Oír y escuchar, una confusión


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AMANDO DE MIGUEL

Cuidado que es sencilla la distinción entre estos dos verbos: oír y escuchar. “Oír” es percibir los sonidos; también los articulados de las voces humanas. “Escuchar” equivale a prestar atención a esos mismos sonidos. La diferencia es paralela a la que existe entre “ver” (percibir imágenes con los ojos) y “mirar” (disponerse a aplicar el sentido de la vista a algo que interesa). (Cabría establecer otros paralelismos entre “oler” y “olfatear”, o “tocar” y “palpar”). En resumen, oír y ver son el resultado o la aplicación de los correspondientes sentidos. Escuchar y mirar representan actos de la voluntad, de la intención. En la realidad, es mucho lo que oímos y poco lo que escuchamos.

Bien es cierto, en el habla corriente, que pueden intercambiarse los dos pares de verbos, pero conservando, siempre, la identidad de cada uno de ellos. Recuérdese que, en el lenguaje, no hay, propiamente, sinónimos, sino voces afines o emparentadas. Lo que llama la atención es la tendencia última, en España, a sustituir la acción de “oír” por la de “escuchar”, especialmente, cuando se trata de percibir las voces humanas, a través, de la radio o de la tele. Se crea, así, una especie de ilusión respecto a esos medios: uno parece “escucharlos” siempre, por una especie de cortesía o de adoración. La realidad es que, con frecuencia, uno los “oye”, como quien oye llover, como música de fondo.

Se cuenta de María Moliner, la autora del famoso Diccionario del uso del español, cuando descolgaba el teléfono, que llamaba, no recurría al imperativo “diga”, sino al más comedido “oigo”. No ha cundido tan sabio consejo léxico. Tampoco tendría mucho sentido repetir los famosos versos escolares: “Oigo, Patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto…”. Simplemente, en la España actual, el verbo “oír” ha sido sustituido, en casi todos los casos, por el de “escuchar”. Ignoro las causas y consecuencias de tal capricho. Yo solo doy fe sociológica de lo que sucede.