En un momento determinado


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AMANDO DE MIGUEL

Son muchas las ocasiones en las que la persona, en el trance de narrar una experiencia, un acontecimiento, introduce la precisión de “en un momento determinado”. Parece que, con esta morcilla, nada improvisada, el relator confiere verosimilitud a la narración. En realidad, la hace más tediosa, ya que cualquier suceso tiene lugar “en un momento determinado” y no en otro.

Hay algo más profundo, escondido en las entretelas de nuestro espíritu español. Baste consultar nuestra biblia nacional, el Quijote. Son varios los personajes, empezando por Sancho Panza, entretenidos en contar con detalle un suceso vivido. En sus parlamentos, abundan las locuciones de apoyo; sirven para mantener suspensa la atención del oyente, mientras el relator gana tiempo para buscar la palabra apropiada.

Hay que imaginar el sufrimiento de jueces y policías cuando tienen que tomar declaración a los testigos de un suceso punible. Sin llegar a tal extremo, todos practicamos la misma técnica de introducir locuciones, vacías de sentido, en los relatos que hacemos; son parte de nuestra vida cotidiana de relación. Los más refitoleros insisten en lo que parece un ingenioso juego de palabras: “Esto lo digo por activa, por pasiva y por perifrástica”. Hay otras muchas fórmulas sin demasiado sentido, que se dejan caer impunemente, buscando la emoción del oyente: “Qué quieres que te diga”, “A mayor abundamiento”, “¿Por qué no decirlo?”. En la misma línea, se manejan algunas reiteraciones consentidas, que tampoco dicen mucho por sí mismas: “Nada más y nada menos”, “Al fin y a la postre”, “Única y exclusivamente”, “Pero, sin embargo”, “Propios y extraños”. Los más decidores (siguiendo a Sancho Panza) suelen intercalar algunos dichos, en los que abundan las comparaciones dislocadas, como “Comulgar con ruedas de molino”, ”Confundir el culo con las témporas”, “Meterse en un jardín” o “Estar a años luz” (para cualquier distancia o lapso).

El narrador procura dar el mayor énfasis a la descripción de los hechos vividos, por vulgares que pudieran parecer. Un procedimiento sencillo es el de anteponer el adverbio, “absolutamente”, a cualquier adjetivo.

En España, la ciencia pertenece, todavía, a un mundo arcano. Por eso, al insistir en que algo se produce “a ciencia cierta” concede un extraordinario plus de seguridad a la afirmación que sigue. No importa que, para los científicos, la “certidumbre” suela ser algo recóndito. Nada hay más inestable que una teoría científica. Últimamente, se ha impuesto la muletilla de “si bien es cierto”, que repite una autoridad sanitaria, a través, de la televisión.

Animo al curioso lector a que complete por sí mismo estas observaciones sobre el uso de algunas locuciones, que empleamos todos, para conceder verosimilitud a nuestros parlamentos y conversaciones. Me remito a un reciente libro de Gustavo C. Carrasco, Dichos coloquiales, refranes, aforismos, proverbios y citas (Barcelona, 2021, editado por el autor).

Lo fundamental es retener un principio utilísimo: en el lenguaje cotidiano, hay muchas palabras o expresiones, que no significan nada por sí mismas. Se emiten como relleno de la conversación para dar una sensación de seguridad. El oído filtra todos esos añadidos, a sabiendas de que su función es la de un simple adorno. No solo de pan vive el hombre. ¡Bien lo sabía Sancho Panza!