El lenguaje de la democracia


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AMANDO DE MIGUEL

La democracia es una palabra-talismán, el ideal generalizado de la organización política. Todo el mundo quiere ser demócrata, o mejor, democrático. Habría que recordar la ingeniosa definición, atribuida a Winston Churchill: “La democracia es el peor de los regímenes políticos, excluidos todos los demás”.

La aceptación universal de la democracia puede resultar engañosa, pues, se trata de una voz con distintos significados. La prueba es que necesita adjetivos para entenderla de uno u otro modo. Así, “democracia orgánica” (para vender, mejor, el régimen autoritario del franquismo) o la “democracia popular” (la dictadura comunista). Puede ser motejada como “democracia burguesa” o “capitalista” por algunas ideologías de izquierdas. Muchos entienden que debe ser una “democracia liberal”, “parlamentaria” o “presidencialista”, entre otros atributos. Hay, incluso, un partido “democratacristiano”.

Sin llegar a adjetivarla, la verdadera democracia es una organización del Estado, que pretende la sucesión pacífica de los Gobiernos, mediante elecciones regulares. El procedimiento exige la competición de partidos políticos (de izquierdas o de derechas). Se añade una aceptable “división de poderes”, con el fin de lograr el equilibrio entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial.

Hasta aquí, el aspecto formal de la democracia, que es básico. Se completa con la sustancia, esto es, el reconocimiento de los derechos o libertades de la población. Por ejemplo, las libertades de expresión, de reunión, de cultos, de la propiedad privada, etc. Es fundamental la seguridad jurídica. Conviene advertir que, para algunos tratadistas y doctrinas, la simple aceptación de los valores democráticos es, ya, una cuestión ideológica, de derechas o de izquierdas. Eso hace que la implantación, y más aún, la consolidación de un sistema democrático no sea una operación fácil y sin conflictos. La prueba es que, por mucho que el ideal democrático resulte de sentido común, el hecho es que su realización, con un mínimo de calidad, sea una excepción en la historia.

Se suele considerar que el éxito de una democracia estable lo han conseguido una buena parte de Europa, Estados Unidos y los países de la Commonwealth británica (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc.). Aun así, caben intermitencias y degradaciones del sistema democrático. El método de las elecciones regulares y pacíficas implica el reconocimiento del principio de las mayorías. No obstante, en la práctica, una democracia de alta calidad equivale al respeto y protección de las minorías. Se trata de un ideal de difícil realización.

La clave de una democracia está en que funcione bien el sistema de elecciones regulares y pacíficas. Al menos, por este lado, en la actual democracia española se observa que la violencia es muy escasa, con ocasión de las campañas electorales y los correspondientes comicios. En el lenguaje español hay lugar para un extraño rasgo: el “plural festivo”. Así, decimos “Navidades, Carnavales, vacaciones”, en plural, aunque se refieran a un suceso singular. Pasa lo mismo con una elección política concreta, que se denomina “elecciones”, en plural. Por lo mismo, se dice “comicios” al rito de una elección dada, que suele ser en día festivo. De igual forma, se llama “primarias”, en plural, a la elección de la directiva de un partido.

Cierto es que, excepcionalmente, en la democracia española, se han producido algaradas y otras formas de violencia, con ocasión de algunas campañas electorales. Lo curioso es que, últimamente, esos sucesos violentos los llevan a cabo bandas, que, a sí mismas, se etiquetan como “antifascistas”. Es claro que tales acciones de agitación son típicas de los movimientos totalitarios, como el fascismo o el comunismo. Para que una democracia funcione de acuerdo con el ideal, se requiere una base social previa, que no es fácil de alcanzar. A saber, un grado razonable de igualdad social. La ausencia de tal requisito explica el fracaso de muchos intentos democratizadores; por ejemplo, el de la II República española, hace 90 años.

Los estudios sobre la democracia se han fijado en el valor de la “estabilidad” del sistema; por ejemplo, en si la oposición es leal, o no, para “los que mandan”. Mi idea es que resulta más interesante investigar el valor de la seguridad y la tranquilidad para el grueso de la población.