Hacia la tormenta


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

La República no es nada, un mero nombre sin cuerpo ni forma.
Julio César.

Los sucesos, propios de repúblicas bananeras, del Capitolio americano, inerme ante gamberros y máscaras, han hecho caer bastante la cotización de la democracia más consolidada del mundo. El sistema estadounidense se ha puesto de forma inimaginable al nivel de los sucesos y algaradas que en Cataluña nos produjo esa misma vergüenza ajena , propia en nuestro caso caso. Allí ha habido cinco muertos.

Al menos en nuestro caso solo quedó la imagen deprimente de contenedores, destrozos y escupitajos que proyectó al mundo entero la que presumía de ser la región más adelantada y culta de España. Lejos de ser un alivio no deja de ser un síntoma preocupante. Las cosas cambian deprisa en estos tiempos. Pero no tanto.

Estaba en esos momentos terminando un interesante libro (“Hacia la tormenta: el comienzo del fin de la República Romana”) que cuenta con ritmo de película de suspense la deriva de aquella República Romana, orgullosa de eliminar la aborrecida monarquía del mítico rey Tarquino el Soberbio, hasta el cesarismo y el imperio en el que desembocó, empujado por oscuros e ilustres personajes: los hermanos Graco, Mario, Sila, Pompeyo, Craso y Julio César como epítome y colofón de un largo capítulo.

Más de dos mil años después, siguen fascinando al mundo occidental con historias de personalismos, caudillos, dictadores, tiranos, no siempre forzosamente criminales, que, justo cuando parecen reliquias de tiempos superados por nuestro mundo moderno, vuelven a reaparecer con firmeza.

La iconografía y la arquitectura del Capitolio, de factura clara y evocadoramente clásica, rodeada de gentuza invitada por un incomparable Presidente que daría miedo si no fuese tan ridículo, invitaba a la comparación de aquellos momentos en los que la República rindió sus normas e instituciones a un dictador que, lejos de representar el papel en los tintes blancos y negros, con los que se dibuja en nuestros días esta figura teórica, quizá para conjurarla, fue valorado positivamente por sus conciudadanos, que no acogieron con la alegría que se le podría suponer, su asesinato en las escalinatas del Senado. A veces pasan estas cosas. La razón pocas veces se impone y pocas veces convence.

Incluso en Estados Unidos, la polarización República-Régimen Unipersonal, por llamarlo de alguna forma, es más que evidente ahora, rompiendo algunos sagrados principios de lo que por tener apenas doscientos años, pensábamos que nunca sucedería en un sistema cuasi perfecto.

Aunque Trump, víctima de sus excesos de histrión, era una caricatura de sí mismo, no se puede ignorar que setenta millones de americanos lo han votado.

La historia, muta en sus formas, pero la fascinación de la tiranía y el descrédito de las fórmulas representativas – y viceversa- sigue un ciclo periódico que, sustancialmente, se repite en su alternancia como un patrón. Cambiante en los aspectos formales pero persistente en lo que significa la valoración de la forma de gestión del poder en cualquier colectividad: un Imperio o una Comunidad de Vecinos.

La tentación totalitaria no desparece de sociedades e instituciones que, como la República romana, fijaron desde sus primeros tiempos un sistema político y jurídico para evitar la concentración del poder en una sola mano. La tentación totalitaria, el líder providencial, sigue acechando en las sombras. El Capitolio de Washington no está tan lejos, después de todo, de la vieja colina de Roma.