Leyenda de Fernando IV el Emplazado, rey de Castilla


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ADOLFO PÉREZ

La historia de España es rica en hechos y acontecimientos de diversa índole, con hombres y mujeres de distinta condición que le han dado brillo a su tierra o han merecido el reproche. Una historia salpicada de leyendas más o menos reales que gusta leer como la protagonizada por el rey de Castilla, Fernando IV el Emplazado, cuyo sobrenombre es el argumento que da lugar a una dramática leyenda que sobrecoge el ánimo del lector. Se trata de un rey ‘emplazado’ ante la justicia divina por dos hermanos sentenciados a muerte, que ahora veremos.
Fernando IV el Emplazado era hijo de Sancho IV el Bravo y de María de Molina, nació en Sevilla el 6 de diciembre de 1285 y reinó entre 1295 y 1312. Su reinado fue insignificante en la historia de España, aunque el joven rey castellano siempre estuvo deseoso de cumplir con sus deberes. En el reinado de su padre, que era hijo de Alfonso X el Sabio, ocurrió el episodio de Guzmán el Bueno en Tarifa. Sucedió que Sancho IV para impedir la invasión de los peligrosos benimerines se alió con Jaime II de Aragón y Mohamed II, rey de Granada. En la campaña cayó en poder de Sancho la plaza de Tarifa, que para el rey castellano suponía dominar el estrecho de Gibraltar. Pero resultó que en el pacto de los tres reyes se acordó que Tarifa sería entregada al rey granadino, lo que no cumplió el rey Sancho, que sí se quedó con las plazas que a él le correspondían. La negativa dio lugar a la guerra con Granada en la que ocurrió el dramático episodio de Guzmán el Bueno.
El rey de Granada para hacerse con Tarifa ahora se alió con los benimerines y a ellos se unió el traidor infante don Juan, hermano del rey Sancho. Al efecto se preparó en Tánger una expedición que en el verano de 1294 se dirigió contra Tarifa sin que la escuadra aragonesa pudiera detenerla. La expedición iba mandada por el traidor infante don Juan, que en el sitio de Tarifa se apoderó de un hijo de Alonso Pérez de Guzmán (Guzmán el Bueno) que mandaba la plaza. El infante don Juan le ofreció devolverle a su hijo mediante la entrega de Tarifa, pero Guzmán el Bueno, en un alarde de lealtad y patriotismo, desde una almena le lanzó al infante traidor una daga para que degollara a su hijo, acompañado de unas palabras al efecto. El resultado fue que el muchacho murió degollado y Tarifa se salvó. La realidad de este hecho está acreditada por la historiadora Mercedes Galbrois de Ballesteros. Si Andalucía se salvó se debió al heroico Guzmán el Bueno, ejemplo de lealtad entre tanta traición. Él salvó a Andalucía de ser nuevamente musulmana. En cambio, la turbulenta nobleza ensombreció el reinado de don Sancho, que se vio obligado a tomar grandes represalias sobre ellos. El buen rey murió en 1295 cuando preparaba la toma de Algeciras.
Según la historiografía, el reinado de su hijo Fernando IV el Emplazado fue luctuoso y desastroso. Cuando murió su padre tenía diez años y quedó bajo la regencia de su madre, la inteligente doña María de Molina, que con mano fuerte y hábil política supo desvanecer muchos peligros, aunque no pudo dominar totalmente la anarquía de Castilla, agravada con las pretensiones al trono de Alfonso de la Cerda (heredero de la corona de Castilla por el testamento de su abuelo Alfonso X el Sabio). En tal ambiente de mendacidad y traición doña María le hizo frente a todos con tenacidad e inteligencia admirables. Cuando el monarca alcanzó la mayoría de edad la levantisca nobleza influyó para que le pidiera cuentas a su madre, una acción tan desagradecida que causó a su madre un profundo dolor, después de conseguir con denuedo preservarle el trono de Castilla. En este deplorable reinado en el que hubo de hacerse frente a enemigos exteriores e interiores, el rey logró la renuncia del pretendiente De la Cerda, siendo el hecho más afortunado la toma de Gibraltar por Guzmán el Bueno con la ayuda de los aragoneses. El patriota Guzmán murió poco después en una heroica campaña y en 1312 moría también el rey Fernando IV al que sucedió su hijo Alfonso XI.
La crónica de la época relata una versión popular que liga directamente la muerte de Fernando IV el Emplazado con la leyenda de los Carvajales, caballeros acusados de haber asesinado a un valido del rey. El escritor Juan Eslava Galán nos cuenta los detalles de la leyenda. Cuando una noche el valido del rey Juan de Benavides salió de una posada en Palencia fue atacado por dos individuos embozados que lo apuñalaron y le dieron muerte sin darle opción a defenderse. Los testigos no pudieron identificar a los forajidos dada la oscuridad y la rapidez del ataque, de modo que parecía que el crimen iba a quedar impune. Pasado un tiempo el rey inició la guerra con Granada para lo que era necesario tomar primero Alcaudete, a cuyo fin las huestes reales acamparon en Martos (Jaén), y allí le llevaron a dos caballeros, los hermanos Pedro y Juan de Carvajal, sobre los que recaían sospechas de ser los autores de la muerte de Benavides, pero sin aportar prueba alguna, sólo indicios.
Indicios que el rey aceptó como pruebas terminantes y condenó a muerte a los hermanos. Para nada le valieron a los condenados sus protestas de inocencia, incluso el rey ordenó que la ejecución se llevara a cabo inmediatamente y de forma tan cruel que sirviera de escarmiento entonces y en el futuro. El procedimiento que se preparó para la ejecución sería encerrar a los hermanos en sendas jaulas de hierro guarnecidas de clavos y cuchillas interiores y despeñarlas por el precipicio de la Peña de Martos, donde caería rodando entre riscos y peñas. Una muerte sobrecogedora por su terrible crueldad.
Como de nada les valió a los hermanos Carvajal declararse inocentes y una vez enterados de su condena a muerte, emplazaron solemnemente al rey para que compareciese ante el tribunal de la justicia divina treinta días después de cumplida la sentencia. En la Edad Media era frecuente acudir a la justicia divina, a los juicios de Dios, con el fin de verificar la culpabilidad o inocencia de un reo a falta de pruebas en un sentido u otro. Pero en esos juicios se sometía al culpado a pruebas terribles. Ejemplo: hacer caminar al acusado con un hierro candente en la mano. Si a los tres días se le había curado a la pobre víctima la horrible quemadura era declarado inocente, de no haberse producido la curación era porque Dios lo consideraba culpable. Así es que en este ambiente de juicios de Dios fue emplazado Fernando IV por los hermanos Carvajales, que fueron despeñados por el precipicio de la Peña de Martos, rodando las jaulas por la ladera abajo con los sangrientos despojos de ambos hermanos, hasta llegar al llano donde el pueblo se había congregado.
Pasados unos días de cumplida la sentencia el rey enfermó gravemente, lo que hizo necesario su traslado a Jaén para ser tratado de la enfermedad. Al cabo de unos días comenzó a recuperarse, de modo que cuando llegó el 7 de septiembre, fecha del emplazamiento, para satisfacción de todos, el joven rey había recuperado la salud y con buen humor se burló de los que habían temido por su vida. Se retiró a echar la siesta y cuando fueron a despertarlo lo encontraron muerto, así que el emplazamiento se había cumplido. El rey era un joven de veintisiete años, de constitución débil y tuberculoso como su padre. Al parecer era dado al exceso en la comida y la bebida. Un estudio médico, que muchos historiadores admiten, apunta en que en aquellos días sufría una pleuresía con abundante supuración que le produjo una trombosis coronaria, causa directa del óbito.
Sobre la leyenda, a través del tiempo se han realizado profusos estudios de investigación con diferentes resultados, unos que no han dudado de su verosimilitud y otros que han sostenido lo contrario. En general los historiadores actuales creen que la leyenda es una farsa. No obstante, a Fernando IV se le sigue llamando el Emplazado y los libros de historia siguen contando la leyenda.