que es un gran error. Bien está la protección de las lenguas regionales, pero, no por ese camino. Antes bien, los cursos de la enseñanza en los distintos grados, para que se cumpla una verdadera educación, deben utilizar lenguas de comunicación internacional, por ejemplo, el castellano y el inglés. En su día se hizo con el latín. Aun así, no está de más que se ejercite en los alumnos el aprendizaje de otros idiomas.

¿En qué se distingue un profesor de cualquier otro profesional? Muy sencillo. El profesor sigue siendo un estudiante toda su vida, incluso después de jubilarse, o mejor, de ser jubilado. Quien no cumple tal empeño, mejor sería que se retirara del trabajo de enseñante, por lo general, mal pagado. El propósito de seguir estudiando sin desmayo consiste en desplegar la rara virtud de la curiosidad. En las convenciones españolas, se considera, a veces, como un vicio, asociado, más bien, al cotilleo. La curiosidad es la permanente preocupación por plantearse el porqué de las cosas. Suele ser una actitud infantil, pero, luego se apaga. La razón de tal abandono reside en el sistema nefasto de la transmisión de conocimientos. No hay más que ver el talante mostrado por las autoridades de la enseñanza en España, ocupadas en una reforma permanente de su materia.

Me comunica un colega (que fuera alumno y colaborador), catedrático de Sociología, que acaba de cumplir el alargamiento de la condición de “emérito”. Son tres años más después de la jubilación, en los que se le permite dar las mismas asignaturas, pero, con la mitad del sueldo. En este aciago caso, sucede que mi amigo imparte un par de materias, para las que el Departamento universitario no encuentra otra persona que pueda darlas. Así pues, la autoridad universitaria le propone un innovador estatuto: seguir dando las mismas clases, como una especie de emérito para toda la vida, solo que sin sueldo. Será, algo así, como el descubrimiento de la piedra filosofal.