La armonía según Rufián


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Rufián, ese charnego vergonzante que nos gobierna por persona interpuesta, ha manifestado que quiere acabar con los paraísos fiscales españoles. Mejor dicho, quiere empezar, al menos, con “un paraíso fiscal”: la Comunidad de Madrid.

Por fin un hombre de Estado aparece en el panorama político.

Sería hermoso, de ser cierto. Y un acicate para enrolarse con él en esa lucha por la igualdad ante la ley fiscal, desigual y variopinta, que asaetea los bolsillo de los españoles de forma distinta según la autonomía en que resida. Una de las viejas banderas de los padres fundadores del izquierdismo patrio.

No falta para ello el habitual eufemismo: “armonización”. Qué bella la armonía, qué feo el coro de ranas. Qué justa la igualdad de la cama de Procusto.

Aún recuerdo una ley que, en el pasado, pretendió exactamente lo mismo, con aquél su bello nombre que pocos recuerdan: la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico). Fue descabalgada, hace muchas lunas, de nuestro ordenamiento jurídico por un inmisericorde Tribunal Constitucional.

Eso de armonizar al parecer iba entonces contra la autonomía. No se puede tener todo.

La Comunidad de Madrid, y con ella su autonomía, se ha convertido ahora, a los ojos del inconstante progresismo, en un sistema dañino, una Isla de la Tortuga que atrae riquezas de otras comunidades más sociales que se gastan, llevados por su humanitarismo, lo que tienen y lo que, si no se lo gastasen, dejarían a sus nietos.

Hasta el barrio de Salamanca se desplazan, en alas de su insolidaridad, empresarios, aristócratas, prelados, ganaderos y rentistas. Manos muertas que se obstinan en no pagar impuestos y que son seducidas por esos beneficios fiscales concedidos en Madrid, y que producen desazón y pesar en los que consideran que una política fiscal dura, o sea, justa, les proporcionaría los fondos necesarios para sus fines de progreso.

Lo que ayer era reaccionario hoy es progresista. Y viceversa. La variedad multiforme de los quesos y las tierras de España, que ayer se exaltaba, hoy se denigra. Qué curioso.

Y lo hace un tío separatista contribuyendo a la confusión general en la gobernación de un país de cuya existencia afirma, con Zapatero, ser concepto discutido y discutible. No le basta con centrarse en su lucha por la independencia, sino que, desde esa posición, resulta que se preocupa por España y su cacofonía fiscal.

Yo pensaba que al pensamiento progresista le iba el florido y multicolor mundo medieval de alcabalas, portazgos, baronías, señores apegados a la tierra, dueños de vidas y haciendas y celosos de su fronteras interiores. Algo parecido a la floresta varia de decisiones sanitarias y educativas que se riega y alaba desde posiciones políticas que un día fueron reaccionarias y hoy, mira por donde, son progresistas. ¿Acaso no ganamos una guerra carlista los partidarios de los fueros viejos? ¿cómo van a compartir los pícaros andaluces normas con los honestos vascongados o los industriosos catalanes?

Ese aburrido centralismo de la Revolución francesa acabó con el hermoso mundo antiguo de las diversas y policromas taifas en las que el señor tenía siempre cerca al siervo y por tanto se preocupaba mucho de los verdaderos problemas de la gente.

Ya se sabe que proximidad entre gobernante y gobernado es contacto directo con el administrado, para mejor servirle, claro.

¿Y no sería más deseable que el poder, ese mal, necesario para el que lo sufre en sus carnes, estuviera al menos lo suficientemente lejano para no advertir su constante presencia en las nucas del ciudadano?

Por eso saludo con atropellado entusiasmo lo que me parece una manifiesta rectificación del pensamiento progresista y sus heraldos mediáticos, y me sumo al combate:

que el régimen fiscal se armonice e iguale según aquel viejo principio socialista: “De cada cual según sus capacidades (económicas), a cada cual según sus necesidades (infinitas)”.

Armonícese, con violencia y cuanto antes, lo que en los reinos de las españas pagamos los españoles.

Estamos tardando en suprimir los regímenes forales, antiguallas del carlismo y que cada español, por fin, pague según sus capacidades (económicas) para subvenir a los desventurados que tienen infinitas necesidades.

Por fin estoy de acuerdo en algo con Rufián. A ver si llega pronto la vacuna.