De tontos y sus cómplices


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PEPE BALLESTA

CON CIERTA FRECUENCIA, plumas más autorizadas que la mía han tratado sobre los tontos y sus diversas clasificaciones. Todos hemos utilizado y hemos oído en multitud de ocasiones expresiones como “tonto del bote”, “tontolaba”, “tonto del to”, “tonto de remate”, “tonto del capirote” o “tonto desde que sus padres eran novios”. Jaime Campmany, que tan buenos ratos me hizo pasar con sus columnas, era un gran conocedor de esta singular especie de ser humano. En la actualidad, Pérez Reverte, Juan Manuel de Prada y otros se han ocupado del tema.

Yo quiero reflexionar hoy sobre el “tonto insensato”, que es aquel que, no sabiéndose tonto, pretende gobernar a los demás. Lógicamente, este espécimen no encerraría ningún peligro si, como consecuencia de su idiotismo, no lograse su propósito. Pero ocurre a veces, con no poca frecuencia, que personas con esta peculiar característica llegan a ocupar puestos de responsabilidad. Tenemos ejemplos por todos conocidos en el Gobierno, en las Cortes, en los parlamentos autonómicos y en todo tipo de administración pública. Pero, curiosamente, no sucede en grandes empresas privadas. En éstas se asciende por méritos y eficacia demostrada. Cuando no es así, sencillamente, se van al garete.

Nos centramos, por lo tanto, en el “tonto insensato” que alcanza su propósito de llegar a gobernar a los demás, es decir en el “tonto político”, especie que ya hemos convenido que abunda más de lo deseable.

La primera reflexión es la siguiente: si un tonto que no se sabe tonto pretende ser incluido en una lista electoral y lo consigue, ¿qué calificación merecen quienes lo han consentido? Y la segunda no puede ser otra: si ese tonto, además de entrar en la lista, logra ser elegido, ¿qué consideración merecen sus electores?

Muy a mi pesar y a fuer de ser sincero, he de entonar el mea máxima culpa, en más de una ocasión he votado una opción con tonto incluido. Pero es que nuestra horrenda, injusta y absurda ley electoral nos lo pone muy difícil. Qué hacer ante una lista cerrada contaminada. Si no votas o lo haces en blanco puedes favorecer a la opción política que no deseas o no consideras conveniente para tu tierra. Si las listas fuesen abiertas, toda la responsabilidad recaería en el elector que tendría la obligación de informarse debidamente antes de poner la cruz ante el nombre elegido. En ese caso, si un tonto alcanzase el poder sería, como dijo el Barón de Itararé, porque sus electores lo merecen.

Escribo todo esto en una tarde soleada de esta singular Semana Santa, circunstancia que forzosamente condiciona a quien pertenece a una familia católica y de fuerte tradición cofrade. Llevo además en los genes, tanto por vía materna como paterna, una fuerte carga de vocación de servicio. Por todo ello, pido licencia para la siguiente reflexión que nada tiene que ver con el nivel de inteligencia de nuestros políticos, pero que sí espero que haga pensar a alguien.

Hace ya más de dos mil años que nació en Belén, en el seno de una humilde familia de artesanos, un hombre que hoy conocemos como Jesús de Nazaret. Era un momento de la historia de la humanidad en el que los poderes, en todas las regiones del mundo, eran omnímodos y los ciudadanos eran súbditos prácticamente esclavizados. Aclaro que trato de referirme al Jesús humano con la esperanza de que me acompañen en la reflexión personas de cualquier tipo de convicción.

En ese ambiente y con esos condicionamientos propios de sociedades gobernadas por tiranos con la complicidad de religiones corruptas, Jesús propone la separación de poderes y entre la religión y el estado – “A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” -. En un mundo socialmente tan poco evolucionado, nos habla de justicia social y propone la igualdad de oportunidades, el premio al trabajo y la eficacia y la protección al desafortunado – parábola de los talentos -. Y no olvida la presunción de inocencia y la equidad y proporcionalidad de la justicia – “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” -. En una sociedad en la que la mujer era invisible, la visualiza y la hace protagonista. En esas circunstancias, exige la redistribución de la riqueza – el rico y el camello, la atención al enfermo y al necesitado, etc. -. Y, sobre todo, repite sin cesar que nos amemos – “amaos los unos a los otros como yo os he amado”, “ama al prójimo como a ti mismo”, “no quieras para los demás lo que no quieres para ti”, “ama a tus enemigos”. Más de veinte siglos después, no sería un mal compendio para cualquier programa político de la actualidad.

Al final, claro, lo mataron. Pero dejó el encargo de la propagación de su doctrina a doce hombres a los que no se les puede negar su eficacia. Aquí andamos unos cuantos miles de millones de seres humanos convencidos de que en su doctrina está el secreto para la convivencia y el progreso de la humanidad.