Fascistas y antifascistas

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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Pretender que el fascismo es una realidad en la España de 2021, es como alertar de los peligros de la política de Narváez, o proclamar que es preciso pararle los pies al carlismo. El coco, para asustar a los niños, tiene que tener cierta verosimilitud. Parece evidente ¿no?

Hablar de estas políticas antañonas es la consecuencia de exhumar las políticas y las retóricas de los tenebrosos años treinta, mérito que corresponde a José Luis Rodríguez Zapatero, que borró la Transición de un plumazo y, en el túnel del tiempo, nos hizo regresar virtualmente a una de las épocas más siniestras de la Historia, para ver si podía, como en la vieja serie de televisión, modificar los resultados y las actuaciones, nada gloriosas, de nuestros compatriotas y de los europeos todos de esos terribles años. Y de paso, a falta de ideas propias, sacar tajada política de ello.

Pedro Sánchez, heredero natural de este planteamiento, aunque más inteligente que Zapatero, cosa de escaso mérito, ha prolongado, con sus voceros mediáticos, la vigencia del espantajo. Secundado eficazmente con el hoy caído Pablo Iglesias, otro joven con ideas viejas.

Los que se reclaman “antifascistas” en nuestros días son jóvenes desorientados y mal informados, cuyo antifascismo se limita felizmente a tirarles huevos o adoquines a un supuesto enemigo materializado, que no responde con los mismos medios, como correspondería a cualquier buen fascista que se precie.

Hay quien piensa que lo contrario al fascismo es el “antifascismo” encarnado por la izquierda, y que el comunismo como ideología, es el no va más del antifascismo. Pues no señor. Otra falsedad. Fascismo y Antifascismo son dos animales, distintas subespecies de la misma especie. La especie es el totalitarismo. Un concepto que fue nuevo en los años treinta acuñado por un ex-socialista: Benito Mussolini. Y que básicamente era un eslogan “Todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Demasiado todo. Por eso cuando oigo hablar de la defensa “de lo público”, no puedo evitar cierto escalofrío.

El régimen que implantó este concepto felizmente no duró hasta nuestros días, y su promotor acabó colgado de las patas en una gasolinera de Milán. Pero el otro gran sistema político que igualmente suscribiría su lema casi íntegramente duró hasta 1989. No había grandes diferencias: la única diferencia es que el uno perdió la Segunda Guerra Mundial, y el otro fue uno de los vencedores, pagando , eso si,un inmenso precio por esa victoria. Pero su similitud es tan evidente que solo basta leer un poco de historia para guardarse en los bolsillos el adoquín y reflexionar un rato. El Tratado Alemán-Soviético de Amistad, Cooperación y Demarcación (y sus protocolos secretos), firmado en 1939, por el que Hitler y Stalin, previo a la invasión de Polonia, debería bastar para comprender las asombrosas similitudes del fascismo y del presunto “antifascismo”.

Lo verdaderamente antifascista es justamente la democracia liberal. La democracia “popular” es solamente una apelación al Estado como ese todo del que no se puede salir, que ordena nuestras vidas hasta en los más mínimos detalles. Por nuestro bien claro.

Un periodista norteamericano dijo en cierta ocasión que solo hay un verdadero derecho humano : el de hacer lo que a uno le de la gana. Y en correspondencia solo hay una verdadera obligación cívica: la de asumir las consecuencia de nuestros actos.

Hay quien abdica de su responsabilidad individual y la deposita en ese estado-padre, que nos lleva de la mano desde la cuna hasta la tumba. Hoy, todavía, como decía Tocqueville persisten quienes nos pretenden evitar la molestia de pensar y la pena de vivir.