El busilis de las palabras


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AMANDO DE MIGUEL

Se comprende que algunas expresiones nuevas se refieran a las incidencias de la vida corriente. Nuestros abuelos no las entenderían. Sin embargo, se da también el fenómeno contrario. Hay locuciones aferradas a un pasado remoto, que no se colige cómo se han mantenido, pues sus elementos nadie los entiende. Tómese, por ejemplo, las “vestiduras”, una palabra que nadie emplea. Pero, con naturalidad, la gente sigue diciendo que “se rasga las vestiduras” para el hecho de escandalizarse, indignarse, protestar de un modo solemne y un tanto hipócrita o exhibicionista. Se conoce que era un gesto de la cultura hebraica de hace miles de años, fuera de uso desde entonces. Pero queda la reliquia de ese giro grandilocuente.

Una vez más, tengo que referirme a la contaminación del inglés. El castellano procede, básicamente, del latín. Por eso, la voz “plausible” significa “loable, merecedor de aplauso, apoyo, reconocimiento”. Pero casi nadie emplea ese terminacho con su auténtico sentido. Se impone la influencia arrolladora del inglés, en el que esa misma voz, pronunciada de otra manera, indica algo así como “probable, pero no tanto”, “justificable, pero con dudas”, “honrado, pero con ciertas reservas”, “convincente, pero no muy de fiar”. Es decir, todos esos sentidos rebosan de cautelas, cosa que no ocurre con el plausibilis latino. Por lo visto, los aplausos, para los antiguos romanos, eran sinceros. En nuestra cultura hipócrita pueden ser, en ocasiones, para quedar bien.

Ya sabemos que algunas voces se acompañan de un sentido valorativo: pueden indicar, polarmente, algo vituperable o encomiástico, hiriente o edificante, desdeñoso o admirativo. Tomemos una ilustración, igualmente, contraminada del inglés: “versátil”. En latín, versatilis es algo que se mueve, voluble, como una veleta. De ahí vino el sentido despreciativo de un individuo versátil, como inconstante, un veleta. Sin embargo, a través del inglés versatile, indica que una persona es aguda, con agilidad mental, que se lleva bien con otras y que ejecuta tareas diferentes con naturalidad. Es decir, la misma voz, en una y otra cultura, se muestra con sentidos, polarmente, opuestos. Tal es la ambivalencia resultante, que, en castellano “versátil” puede significar cualquiera de los dos sentidos casi opuestos. Todo depende del tono como la usemos en el lenguaje oral y del contexto del discurso en el escrito. Comprendo que es una dificultad para los que aprenden el idioma castellano, pero la cosa tiene su gracia. El uso de la lengua es, también, un juego.

En España, la familiaridad con el inglés omnipresente y mal aprendido nos ha acostumbrado a utilizar muchas palabras según el sentido anglicano, por simple imitación. Conviene deslindar el sentido originario o auténtico de las palabras de la forma imitativa o vulgar.

Otro ejemplo. El “desafío”, en su origen, es un acto dramático y violento de retar a alguien, para comprobar cuál de los dos es más competente en el uso de las armas personales. De tal confrontación se desprende de qué lado está razón. Es una idea un tanto absurda, pero ha funcionado durante siglos. Seguramente, se imponía para evitar males mayores. Ahora, el “desafío” es otra cosa, más propia del sentido competitivo, típico de la sociedad anglosajona. Supone el gusto de enfrentarse a un riesgo, una dificultad estimulante y superable con tesón. Ya no se desafían dos caballeros pundonorosos, sino cualquiera que tenga que enfrentarse a la dureza de la vida, naturalmente, para superarla. Una vez más, las palabras (que están vivas) pasan, graciosamente, del polo afrentoso al admirativo, o, por lo menos, pierden el sentido dramático originario.

Queda por explicar lo del “busilis” del título. Es una especie de broma léxica. La expresión latina in diebus illis (= por aquellos días, en aquel tiempo) es una muletilla con la que suelen empezar algunos Evangelios en su versión latina. Los escolantes la repetían, para hacer broma, como el “busilis”. El chiste se encuentra, ya, en el Quijote. La palabreja ha quedado como el intríngulis o la dificultad de las cosas cotidianas.