El lenguaje sobre la españolidad


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AMANDO DE MIGUEL

El término “españolidad” lo utiliza Miguel de Unamuno como abstracción necesaria para tratar de las singularidades o rasgos característico del pueblo español, de su manera de entender la vida. Lo contrapone al “españolismo”, que es la caricatura trazada por los “trogloditas”. Es otro palabro unamuniano para aludir a los escritores más bastos; hoy, diríamos, los ideólogos.

En la época contemporánea, un gran adelanto en el conocimiento del hombre ha sido el estudio de la personalidad, la vida psíquica o interior de los individuos. En seguida, se ideó que, metafóricamente, se podría analizar la psicología colectiva de distintos grupos, hasta llegar a las naciones. Se calculó, incluso, que se daba una especie de “espíritu del pueblo” o de “carácter nacional”. Se extremó, así, la concepción organicista de la sociedad. Permaneció la noción, muy estimulante, de que se podía analizar el modo de ser, la mentalidad característica de diferentes grupos. Tal presunción constituye la base de las ciencias sociales.

Hace más de un siglo, todas estas ideas nuevas fructificaron en un elenco de historiadores, escritores y “publicistas” (no confundir con “publicitarios”). Se dispusieron a interpretar la historia de España desde el punto de vista del sujeto colectivo, el alma popular o nacional. El inventario de rasgos peculiares del pueblo español servía para explicar la conducta de los personajes influyentes en la vida pública. A la tarea, se aprestaron muchos “hispanistas”, los investigadores extranjeros sobre las cosas de España. Es lástima que ese honroso gremio de los “hispanistas” se haya restringido a los autores extranjeros. Miguel de Unamuno protesta (era lo suyo) para poder introducir a los escritores españoles en la misma cofradía. En cuyo caso, arguye el vasco de Salamanca, habría que etiquetarlos a todos como “hispanólogos”. Por desgracia, la propuesta no prosperó. Los hispanistas siguen siendo extranjeros; eso sí, entusiasmados con la vida española, por lo que tiene de “diferente”.

Es hora de reivindicar la tradición de los analistas, empeñados en precisar los rasgos del “alma española”, su mentalidad, con un criterio científico o, por lo menos, sistemático.

La primera providencia es que, frente a la creencia de algunos historiadores, los rasgos de la españolidad no sirven para todas las épocas. Conviene limitarse a la época contemporánea, los dos últimos siglos, como máximo, en los que se dispone de suficiente información.

No hay que confundir el conjunto del pueblo español con la estricta minoría de los escritores. Muchas de las especulaciones sobre la españolidad son, en el fondo, un autorretrato de la clase de los “escribidores” o intelectuales.

Hay que quitarse de encima el temor a generalizar, tan típico de los historiadores. No basta con acumular observaciones sobre la vida de los españoles de uno u otro periodo. Es menester sintetizar algún tipo de generalización, aplicable al conjunto de la sociedad. Implícita va, siempre, la comparación con otros países, culturalmente, cercanos.

Uno de los sesgos más notorios, en los estudios sobre la mentalidad de los españoles, es que los rasgos descritos se deducen a partir de la conducta de algunas figuras epónimas. Sueles ser personajes influyentes, a veces, dibujados como protagonistas literarios. Don Quijote es el más destacado. Claro, que don Quijote es ininteligible sin Sancho Panza. Tal dualidad es, ya, una de las principales características del “alma española”.

Últimamente, la generalización de las encuestas sociológicas o las escalas psicológicas nos facilitan la idea de que el hipotético carácter social se determina de forma numérica, susceptible de comparaciones. Señala Francisco Ayala (sociólogo y novelista) que la psicología colectiva del pueblo español, su “estado mental”, se perfila, sobre todo, por los extranjeros que nos visitan. Luego, los naturales del país procuran representar, con un cierto “resentido orgullo”, ese estereotipo, que han fijado los hispanistas foráneos. Al final, todo se reduce a una estupenda ficción literaria, llena de prejuicios. Empero, vale la pena ponerse a reflexionar sobre esa realidad colectiva, utilizando todo tipo de fuentes de conocimiento. Siempre, es mejor saber que ignorar.