Hitler, el hombre que estremeció al mundo (y 2)


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ADOLFO PÉREZ

Su biógrafo Helmut Heiber aporta datos sobre las formas de vida de Adolf Hitler. Escribe que fiel a su costumbre trasnochaba mucho y se levantaba a las doce. Recibía pocas visitas, con audiencias de escasos minutos, casi siempre dos. Era vegetariano, abstemio desde los 35 años y no fumaba. No era supersticioso, pero creía en el destino de las personas. Una vez que el 30 de enero de 1933 consiguió ser nombrado canciller de Alemania, a fin de reforzarse, en marzo siguiente convocó elecciones en las que obtuvo casi el 44% de los votos. Entonces Hitler exigió al parlamento plenos poderes para cuatro años, que una vez otorgados tenía las manos libres para promulgar cualquier disposición legal, incluso la reforma de la Constitución. Clausuró el parlamentarismo, ilegalizó el partido comunista y prohibió la prensa marxista; además anuló a toda la oposición, de modo que en el parlamento se acabó la pluralidad ideológica, ni se convocaron elecciones, incluso suprimió los sindicatos obreros y las restantes formaciones políticas. Para llevar a cabo esa política de tierra quemada se valió del todopoderoso y despiadado Heinrich Himmler, jefe supremo de las temidas SS (policía militarizada nazi). A los seis meses no quedaba rastro de democracia en Alemania.

Con un haz de leyes aprobadas ex profeso depuró a judíos y marxistas de los servicios del Estado, cuyos puestos eran ocupados por nazis. Cómplice con los altos mandatarios nazis: Joseph Goebbels, Heinrich Himmler, Herman Gôring y Reinhard Heydrich, sin ninguna clemencia se deshizo de los opositores al régimen, ejecutados a quemarropa en la ‘Noche de los cuchillos largos’ (30.06.1934), entre ellos uno de los primeros colaboradores de Hitler: su ‘querido amigo Ernst Röhm’. El vicecanciller Von Papen se libró gracias a la protección prestada por Paul von Hindenburg, presidente de la República, que murió poco después, el 2 de agosto de 1934, muerte que aprovechó Hitler para hacer promulgar una ley que reuniera la presidencia de la República con la cancillería; de ese modo logró ser jefe de Estado y canciller del Tercer Reich.

El régimen hitleriano era fiel reflejo de su creador, desordenado pero eficaz y enérgico, sin reuniones del consejo de ministros, las leyes que se promulgaban eran el reflejo de las órdenes del Führer. Así funcionaba el Gobierno y la administración de una nación de setenta millones de habitantes que a pesar de todo funcionaba. Debido a su intuición, Hitler resolvía los problemas que se presentaban con soluciones viables, pues para él nada constituía una dificultad, su régimen le permitía allanar y eliminar los obstáculos que se interpusieran en su camino. Sobre los asuntos escabrosos y comprometedores, muy delicados, se tenía especial cuidado en que no quedara nada por escrito, para esos asuntos sólo se utilizaba la orden verbal. Su política social surtía un efecto extraordinario sobre las masas. Puso en marcha medidas para hacer real el socialismo de los hechos: préstamos al matrimonio que estimulaban la creación de nuevas familias; descanso y protección a las madres; envío masivo de niños a colonias de vacaciones; casas-cuna, guarderías; obras con nombre tan extraños como ‘socorro invernal’, ‘del hogar, ‘fortaleza mediante la alegría’ y campañas con títulos tales como ‘educación popular’, ‘zonas verdes en la empresa’, ‘belleza del trabajo’, ‘buena iluminación’ o ‘departamento de ocio’ todas ellas pensadas con visión de futuro. Esta política, que supuso un gran esfuerzo, tuvo mucho éxito en un pueblo que salía de la miseria. En el fondo, para Hitler, el pueblo era un mero vehículo para su ambición de poder.

A partir de 1933 el Gobierno nazi levantó en Alemania 160 campos de trabajo y 20 de concentración, que se convirtieron en destino de los oponentes al régimen. El promotor de tales campos fue Heinrich Himmler, jefe supremo de las SS, el cual recluyó en ellos a medio millón de judíos y a aquellas personas consideradas como “elementos indeseables” por los agentes nazis. Ejemplo: oír una emisora de radio prohibida o comunista era motivo grave para ser confinado en aquellos campos. Pocos años después se construyeron los siniestros campos de exterminio fuera de Alemania: seis de ellos en Polonia y uno en Bielorrusia, por los que pasaron unos seis millones de judíos, otras etnias, polacos, prisioneros de guerra, etc., donde perecieron en cámaras de gas o aniquilados por el trabajo. Al término de la guerra infinidad de testimonios dieron cuenta al mundo de la atroz monstruosidad de los nazis.

Ya se ha aludido a la gran cantidad de paro existente en Alemania debido a la profunda crisis económica mundial, en cuya solución fracasó la República de Weimar (régimen alemán entre los años 1918 y 1933). Hitler combatió el paro a fondo mediante una política agresiva de generación de empleo y aportación de dinero. Revitalizó la economía construyendo autopistas y dedicando las fábricas al rearme, más los citados préstamos matrimoniales, etc. La operación fue de gran éxito para Hitler, que afianzó más aún, si cabe, su prestigio. Mientras el mundo se resentía en sus cimientos en un clima de incertidumbre política y económica en los veintiún años del periodo entre guerras (1918 – 1939), Alemania se reconstruía y se armaba por el empuje del Estado totalitario nazi bajo la dirección del führer Adolf Hitler convertido en el hombre del destino alemán, que aspiraba a la unión de los ‘hermanos de raza’ y a engrandecer su ‘espacio vital’, Alemania, lo que llevó a los alemanes, en su ansia de desquite, a entregarse al poder autocrático del führer, que al acceder a la Cancillería quebrantó una y otra vez el Tratado de Versalles de 1919 sin oposición de las naciones europeas, conscientes de que Alemania no había aceptado su derrota y que preparaba su revancha. Y es que tenían muy claro que el trato dado a la derrotada Alemania en la Primera Guerra Mundial fue nefasto para afianzar una paz duradera; era el caldo de cultivo para la venganza, cuyo estallido se produjo en 1939 con el comienzo de los seis años de la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945), trágica factura que de nuevo hubo de pagar Alemania por la política hitleriana: una cruel guerra y la destrucción del Tercer Reich.

Hitler inició su política exterior anunciando (14.10.1933) la retirada de Alemania de la Sociedad de Naciones, así como de la Conferencia de Desarme. En marzo de 1935 estableció el servicio militar obligatorio. Hitler decidió reunir los países y territorios de lengua alemana (el pangermanismo). En el año 1936 ocupó la región renana, lo que causó gran alarma en el ala más conservadora del ejército, hostil a las SS, lo que dio lugar a que apartara a los altos jefes militares de la Wehrmacht y al jefe del Estado Mayor, puesto de mando que asumió él personalmente. En 1938 las tropas alemanas entraron en Austria, que se unió al Tercer Reich formando la Gran Alemania, Hitler fue aclamado en Austria. A Checoslovaquia (nacida en 1918 por la disolución del imperio austro – húngaro en el Tratado de Versalles), la Gran Alemania le supuso estar casi toda ella rodeada por territorio alemán, máxime cuando tenía en su interior la región de los Sudetes (30.000 km2.) con unos tres millones de habitantes, la mayoría alemanes, que Hitler apetecía, hasta el punto de que el 27 de septiembre de 1938 lanzó un ultimátum a Checoslovaquia reclamándole la región, lo que alarmó a las potencias europeas, incluso al papa Pío XI. No obstante, Hitler ocupó los Sudetes y el resto de Checoslovaquia (15.03.1939). Se hizo con el exiguo territorio de Memel (Lituania) y reclamó los distritos alemanes de Polonia. El 22 de mayo de 1939 reforzó su alianza con Italia con la firma del Pacto del Acero.

Pero Hitler tenía en su punto de mira a Polonia, de modo que el verano de 1939 París, Londres, Varsovia y Moscú negociaron para formar una alianza e impedir la invasión de Polonia, pero el 23 de agosto saltó la sorpresa al hacerse público el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin, con el acuerdo secreto de repartirse Polonia. Fueron muchos los intentos de evitar la guerra, pero todo fue en vano. El 1º de septiembre de 1939, con el pretexto de Hitler de obtener un pasillo para la ciudad de Danzig, se inició la invasión de Polonia sin declaración de guerra, que atacada también por la URSS fue aplastada en un mes. Dos días después Gran Bretaña y Francia, aliadas de Polonia, declararon la guerra a Alemania, aliada de la Italia de Mussolini. Y así comenzó la Segunda Guerra Mundial, la más trágica de la historia.

Imposible es dar cuenta somera de los avatares (episodios) bélicos de la guerra. No obstante, cabe decir que en los diez meses siguientes, hasta junio de 1940, la formidable maquinaria de guerra alemana invadió Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Dinamarca, Noruega y Francia, que cayó en cuarenta días; y para abril de 1941 también cayeron Yugoslavia, Grecia y Serbia. Asimismo, la guerra se extendió por el norte de África y Asia. Con la caída de Francia Gran Bretaña se quedó casi sola frente a Hitler, señor de Europa, hasta que en diciembre de 1941 los Estados Unidos entraron en la contienda debido al ataque japonés en Pearl Harbor. Japón formaba parte del Pacto Tripartito, el Eje Berlín, Roma, Tokio, firmado con Alemania e Italia (27.09.1940). Ante su éxito, Hitler se ensoberbeció y el 22 de junio de 1941 atacó por sorpresa a la Unión Soviética en la llamada Operación Barbarroja y se apoderó de varios enclaves rusos, pero fue un grave error suyo pues la Unión Soviética se rehízo y junto con la ayuda del crudo invierno (el llamado general invierno) deshizo al ejército alemán que hubo de rendirse. Famosa fue la batalla de Stalingrado entre el 22 de agosto de 1942 y el 2 de febrero siguiente, con un balance de unos dos millones de pérdidas humanas entre militares y civiles. Vencieron los soviéticos, siendo éste el principio del fin de la guerra. En la Operación Barbarroja fue cuando intervino la División Azul española.

Decisivo para el final de la guerra fue el desembarco de Normandía que el 6 de junio de 1944 llevaron a cabo en la costa francesa tropas USA, británicas y demás, era la Operación Neptuno, que encerró a las fuerzas de Hitler: al este la ofensiva soviética, cuyo ejército llegó hasta Berlín, y por el oeste la acometida aliada. Ambas ofensivas iniciaron el fin de la guerra y de nuevo Alemania fue derrotada.

Mención merece la Operación Walquiria, o sea, la conjura urdida por altos mandos de la Wehrmacht (fuerzas armadas) para eliminar a Hitler y acabar con su régimen y con la guerra. La operación la dirigió el coronel Claus von Stauffenberg, que el 20 de julio de 1944 llevó a la Guarida del Lobo (Prusia oriental, hoy Polonia) una cartera con explosivos que colocó debajo de la gran mesa donde Hitler y su estado mayor iban a estudiar el curso de la guerra. Era el mediodía cuando el coronel dejó la cartera y se fue, pero un militar la corrió con el pie, de modo que al estallar no alcanzó a führer, que fue herido levemente, sí murieron cuatro de los presentes. De la feroz cacería que realizó la Gestapo para detener a los implicados, más de doscientos fueron ejecutados, con ellos el coronel Stauffenberg.

La pinza que le hicieron las fuerzas aliadas a las alemanas a partir del verano de 1944 colocaron a Hitler en una situación tan desesperada que en abril de 1945 se vio rodeado a pocos metros del búnker por las tropas soviéticas, de modo que el día 30, junto a su esposa Eva Braun, que se envenenó, se pegó un tiro. Los cadáveres de ambos fueron incinerados con gasolina cerca de la entrada del búnker. Con su muerte, Hitler dejaba tras de sí una estela de mucho sufrimiento, grandes calamidades y ríos de sangre. Un triste y cruel legado. Por su parte, el pueblo alemán se debatía entre el pánico y el miedo al futuro en una Alemania irreconocible.

Bibliografía: Historiador alemán Helmut Heiber: Hitler. Grandes biografías. Salvat Editores, S. A. Profesor Gastón Castella: De Luis XIV a la Segunda Guerra Mundial. Historia Universal Ilustrada, E. Th. Rimli. Vergara Editorial.