Carlos II el Hechizado, rey de España, siglo XVII


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ADOLFO PÉREZ

Como sabemos, cinco fueron los reyes de la Casa de Austria que reinaron en España entre los siglos XVI y XVII, el segundo completo, los cinco eran descendientes directos entre ellos. Su dinastía suele dividirse en Austrias mayores: Carlos I y Felipe II, llamados así por la excelencia de sus reinados. Los otros tres: Felipe III, Felipe IV y Carlos II, que ocuparon todo el siglo XVII, son los llamados menores por iniciarse con ellos, en orden descendente, el declive del Imperio español. Como ya he tratado en sendos artículos los reinados de Felipe III y Felipe IV, ahora el turno es para el tercero: Carlos II, llamado el Hechizado por las razones que después se verán. El historiador Juan Balansó concibe este reinado como la “crónica de un infortunio”.

Como ya se vio en mi artículo sobre Felipe IV, a pesar del dolor por la muerte de su primera esposa, al monarca se le hizo necesario contraer un segundo matrimonio con el fin de intentar conseguir un heredero del que carecía tras la muerte del príncipe Baltasar Carlos. La elegida fue su sobrina Mariana de Austria, de escaso atractivo físico, hija de su hermana María Ana y del emperador alemán Fernando III. Cuando se celebró la boda el 7 de octubre de 1649 el rey tenía cuarenta y cuatro años y ella casi quince. Los frutos de aquel matrimonio fueron cinco, de los que sólo dos llegaron a adultos: Margarita María y el que sería Carlos II.

En la madrugada del domingo 6 de noviembre de 1661 nació en Madrid don Carlos, príncipe de Asturias. Con este alumbramiento existía en la pareja real la preocupación propia sobre la salud del recién nacido después de la experiencia de ver malogrados los infantes anteriores. El niño nacido ahora era muy endeble, enfermizo y raquítico, hasta el punto de que comenzó a andar pasados los tres años, sin apenas poderse tener en pie, y además, a los cuatro años continuaba mamando en el pecho de una de las catorce nodrizas que tuvo hasta entonces. Así era la perspectiva del reinado de Carlos II, que comenzó a la muerte de su padre el 17 de septiembre de 1665 cuando el príncipe contaba cuatro años, al que hubo que destetar pues no era lo más recomendable que el rey de España fuera un lactante. Para el pueblo español, que tenía la esperanza de que cambiara la fortuna nacional de tantos reveses como venía padeciendo con Felipe IV, fue una gran decepción que la sucesión la encarnara un niño enfermizo, cuyo porvenir era sombrío para el trono español, resultado de la política matrimonial de los Austrias españoles con sus desatinados enlaces consanguíneos con mujeres de su linaje. El nuevo rey que a los nueve años no sabía leer ni escribir, aunque desde niño mantuvo el concepto de su dignidad real. Y el colmo fue la regencia de su madre, Mariana de Austria, mujer de corta inteligencia, de carácter infantil, terca en sus juicios y antipatías. Como alemana de corazón, no llegó a comprender al pueblo que rigió, manteniéndose siempre aislada, salvo en los asuntos del Estado en los que desarrolló una política impopular y torpe confiada a dos validos: el jesuita alemán Everardo Nithard y Fernando Valenzuela, torpemente elegidos.

El prestigio de la realeza tan afanosamente alcanzado por los Reyes Católicos a partir de la unión de Castilla y Aragón en 1479, continuado todo el siglo XVI por Carlos I y Felipe II, supuso que España fuera la potencia hegemónica de Europa. Sin embargo, bastó todo el siglo el XVII (desde la muerte de Felipe II en 1598, pasando por Felipe III y Felipe IV a la de Carlos II en 1700) para que España descendiera al rango de potencia de segunda clase. La puntilla al prestigio del siglo XVI llegó en el reinado del último Austria: Carlos II (1665 – 1700), resultado de los diez años de la infausta política de la regente, que tanto dañó la imagen de la monarquía española, hasta el punto de que los personajes más prestigiosos del reino se negaban a colaborar en aquel vergonzoso régimen. Por haberlo dispuesto Felipe IV, la reina estuvo asesorada por una junta de gobierno, pero pronto se hizo patente la rivalidad entre algunos de ellos; entonces destacó la figura del padre Nithard, confesor de la reina, a la que acompañó cuando vino a España a contraer matrimonio con el rey. Fue nombrado inquisidor general, consejero de Estado y actuó como valido.

Arruinado el poder de la Casa de Austria como resultado de la política preponderante de Francia en Europa. Luis XIV, el rey Sol francés, que disponía de un poderoso ejército, se hizo dueño de Europa y tanto abusó de sus fuerzas en continuas guerras que se agotaron las de los europeos, causando a España graves daños. En 1667 Luis XIV arrebató a la regente española la parte meridional de Flandes apelando a los supuestos derechos de su esposa española, María Teresa, hija del primer matrimonio de Felipe IV. Al año siguiente franceses y españoles firmaron la paz de Aquisgrán que le supuso a España la pérdida de importantes plazas de Flandes. En ese tiempo, con el tratado de Lisboa (1668), finalizó la guerra intermitente con Portugal, de 1640 a 1668, y con ella la independencia del país luso. El resultado de ambos tratados, Aquisgrán y Lisboa, hicieron insostenible la situación del padre Nithard, un hombre afable que propuso algunas medidas beneficiosas para el país, pero su condición de extranjero y las envidias cortesanas lo hicieron impopular, hasta que en 1669 don Juan José de Austria (hijo bastardo reconocido de Felipe IV) logró que se expulsara del poder al jesuita del poder y fuese nombrado embajador en Roma, siendo elegido cardenal.

Pero don Juan José de Austria no aprovechó la ocasión para hacerse cargo del Gobierno, que pasó al duque de Peñaranda y poco después al valido Fernando Valenzuela, nacido en Nápoles, hijo de un soldado español; un pícaro venal, astuto y agradable, muy ambicioso, que fue introducido en la corte al servicio del monarca, que cuando murió el rey logró acercarse a la reina a la que contaba los chismes de la corte; el resultado de la cercanía dio lugar a dichos contra el honor de la soberana, que ya regente lo convirtió en su valido. Cuando se hizo efectivo el reinado de Carlos II, debido a las rivalidades de la corte renunció y fue nombrado embajador en Venecia, cargo que no ocupó. En 1676, apoyado por la reina madre, se convirtió en valido unos pocos meses, tiempo en que dispuso de bastantes prerrogativas, pero caído en desgracia fue detenido por tropas de don Juan José de Austria y desterrado a Filipinas, de donde pasó a México y allí murió. La reina madre se recluyó en un monasterio de Toledo y don Juan José de Austria fue nombrado primer ministro (1677).

Como ya se ha apuntado, don Juan José de Austria era hijo bastardo reconocido del rey Felipe IV y de su amante ocasional la artista llamada La Calderona. Criado y educado como hijo del rey, estaba dotado de una clara inteligencia y brillantes cualidades. La pugna mantenida con la reina regente y la inquina hacia ella y al padre Nithard, al que hizo caer, le granjearon la aureola de la que gozó ante el pueblo. Tras muchos años de intrigas no aprovechó las ocasiones favorables de que dispuso para realizar las reformas que pretendía. Su gestión en los varios puestos que ocupó fuera de España le aportaron una amplia experiencia en los asuntos de gobierno y de la guerra. Hablaba varios idiomas y quizás era el único español capacitado para entender la complicada política internacional. En 1677 logró ser el valido de su hermano pero murió al cabo de tres años víctima de unas fiebres cuando estaba a punto de perder la confianza del rey a causa de la paz de Nimega. Su gestión no fue la esperada, en vez de colaborar se dejó llevar de su espíritu mezquino, prefiriendo ser un temible contrincante.

El vanidoso Luis XIV no había olvidado que Holanda había detenido su campaña triunfal, razón por la que decidió humillarla, pero los holandeses se resistieron con mucha bravura y Guillermo de Orange, nombrado lugarteniente, abrió las esclusas de los canales lo que obligó a los franceses a retirarse. Orange buscó aliados y se le unieron España, el imperio alemán, Dinamarca y otros príncipes alemanes y aunque la guerra fue favorable a los franceses, Guillermo de Orange consiguió que su país saliese indemne en la paz de Nimega (1678) y España la perjudicada, que cedió a Francia amplios territorios que le aseguraron su frontera. O sea, Luis XIV intentó humillar a Holanda, que logró evadirse, siendo España la humillada. Un desastre que le iba a costar el puesto a don Juan José de Austria si antes no hubiera fallecido víctima de unas fiebres ante la indiferencia general. Y el débil Carlos II rectificó su política llamando a su madre que residía en Toledo.

Cuando el rey alcanzó la mayoría de edad se pensó en casarlo y negociar la boda con una princesa apropiada. Enseguida las cancillerías europeas presentaron sus candidatas y, en contra del parecer de su madre, partidaria de la rama austriaca y contraria a Francia, se eligió a la infanta María Luisa de Orleans, nacida en 1662, sobrina de Luis XIV. En 1679 la infanta era la más linda de Europa, lo que no quiere decir que fuera una belleza. Cuando el rey vio su retrato se prendó de ella. La boda por poderes tuvo lugar el 31 de agosto de 1679. La joven reina se aburría mucho en la corte y pesaba en ella la preocupación de darle al reino el heredero que no llegaba, pues, aunque casada desde hacía unos meses, seguía intacta pese a su denodado esfuerzo en que su marido cumpliera con su función marital. Sin duda, la principal comidilla de la corte era la vida conyugal de los reyes. Felizmente la reina dejó de ser virgen a mediados de 1680, ‘hazaña’ que Carlos contaba a los gentilhombres como una proeza. Pero como el heredero no llegaba la culparon a ella, razón para suministrarle infinidad de brebajes y remedios al uso contra la esterilidad además de novenas, estampas, rosarios y reliquias sin resultado alguno, pero sí padeciendo muchos cólicos. La cuestión fue que la infeliz falleció a los 26 años, el 12 de febrero de 1689, víctima, quizás, de tanto brebaje.

Enseguida le propusieron al rey la necesidad de una nueva boda, cuya elección recayó en María Ana de Neoburgo, de casi 22 años, hija del elector palatino Felipe de Neoburgo e Isabel Amalia de Hesse, padres de 24 hijos de los que 14 llegaron a adultos. María Ana era pelirroja, pecosa, alta y de buen porte. La boda se celebró el 28 de agosto de 1689. El propio Carlos, en su primer encuentro, que tuvo lugar en Valladolid, quedó bastante desilusionado (y no digamos de María Ana sobre él). La muerte de su madre, la anciana Mariana de Austria (61 años - 16.05.1696), supuso un rudo golpe para Carlos II, pues en adelante se encontró sólo y dominado por su esposa con la que no se llevaba bien, siendo frecuentes los gritos e insultos entre ellos, con el despego de ella hacia un enfermo con el que debía compartir su cuerpo, algo que le repelía, de ahí que su válvula de escape para sus frustraciones femeninas fuera mangonear en los asuntos públicos para su entero provecho personal. Las intrigas sucesorias se debatían en torno al enfermizo rey, mientras que la reina simulaba embarazos, hasta doce llegó a fingir. Una coplilla popular decía: “Tres vírgenes hay en Madrid: la Almudena, la de Atocha y la reina nuestra señora”. La realidad era que la reina sólo tenía detractores en España. Con 72 años falleció en Guadalajara 40 años después de Carlos II (16.07.1640). Pero ante el fracaso de los dos matrimonios se abrió paso la idea de que el fallo estaba en el propio rey, cosa que el monarca asumió convencido de que estaba hechizado, razón por la que se puso en manos de curanderos y frailes exorcistas a fin de que espantaran el mal que tenía amargado al rey, hasta medió una monja endemoniada que hablaba con Belcebú. Todo un dislate.

Todavía hubo de aguantar España una tercera guerra en este reinado (1688 – 1697), otra vez contra Luis XIV, que ensoberbecido por sus victorias se desmadró en una política expansiva por la que Europa se sintió amenazada, lo que dio lugar a la formación de la Liga de Augsburgo constituida por el imperio alemán, España, Inglaterra y varios más. La guerra se extendió a América donde Inglaterra y Francia se enfrentaron a causa de las colonias inglesas en el este de los Estados Unidos. La lucha fue, en general favorable a Francia, pero los recursos se agotaban y en 1697 se firmó la paz de Ryswick, por la que Luis XIV reconocía a Guillermo de Orange rey de Inglaterra y devolvía a España y al imperio alemán las plazas tomadas. Por primera vez Luis XIV firmaba una paz sin aumentos territoriales, bien es verdad que actuó así a la espera de que su nieto fuera rey de España.

En 1698, a sus 33 años Carlos II estaba muy enfermo y sin heredero para la corona, lo que suponía un enorme problema de difícil solución con la presunta cercanía de la muerte del monarca. Como posibles herederos se barajaban tres nombres: José Fernando de Baviera, Felipe de Borbón y el archiduque Carlos de Austria. El problema se agravó cuando se supo que Francia, Inglaterra y Holanda habían suscrito un acuerdo mediante el que se repartirían los dominios españoles una vez muerto el rey. Ante el plan de las potencias europeas, y conforme a sus deseos, Carlos II designó para sucederle a José Fernando de Baviera, niño de siete años, bisnieto de Felipe IV, rey de España. De esta forma la corona recaería en la casa de Austria y se apartaba a los Borbones del trono español, pero casi tres meses después José Fernando falleció.

Ante tan endiablada situación prevaleció la conveniencia de que el heredero de Carlos II fuera su sobrino – nieto Felipe de Borbón, duque de Anjou, segundo hijo del delfín de Francia y nieto de Luis XIV y de su esposa María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España, hermanastra por tanto de Carlos II. La decisión se debió a dos importantes razones: una, se pensó que para Luis XIV decaería el tratado de reparto del reino español que tenía firmado, otra razón sería que España estaría amparada por el potencial militar francés dada la difícil situación del momento. Y así ocurrió, Luis XIV puso su ejército en ayuda de su nieto. Sin duda, Carlos II hubo de posponer sus íntimos afectos de tener que relegar su propio linaje, el de los Austrias, en beneficio del rey de Francia, el eterno enemigo. Así es que 26 días antes de su muerte, el 5 octubre, dictó su última voluntad en el sentido descrito.

El monarca tuvo una agonía horrible, decía que salían brujas de debajo de la cama; se trataba de sus perrillos falderos; también decía que las manos de los religiosos y cortesanos que le secaban el sudor eran de demonios. Carlos II falleció el 1º de noviembre de 1700, siendo el último monarca de la Casa de Austria en España, que no obstante, a pesar de tantas guerras, dejó casi intacto el imperio hispánico, herencia de Carlos I. El 12 de noviembre Luis XIV dirigió una carta a la reina viuda y a la Junta real notificándoles la aceptación de lo dispuesto por el difunto rey. Días después, en presencia de la corte, abrazó a su nieto y lo presentó como rey de España con el nombre de Felipe V. Los restos del rey Carlos II reposan en la cripta real del monasterio de El Escorial.

El testamento de Carlos II fue aceptado por las potencias europeas y el heredero Felipe V accedió al trono de España, pero resultó que el rey francés, Luis XIV, cometió la imprudencia de reconocer a su nieto el derecho a ocupar el trono de Francia, vulnerando el testamento de Carlos II, lo que podría suponer la unión de las coronas de España y Francia. Para evitar esa posible unión las grandes potencias europeas constituyeron la Gran Alianza de la Haya, que propuso al archiduque Carlos de Austria como pretendiente alternativo a Felipe V, dando comienzo a la guerra de Sucesión, que duró 12 años, de 1701 a 1713, que finalizó con la victoria del rey Felipe.

Bibliografía: Profesor Ciriaco Pérez Bustamante: Compendio de Historia de España. Marqués de Lozoya: Historia de España. Profesor Juan Reglá Campistol: Introducción a la Historia de España. Juan Balansó Amer: La Casa Real de España.