Sísifo rodando su piedra campo a través por el Almanzora


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SAVONAROLA

En muchas ocasiones he visto, amados míos, al primer rey de Corinto subir, campo a través, la montaña. Mas empujando una enorme piedra, no a lomos de ella, como otrora acostumbrara. Conozco el castigo, pero hoy quiero hablaros sobre los deméritos que perpetró a lo largo de su vida para merecerlo.

Sísifo, hijo de Eolo, fue el primer rey de la ciudad de Éfira, la actual Corinto. Dicen que destacó por su astucia e ingenio. Como prueba de ello, a él se atribuye el invento del peaje, pues se le ocurrió rodear toda su ciudad con grandes murallas, obligando a que los viajeros tuvieran que pagar para pasar por allí.

Demostró otro ejemplo de su maña cuando descubrió que su vecino Autólico le robaba las vacas. Como el dios Hermes le había concedido a Autólico el don de convertir los toros en vacas, éste le robaba a Sísifo los toros y les tornaba en hembras. Pero llegó un día en el que el de Éfira se dio cuenta de que su rebaño era cada vez más pequeño y el de su vecino cada vez más grande, por lo que comenzó a sospechar y se le ocurrió la idea de grabar en las pezuñas de sus vacas la frase ‘me ha robado Autólico’. De esa manera podía demostrar que se las estaban hurtando. Entonces Autólico, admirado por la inteligencia de Sísifo, le entregó a su hija Anticlea para que tuvieran hijos tan astutos como él.

Sin embargo, Homero lo caracterizó en la Odisea y en la Ilíada como un gobernante ambicioso y cruel, que no dudaba en utilizar la violencia para mantenerse en el poder y evitar perder influencia ante sus adversarios, lo cual le llevó cometer varios asesinatos. Además, no sentía rubor al engañar a las personas y, en general, era descrito haciendo que cumpliese las características de los clásicos embaucadores.

Ciertamente, tener el control casi total de un gran territorio y gobernarlo no era algo poco habitual en esa etapa de la historia helénica, pero Sísifo tuvo la mala fortuna de querer imponer su voluntad infringiendo las normas de Zeus.

Acusó al gran Dios de los helenos de raptar a una ninfa y, al saberlo, Zeus le condenó a morir. Pero en el momento en que Tánatos, la muerte, fue a buscar al rey de los corintios, Sísifo engañó a quien debía llevarlo al inframundo colocándole las cadenas y grilletes que estaban destinados a ser utilizados en él, de modo que no pudiese morir hasta que Ares interviniese. Al llegar el momento, la historia no terminó con Sísifo quedándose en el inframundo. Fiel a su naturaleza perversa y embaucadora, el rey griego le había pedido a su esposa que no realizase los típicos rituales en honor a los muertos, de modo que tuviese una excusa para pedir volver al mundo de los mortales con el fin de castigarla. Este deseo fue satisfecho por Ares, pero Sísifo se negó a volver al dominio de la muerte, por lo que traerlo de vuelta supuso causarles nuevas molestias a los dioses. Y Zeus acabó aplicándole el conocido castigo de empujar la gran piedra, montaña arriba, en un eterno rally.

Este viejo y cansado fraile aún no sabe cuál será la pena que, en esta ocasión, Temis, la diosa de la Justicia y la Equidad, resuelva contra algún ambicioso Sísifo de hogaño.

Profesional de éxito, no llegó a conocer la palabra ‘bastante’, y tal llegó a ser su autoestima que, en lugar de su propio nombre, tituló el espacio en el que ejerce sólo con sus iniciales, AS, aunque nunca sabremos si por considerarse alguien sobresaliente, o por la connotación de las dos letras con la primitiva moneda romana que equivalía a doce onzas.

Esperó el momento propicio para reinar sobre las aguas de Vera. Primero logró gobernar las destinadas al riego de los campos. Pero no fue suficiente. No tardó en urdir la manera de sentarse en la tabla redonda que rige las que abastecen las casas de Vera. Para ello envidó con un órdago sin inmutarse ni lo más mínimo. Total, en cualquier caso, él jugaba, pero el dinero era de otros.

Finalmente, no llegó a cubrir la apuesta, aunque sí lo suficiente para asentar sus reales posaderas en la mesa del consejo. Mientras tanto, el AS rodaba y rodaba campo a través. Tal vez en una de sus incursiones Almanzora arriba viera o viese girar la antigua noria del pozo de la Terrera. Quién sabe si entonces, mientras masticaba el polvo del cauce seco, soñó el espejismo de un río de dinero en el que bañarse, nadar e incluso ahogarse. Sobre la tierra desierta, el agua se convertiría en oro que podría traspasar su indumentaria y entrar hasta lo más recóndito de su ser penetrando por todos los orificios de su cuerpo. Por arriba y por debajo. Por delante y por detrás.

Quizás entonces urdió la argucia que haría posible su sueño. Todo estribaba en aflorar ese río de agua que, como su colega Midas, habría de convertir en el preciado metal. Los gastos para conseguirlo serían sufragados por los mismos que pagaron su puesto en la tabla redonda. Así de sencillo.

Mas, queridos míos, ¿qué podría suceder si trasciende el caso? ¡Ay si alguien osase dar pábulo de las andanzas del AS! Líbrele Zeus o su homólogo, el Júpiter tonante. Y cuídese el AS, no sea que Temis le tenga preparada ya la piedra que haya de hacer rodar eternamente. Vale.