La siempre española Cataluña (1)


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ADOLFO PÉREZ

La verdad es que me es grato escribir un artículo referido a la Historia de la región catalana, igual que gratifica hacerlo sobre cualquier otra región. En mi consulta a la “Historia mínima de Cataluña” de Jordi Canal, leo que el profesor catalán se pregunta: “¿Cuándo y cómo surgió Cataluña?” Una pregunta sobre la que merece la pena escarbar sobre su historia para conocer algo de su origen y naturaleza dentro del contexto general de la historia de España.

Las tierras catalanas situadas entre los Pirineos y el Mediterráneo han estado habitadas desde la prehistoria según acreditan los vestigios hallados. En el Neolítico, miles de años antes de Cristo, ya se practicaba la agricultura y la ganadería y además se trabajaba la cerámica. Fenicios y griegos mantuvieron contacto con los pueblos costeros. En el interior, entre los siglos VI y I a. de C., el territorio estuvo habitado por los iberos, que son la esencia de la población española, los cuales dieron su nombre a la península ibérica. En el año 218 a. de C. entraron los romanos por Ampurias a fin de coger por la espalda al cartaginés Aníbal que los combatía en Italia. Vencido el cartaginés los romanos tomaron la península en la que extendieron su civilización. En la división territorial del nordeste había dos colonias de derecho romano: Tarraco y Barcino (Barcelona), y ciudades de derecho romano: Gerunda (Gerona), Iluro (Mataró), Baetulo (Badalona) o Ilerda (Lérida).

Sobre la penetración del cristianismo en el nordeste de la península, los datos más antiguos se remontan al siglo III, ya en el VI había ocho obispados con la sede metropolitana en Tarragona. El imperio romano, dividido desde finales del siglo IV entre oriente y occidente, se vio atacado por los pueblos germánicos procedentes del norte de Europa, entre ellos los visigodos que saquearon Roma en el año 410, y en los siguientes hicieron incursiones en Hispania. Las tierras de la actual Cataluña y Valle del Ebro fueron las últimas que estuvieron bajo dominio romano, caído en el año 476. Ambos territorios quedaron integrados en el reino visigodo de Tolosa (Toulouse) al norte de los Pirineos. Ya entre los años 567 y 711 los visigodos establecieron un reino unificado en Hispania. Al producirse en el año 589 la conversión de Recaredo al catolicismo, la religión católica se convirtió en la oficial del Estado, siendo la Tarraconense una de las cinco diócesis hispanas. Pero las luchas internas entre los visigodos dieron lugar, tras la muerte del rey Witiza en el año 710, a la entrada de tropas islámicas en la península en el año 711, que invadieron la península en poco tiempo, excepto los núcleos montañosos del norte donde se guareció gran parte de la aristocracia visigoda. Mientras que algunas ciudades acataron a los árabes, como Lérida o Ampurias, otras resistieron y fueron tomadas, entre ellas Barcelona. Las tropas musulmanas exploraron y saquearon los lugares del norte de los Pirineos, hoy en Francia.

Las tierras que conformaban Cataluña en el siglo IX eran una zona de frontera, la llamada Marca Hispánica, de los francos que gobernaban la Galia (Francia), los cuales usaban las marcas (fronteras) para delimitar su imperio respecto a otros pueblos. En este caso la Marca Hispánica estaba delimitada por los ríos Segre, Cardener y Llobregat que la separaban de la España musulmana (Al Andalus). Los musulmanes traspasaron los Pirineos y conquistaron Narbona, pero fueron detenidos por los francos en la batalla de Poitiers. Esta batalla dio lugar a que en la mitad del siglo VIII los francos entraran en el sur de los Pirineos, llegando a ocupar Gerona (785) y Barcelona (801). La Marca Hispánica se dividía en condados: Ampurias, Rosellón, Barcelona, Gerona, Besalú, Osona, Cerdaña, Pallars, Urgel y Ribagorza, que estaban gobernados por condes designados por los reyes francos (carolingios). El conde y el obispo gobernaban el condado en nombre del rey franco. La autoridad de la marca era el marqués, origen de tal título nobiliario.

Hasta el último tercio del siglo IX los condes de la Marca Hispánica eran de origen franco. La gran distancia que separaba los condados del rey franco hizo que los condes fueran siendo poco a poco más autónomos, con un vasallaje cada vez más endeble, hasta que en mitad del siglo IX las disputas en la cúspide del imperio franco y su fragmentación, junto con la solidez alcanzada por los señoríos y linajes de los condados catalanes, dieron lugar a que Wifredo el Velloso, conde de Cerdaña y Urgel, se independizara de hecho pero no de derecho de los reyes francos en el año 870, más tarde, en 878, gobernó también los de Barcelona y Gerona, incluyendo Besalú y Osona. El conde Wifredo asoció a su familia a regir tales territorios, de modo que el gobierno de tres condados: Besalú, Rosellón y Ampurias lo asignó a sus hermanos y cuñados. Asimismo, fortaleció su linaje frente a la aristocracia de los francos, a la vez que convirtió su poder en hereditario y patrimonial. El conde Wifredo murió en el año 897 luchando con el valí musulmán de Lérida. Su desaparición dio lugar al reparto territorial entre sus descendientes.

La debilidad del imperio carolingio supuso que los condados catalanes se emanciparon a finales del siglo X. A partir de la muerte de Wifredo el Velloso (897) fue el tiempo de los once condes autónomos que le siguieron hasta llegar al conde Ramón Berenguer IV con el que Cataluña se integró en la corona de Aragón por su casamiento con Petronila de Aragón (1137). En ese tiempo de más de un siglo no fue sencilla la vecindad de los condes con los musulmanes de Al Andalus. Bien entendido que una parte del territorio catalán permaneció durante el siglo VIII bajo el dominio musulmán, que ante el poderío califal los condes barceloneses lograron de la corte andalusí la paz y la seguridad fronteriza a cambio de concesiones y sumisión. Hasta el año 930 la política matrimonial de las casas condales de la marca entre los Pirineos y el Llobregat se caracterizó por la endogamia, las uniones entre parientes a pesar de la prohibición eclesiástica y la ley visigoda facilitaba la solidaridad familiar y evitaba la dispersión del patrimonio. En esta época se impulsó la colonización de las tierras del centro de la futura Cataluña donde predominaba la pequeña propiedad agrícola sustentada por la vid y los cereales, siendo el pan la base de la alimentación. Se restauró el obispado de Vic y se fundaron los monasterios de Santa María de Ripoll y San Juan de las Abadesas, ambos en Gerona.

Como los musulmanes deseaban recuperar su esplendor, se lanzaron a la guerra santa a partir del año 976. Era el tiempo de Almanzor (“el victorioso por Alá”), que lanzó sus razias (incursiones) contra los cristianos de la península hasta apoderarse de Santiago de Compostela, que fue arrasada y de la que se llevó un inmenso botín con las campanas del templo para usarlas como lámparas en la mezquita de Córdoba, aunque respetó la tumba del apóstol. Lanzó también su ofensiva contra el condado de Barcelona, que supuso la destrucción de Mataró. Tres años después fue derrotado en Torá por la alianza de los condes de Barcelona, Cerdaña, Urgel y Besalú. No puede decirse lo mismo de la llamada Cataluña nueva, que formó parte de Al Andalus entre los siglos VIII y XII, la cual se desmoronó con la fractura del califato en reinos de taifas a partir del año 1031 y las sucesivas conquistas de que llevaron a cabo los reyes de la corona de Aragón. En el inicio del nuevo milenio, principio del siglo XI, se produjeron cambios sociales, presididos por la inseguridad y la violencia. La aristocracia puso en cuestión la autoridad de los condes y se propuso someter a los campesinos y apropiarse de una parte importante del producto de su trabajo, lo que ocasionó rebeliones contra el régimen condal. A mediados del siglo XI hay signos de servilismo social y económico del campesinado, sometimiento de los payeses, convertidos en siervos. La pequeña propiedad evolucionó hasta formar parte de la gran propiedad feudal.

La sociedad feudal tuvo como resultado que el conde Ramón Berenguer I promulgara el “Código de los Usajes”, que jurídicamente instauraba el feudalismo. A este conde le sucedieron sus dos hijos gemelos Ramón Berenguer II, Cap d’Estopes (por su cabello rubio), y Berenguer Ramón II el Fratricida. Ambos gobernaron conjuntamente entre 1076 y 1082 firmando con la fórmula: “Nos duos fratres Comites Barchinonenses” (Nos, los dos hermanos condes de Barcelona). Aunque la herencia era ‘pro indiviso’ (no dividida); transcurridos tres años surgieron discrepancias entre ellos hasta el punto de que fue necesario repartir el legado paterno entre los hermanos, de forma que cada uno vivía una parte del año en el palacio condal de Barcelona. Pero las desavenencias entre ellos se hicieron insostenibles y en 1082 el conde Cap d’Estopes fue asesinado cuando cazaba, de inmediato las sospechas recayeron en su hermano. La crónica cuenta una bella leyenda del suceso: Cuando Cap d’Estopes cazaba, su hermano le traspasó con un venablo. Entonces el conde y sus cómplices arrojaron el cadáver al paraje llamado ‘Gorg del conde’ (poza del conde), pero el azor que solía llevar el asesinado en un puño, y que había quedado vagando en aquellos parajes, guio con su vuelo a los monteros de su señor al lugar donde yacía. Luego, el ave fiel voló delante del cortejo hasta las gradas de la catedral de Gerona donde se rindió muerto. Cuando el capiscol y el cabildo salieron a recibir el cadáver y quisieron entonar el salmo “Subvenite sancti Dei”, solo pudieron pronunciar la frase bíblica: “Ubi est Abel, frater tuu?” (¿Dónde está Abel, tu hermano). El conde muerto dejó un hijo con un mes.

El hijo del conde muerto fue Ramón Berenguer III el Grande (1096 – 1131), su primera esposa, María, era hija del Cid. Fue el verdadero fundador de la grandeza catalana. Si su política exterior fue brillante, también fue eficaz su política de unificación de Cataluña con la vinculación al condado de Barcelona de varios condados catalanes. Al morir repartió sus dominios entre sus hijos, dejando los condados catalanes del sur de los Pirineos (los peninsulares) a Ramón Berenguer IV el Santo, que con sus conquistas territoriales completó la reconquista del territorio catalán con la toma de varias ciudades, lo que le permitió repoblar la fértil comarca de Tarragona. Gran éxito de este conde fue convertirse en príncipe de Aragón por sus esponsales con la infanta Petronila, hija de Ramiro II el Monje de Aragón, el rey de la leyenda de la Campana de Huesca. Los esponsales se celebraron cuando ella apenas tenía dos años y él iba a cumplir veinticuatro (1137). El matrimonio se hizo efectivo trece años después, cuando Petronila llegó a la pubertad. Les sucedió su hijo Alfonso II el Casto, primer rey de la corona de Aragón.

Al parecer fue con Ramón Berenguer III cuando en un texto de 1110 apareció por primera vez el gentilicio “catalanes” y el topónimo “Cataluña”, donde se narra la cruzada contra Baleares, aunque no es probable que los habitantes se dieran por aludidos con el gentilicio. La cultura alcanzó entonces un gran nivel. El arte románico es una prueba de ello, basta ver las muestras de pintura mural de las iglesias del valle pirenaico de Boí. Las instituciones eclesiásticas y los clérigos tenían el casi monopolio de la cultura y la escritura. El monasterio de Santa María de Ripoll tuvo un gran prestigio, cuya biblioteca sirvió de puente con el saber andalusí.

Para saber del origen de la lengua catalana hay que remontarse en el tiempo. El inicio del catalán tuvo lugar en el nordeste peninsular y sur de la Galia (Francia) a partir del latín vulgar introducido por los antiguos legionarios romanos convertidos en colonos. Desde entonces la lengua hablada estuvo en continua evolución. Es imposible saber cuándo el latín vulgar evolucionó a una inicial lengua catalana. Hay filólogos que apuntan a que pudo ser en los siglos VII y VIII. Sí se sabe que el acceso del catalán a la escritura tuvo lugar en el siglo XI. Aunque es evidente que el catalán es la lengua primaria de Cataluña nunca ha sido la única pues la pluralidad lingüística ha sido una realidad, donde la lengua castellana se abrió paso en la región catalana en los siglos medievales.

Es en el siglo XX la bandera de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo se convirtió en la bandera oficial de Cataluña, la llamada señera, cuyo origen ha dado lugar a interesantes polémicas entre historiadores y heraldistas. Para ello es preciso trasladarse a los primeros siglos medievales. Según una leyenda fue el rey franco Carlos el Calvo, otras versiones aseguran que fue Luis el Piadoso, el que otorgó a Wifredo el Velloso un escudo con cuatro barras rojas en agradecimiento a los servicios prestados en la guerra. Se cuenta que el conde fue herido en la batalla y el rey, su señor, mojó los dedos en la herida y dibujó cuatro rayas en el que hasta entonces había sido su blasón dorado. No parece ser verdadero este bello relato debido a que los hechos habrían tenido lugar en el siglo IX. Sin embargo, los emblemas heráldicos sobre escudos datan, en Europa, en el siglo XII. No obstante, el relató se extendió a lo largo de los siglos con gran difusión. Otra opción barajada es que las cuatro barras rojas son copiadas de Aragón.

Desde que se constituyó en el siglo XII, a la unión de Aragón y Cataluña se la ha denominado corona de Aragón, pero el nacionalismo ha creado confusión de términos para designarla como confederación catalano – aragonesa, reyes de Cataluña y Aragón, condes – reyes o reino de Cataluña cuyo fin es la supremacía de Cataluña. Al respecto el historiador catalán Jaime Vicens Vives tiene escrito que eso es puro infantilismo que crea confusión y se molesta a los aragoneses. La certeza histórica es clara: la unión dinástica de la corona de Aragón es que cada una de las partes mantenía sus tierras, sus instituciones, sus leyes y sus costumbres. La realidad es que eran dos territorios y dos pueblos unidos bajo un mismo rey. Cierto es que la corona de Aragón fue fecunda, prodigando bondades para todos.

Como se ha visto, la corona de Aragón tuvo su origen en la boda de la reina Petronila de Aragón con el conde barcelonés Ramón Berenguer IV, que con la boda recibió el título de príncipe de Aragón. Al morir el conde en 1162 la reina Petronila abdicó la corona en el hijo mayor, entronizado como Alfonso II el Casto (1162 – 1196), primer rey auténtico de la corona de Aragón de los trece monarcas que siguieron en los 354 años que pasaron hasta la muerte en 1516 del último de ellos, Fernando II el Católico, padre de la reina Juana la Loca, primera reina titular de España en su conjunto. La minoría de edad del rey Alfonso II fue breve y difícil. Heredó la Provenza de su primo Ramón Berenguer y después amplió su poderío con el Rosellón. Le sucedió su hijo Pedro II el Católico (1196 - 1213), padre de Jaime I el Conquistador (1213 – 1276), uno de los grandes monarcas de la Reconquista. Conquistó las islas Baleares, lo que supuso la seguridad marítima. Con la conquista de Valencia y otras ciudades, Jaime I completó la reconquista del levante.

Bibliografía: Jordi Canal: Historia mínima de Cataluña. Profesor Ciriaco Pérez Bustamante: Compendio de Historia de España. Marqués de Lozoya: Historia de España.