El lenguaje en torno a la comida


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AMANDO DE MIGUEL

La acción cotidiana de “comer” procede del verbo latino edere, que es tanto consumir como destruir. La deriva se ve, más fácil, en el inglés eat o en el alemán essen. En castellano, se necesita el acompañamiento del prefijo “com”, visible en “comunidad, compañía, comunicación”, etc. Es claro, pues, que, para los españoles, el acto de “comer” implica hacerlo junto a otras personas, conversando entre ellas.

Se parte de una necesidad orgánica, la de nutrirse de forma regular y establecida. De ahí, la clásica fórmula de las tres o cuatro comidas diarias. En la primera página del Quijote se relata, minuciosamente, en qué consistían para nuestro hidalgo. Lo de “un palomino, por añadidura, los domingos” indica la austeridad de la dieta de entonces. Es interesante el “desayuno”, literalmente, dejar de ayunar. Es una expresión equivalente en francés y en inglés.

Se comprende el trauma colectivo de la actual pandemia del virus chino para los españoles, más allá de la pérdida de vidas humanas. Se han visto obligados a reducir, y hasta eliminar, las comidas con las personas no convivientes y que forman su “círculo íntimo”.

La base de la alimentación española tradicional ha sido el pan, una simple mezcla de harina, agua, sal y levadura, cocinada en el horno. En castellano, “ganar el pan de cada día” equivale a los ingresos necesarios para vivir. Hace un siglo, los españolea adultos consumían, como media, un kilo de pan al día. Hoy, la colación de esa vianda básica no pasará de los 50 gramos. Bien es verdad, que se añaden los ingredientes fundamentales en otras presentaciones (pasta, tortitas, pasteles). En griego, el bollo o bizcocho se dice magdalía; de ahí nuestras “magdalenas”, que nada tienen que ver con María de Magdala o Magdalena, el personaje bíblico.

El hombre, para sobrevivir, necesita unos 50 elementos nutrientes, contenidos en las plantas, los animales y (en menor medida) los minerales. No existe ningún alimento completo, excepto la leche materna, y, solo, para los infantes. La ambrosía o el maná son alimentos míticos, inexistentes en el mercado, a pesar de algunas aproximaciones publicitarias.

Lo interesante es la inmensa variedad de las formas de presentación de los alimentos., sobre todo, después de haberse elaborado en la cocina. En ese proceso interviene la “cultura”, una palabra que, en su origen, significaba el cultivo de las plantas. El dominio del fuego (saber encenderlo y apagarlo) fue definitivo en el progreso culinario y, definitiva, el orto de la civilización. Hay diversas palabras asociadas con el fuego, lo que revela su importancia cultural: hoguera, hogar, fogón, hogaza, horno, etc.

Es evidente la relación de la ingesta de alimentos con la salud. Decía un aforismo medieval: modicus cibi, medicurs sibi. El juego de palabras se puede traducir: “Los alimentos en cantidad moderada son el mejor médico de uno mismo”. Claro, que, con la misma lógica, los alimentos y la bebida, de forma inmoderada, pueden resultar perjudiciales.

Aunque pueda parecer difícil de creer, en todas las épocas y sociedades, la humanidad ha tenido que sufrir la escasez de alimentos. En la sociedad tradicional, destacaba una institución de las clases acomodadas: el “ama de llaves”. Los alimentos se guardaban bajo llave en las despensas y otras piezas reservadas de la casa. Todavía, hoy, se producen hambrunas recurrentes en una buena parte del mundo.

Por mucho que la comida sea imprescindible para sobrevivir, el hecho notorio es que se come y se bebe, también, como un elemento de distinción. Se añade a otros símbolos de bienestar, como la vivienda, la ropa, el coche, las joyas, etc. Se atribuye al filósofo Ludwig Feuerbach, a mediados del siglo XIX, el aforismo “el hombre es lo que come” (que en alemán es un juego de palabras). La verdad es que tal pensamiento llevaba repitiéndose mucho tiempo, en diversas lenguas.

Es tan elemental la función alimentaria que, en la sociedad contemporánea, la “huelga de hambre” se ha practicado como forma extrema de protesta contra los desmanes autoritarios.

Está por catalogar cuáles son los alimentos típicos de una cultura, tal es su variedad. En España, bastaría el ajo y el aceite de oliva como alimentos peculiares, aunque, comunes a otros pueblos mediterráneos. Son sabores gratos al paladar español (en su justa medida, claro), pero, pueden desagradar a las personas de otras culturas. El plato elaborado más característico es el cocido, en sus varias versiones. Hasta bien entrada la Edad Moderna, se llamaba “olla podrida” o “poderida” (por el mucho poder de calorías). Se trata de un guiso de varias clases de carnes, embutidos, garbanzos, fideos y vegetales; elementos asequibles al hogar donde se cocina. En tiempos recientes, ha ganado el primer puesto la “paella”, originariamente, valenciana: arroz con todos los ingredientes comestibles que sean menester. El cocido o la paella son los típicos platos, que exigen la compañía de un grupo de comensales.