Luis I, fugaz rey Borbón de España, siglo XVIII


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ADOLFO PÉREZ

Pienso que son pocos los españoles que tienen noticias del rey español Luis I cuyo reinado fue tan breve que sólo duró casi ocho meses; no ofrece, pues, episodios de interés dado su fugaz paso por el trono español, pero merece la pena escribir un artículo sobre su figura para saber algo de él.

Corría el año 1700, fin del siglo XVII, cuando el 1º de noviembre fallecía en Madrid Carlos II el Hechizado, último rey de la Casa de Austria española, que muerto sin descendencia designó en su testamento como heredero de la corona de España a Felipe de Borbón, duque de Anjou, que reinó con el nombre de Felipe V, el cual, después de ganar la guerra de Sucesión contra el pretendiente al trono español, el archiduque Carlos de Austria, se afianzó en el tronó y reinó en dos etapas. La primera hasta 1724 en que abdicó en su hijo Luis, a la sazón príncipe de Asturias, pero fallecido éste 290 días después, de nuevo Felipe V hubo de ceñir la corona hasta su muerte en 1746.

Felipe V era de salud robusta, pero su neurastenia y sus escrúpulos lo habían llevado al último grado de abatimiento, lo que supuso que gobernara Isabel de Farnesio, su segunda esposa, asistida por el marqués de Grimaldo. Pero la idea de la abdicación prendió con fuerza en su ánimo, que ni la influencia de la todopoderosa reina fue capaz de convencer. Así es que la corte española y las cancillerías europeas se sorprendieron por el decreto de 10 de enero de 1724 en virtud del cual Felipe V abdicó la corona de España en el príncipe de Asturias, don Luis, y en su defecto en su hermano don Fernando, que cuando murió su padre reinó con el nombre de Fernando VI. No se procedió, como era obligado, a la reunión de las Cortes del reino. Cuatro semanas después, el 9 de febrero de 1724, se celebró en Madrid la solemne proclamación del nuevo rey, que el pueblo acogió con entusiasmo, especialmente por ser nacido en España.

Luis I nació en Madrid el 25 de agosto de 1707. Físicamente era algo feo y de gentil apostura. Dado que era un adolescente cuando murió, es difícil definirlo a esa edad. Los contemporáneos afirman que heredó la inteligencia de su madre, María Luisa de Saboya, y la rectitud moral de su padre, hacia el que siempre mostró una respetuosa sumisión. El marqués de San Felipe dice de él: “Era sumamente liberal, magnánimo e inclinado a complacer a todos; la libertad de que gozan los reyes no le había contaminado la voluntad, y aunque contaba solo dieciséis años, no se le descubría vicio alguno, tenía gran aplicación al despacho y deseo de comprender y acertar. Era aficionado a la pintura y dibujaba regularmente; bailaba con el mayor primor y muy gentil”.

Para suplir la inexperiencia del nuevo rey Felipe V le asignó un selecto grupo de consejeros duchos en los asuntos de Estado. El rey Felipe se retiró al palacio de La Granja con una renta anual de 600.000 ducados, más el dinero suficiente para las obras del complejo residencial de La Granja. Sin embargo, como la situación económica era difícil a causa de los dispendios de Alberoni, dos de los consejeros propusieron a Luis I una rebaja de la renta anual de sus padres a lo que el monarca se opuso, ocasionando en Felipe V un sentimiento de tristeza, de modo que cuando volvió a reinar apartó con tal dureza a ambos consejeros, que uno de ellos, el marqués de Lebe, murió del disgusto.

Debido a la insaciable ambición maternal de Isabel de Farnesio (segunda esposa de Felipe V, madrastra de Luis I), que deseaba que una hija suya fuera reina de Francia, dio lugar en 1721 al pacto matrimonial con el regente de Francia en el sentido de casar a la hija pequeña de Felipe V con Luis XV de Francia y a don Luis, príncipe de Asturias, con Luisa Isabel de Orleans, hija de Felipe de Orleans, regente de Francia, y de Francisca María de Borbón, que por cierto era hija ilegítima de Luis XIV. El enlace tuvo lugar el 20 de enero de 1722 en la villa de Lerma. El príncipe de Asturias tenía catorce años y la princesa francesa, que nacida el 9 de diciembre de 1709 le faltaba mes y medio para cumplir trece años, aún no núbil hasta los catorce años en que se le permitió hacer vida marital con su esposo. Parece ser que Luisa Isabel llegó a nubilidad en el verano de 1723, de modo que para el 25 de agosto, onomástica del rey y su decimosexto cumpleaños, al fin tuvo lugar la anhelada coyunda entre Luis e Isabel, aunque llegado el momento el rey debió tener problemas en este aspecto pues le escribió a su padre pidiéndole consejo a fin de tener con su mujer coyundas placenteras, que por lo visto logró.

A los dieciséis años el rey Luis I comenzó a reinar con la precocidad propia de los Borbones. Con un rey tan joven y un reinado tan corto, de apenas ocho meses, poco hay que contar salvo el poco decoroso proceder de su esposa Luisa Isabel, que enturbió su efímero reinado y escandalizó a la rigurosa corte. Su padre, seguramente con la idea de la abdicación, lo introdujo en las reuniones del Consejo, en los que, según cuenta un testigo presencial se distinguió por su aplicación e inteligencia, virtudes superiores a su edad. Este testigo expresa el agrado del rey ante los méritos de su heredero. En su muy breve reinado, de sólo 229 días, demostró tener cualidades de claridad y firmeza de juicio, así como de una gran delicadeza.

A la vista de cómo se había producido la abdicación, es probable que Felipe V hubiera deseado apartarse de la acción de gobierno, aunque es difícil imaginar que la ambiciosa e intrigante Isabel de Farnesio (la madrastra) permaneciera resignada en el tranquilo retiro de La Granja sin intervenir en los asuntos de Estado. Y como resultaba que el nuevo rey era muy devoto de su padre y le consultaba todo, fue el caso de que siguieron gobernando la madrastra y el marqués de Grimaldo.

Como ya se ha indicado, especial relevancia tuvo en el reinado de Luis I el comportamiento deplorable de su esposa, motivo de gran escándalo. El escritor Juan Balansó nos cuenta en su obra “La Casa Real de España” detalles y episodios de la estancia en la corte de Luisa Isabel. Su abuela, la duquesa viuda de Orleans, decía de ella que no era fea, que tenía los ojos bonitos, la piel blanca y fina, la nariz bien formada y la boca muy pequeña, pero, sin embargo, decía de ella que era la persona más desagradable que había visto en su vida en todos conceptos, hasta el punto de que no vertieron ni una lágrima en su despedida. Además de sus desaires al rey, gustaba de extravagancias, frases desenvueltas y escabrosas, muy glotona y frecuente bebedora hasta la embriaguez. Era muy descocada en el vestir paseándose con escasa honestidad ante la servidumbre de palacio. Tan escandalosa conducta dio lugar a mordaces críticas y disgustos a su marido, que fue la angustia de su reinado, angustia que el joven rey reflejaba en los escritos a sus padres. Según cuenta la Historia de España del marqués de Lozoya, parece cierto, y así es confirmado por documentos que el rey se consolaba de su soledad saliendo de noche con sus pajes, disfrazados de chulos, para cometer la travesura de robar melones en los melonares cercanos al palacio del Buen Retiro madrileño. No obstante, amaba a su esposa, una mujer que no carecía de atractivos.

Como ya se ha dicho, la reina Luisa Isabel bebía hasta embriagarse, gustaba de exhibirse ligera de ropa con pocas concesiones a la decencia. El embajador inglés Stanhope informaba a su gobierno: “No hay nada que justifique la conducta inconveniente de la reina. A sus extravagancias como jugar desnuda en los jardines de palacio; a su pereza, desaseo y afición al mosto; a sus muestras de ignorar al joven monarca, responde el alejamiento de don Luis hacia ella”. Los escándalos de la soberana culminaron con el asunto Magny. Un día estaba la reina en la huerta de palacio, muy ligera de ropa, sin medias ni enaguas, subida en una escalera cogiendo fruta. Resultó que tuvo miedo de caerse para lo que pidió ayuda a gritos. El marqués de Magny, en funciones de mayordomo, acudió a socorrerla y no pudo evitar ver sus interioridades. Y sucedió después que la reina se quejó a sus suegros de que el marqués había intentado ultrajarla, denuncia que dio lugar a ser desterrado. El lamentable suceso fue aireado por la propia Luisa Isabel, alborozada por lo ocurrido.

Tan escandalosa era la vida licenciosa de la reina que el rey Luis, harto de reprenderla, decidió recluirla, para lo cual fue detenida públicamente en la calle el 4 de julio de 1724 y confinada en el alcázar de Madrid donde permaneció bajo la vigilancia de la condesa de Altamira, camarera mayor. La detención tuvo un enorme eco en España y Europa. Cuenta la crónica que después de los dieciséis días de confinamiento de la reina tuvo lugar el conmovedor encuentro y reconciliación de aquellos reyes – niños. Pocos días después Luis I cayó víctima de la viruela, la petite virole, que había diezmado a la casa de Borbón, y que se le complicó con una pulmonía. Luisa Isabel cumplió heroicamente con su deber estando a su lado sin desmayo todo el tiempo, hasta que se contagió. Luis I murió el jueves 31 de agosto de 1724, cuando hacía seis días, el 25, que había cumplido diecisiete años. En su testamento, redactado el día antes, devolvía la corona a su padre, Felipe V.

Tras la muerte del rey, el mismo día la reina Luisa Isabel cayó enferma de viruelas (de las que se curó), desamparada por todos, atendida por dos sirvientas. Ni la abnegación demostrada cuidando a su marido, ni la grave dolencia que padecía, ni la pena que abrumaba a aquella muchacha de quince años fueron capaces de conmover el corazón de Isabel de Farnesio, que la devolvió a Francia. Casi nadie se enteró de su marcha, la despedida de los reyes fue glacial y el pueblo se mostró indiferente. En París se instaló en el palacio de Luxemburgo. El 16 de junio de 1742, víctima de hidropesía, falleció a la edad de 32 años. Fue enterrada en la iglesia parisiense de San Sulpicio. En Madrid se celebraron solemnes funerales y se guardó un luto de tres meses, todo de acuerdo a imperativos de la etiqueta.

Así vivió Luisa Isabel de Orleans, quinta hija del regente de Francia, princesa de Asturias y reina de España. No cabe duda que su escandalosa vida se debió a una educación muy deficiente, criada en la licenciosa corte francesa de Versalles.

Bibliografía: Escritor Juan Balansó Amer: La Casa Real de España. Marqués de Lozoya: Historia de España. Profesor Ciriaco Pérez Bustamante: Compendio de Historia de España.