El Dalai Lama, líder espiritual y político del Tíbet (y 2)


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ALMERÍA HOY / 09·11·2020

La primera parte de este artículo la dejamos cuando el 17 de noviembre de 1950 el Dalai Lama asumió el poder temporal del Tíbet ante la realidad de la invasión china del país. Y puesto que no había otra opción se debían preparar las conversaciones con los chinos, y para tal fin se envió a Pekín una delegación de cuatro miembros. El Dalai Lama tenía la esperanza de que la delegación trajera buenas noticias, pero lo que no esperaba era la noticia que dio Radio Pekín en el sentido de que dicha delegación había firmado con la República Popular China una declaración de diecisiete puntos para la liberación pacífica del Tíbet, firma para la que no estaba autorizada dicha delegación. Lo que estaba sucediendo dejó atónitos a los tibetanos y lo que era peor, temían que la vida tibetana comenzara a resquebrajarse.

La firma del acuerdo de los diecisiete puntos consternó y dejó perplejo al Gobierno tibetano. Entonces se produjeron dudas sobre si el Dalai Lama debía irse a la India o permanecer en el Tíbet. Entre tanto se mantenían conversaciones con los Estados Unidos, que poco ayudaron pues ellos estaban inmersos en el conflicto de Corea. Pese a que había emprendido la marcha a la India, en el viaje decidió quedarse en la ciudad de Yadong y esperar al general chino Zhang Jinwu. Fue una reunión de la que no salió ningún acuerdo. El Dalai Lama decidió regresar a Lhasa, pero antes de su llegada la ciudad fue tomada por el ejército chino el 9 de septiembre de 1951. La gente se agolpaba a ambos lados de la calle viendo entrar a los soldados y aplaudía, no como señal de bienvenida, sino como su forma tradicional de ahuyentar el mal. Los niños les tiraban piedras y los monjes golpeaban a los soldados con el nudo hecho de los faldones de sus túnicas.

A partir de entonces el Dalai Lama hubo de hacer frente a la invasión china y a los múltiples problemas que se le presentaron. Una de sus prioridades fue abolir las deudas que pasaban de generación en generación. Asimismo, instó al Gobierno para que aprobara la reforma agraria en el sentido de que se distribuyeran las grandes fincas entre los obreros que las trabajaban, cosa no fácil dado que se oponían los aristócratas que obtenían buenos beneficios de sus propiedades. Con la esperanza de ganarse el favor del Dalai Lama, el Gobierno chino le invitó a que fuera con una delegación al Congreso Popular Nacional de la República Popular China, que iba a celebrarse en 1953. El Dalai Lama pensó que podría ser una buena ocasión para cambiar la administración china en Lhasa. Cuando los tibetanos se enteraron de la visita se horrorizaron de pensar que si iban ya no volverían. Así es que en el verano de 1954 una delegación de quinientas personas partió hacia China, que fue recibida con todos los honores y un buen trato en la estancia, pero de la que nada se obtuvo, aunque al Dalai Lama le sirvió para darse cuenta de que Mao Tsé – Tung era un enemigo del budismo y de que el Tíbet iba a enfrentarse a problemas aún más graves.

El Dalai Lama regresó a Lhasa el 29 de junio de 1955, un viaje que duró casi un año. En ese tiempo las cosas habían cambiado mucho en Lhasa en el sentido de modernizarse, empezando a tener un nuevo aspecto. El Dalai Lama se mostraba optimista, creía que Mao, al que consideraba un gran líder, le había dado un voto de confianza en su viaje a China. Pero una vez instalados los chinos en el Tíbet comenzaron a aplicar métodos comunistas, como sucedió con las granjas colectivas, que fracasaban debido a que los chinos no sabían cultivar el suelo tibetano a tanta altitud. Mientras, a finales de 1954 los tibetanos del este ya habían empezado a mostrar su ira, pero el gran error de los chinos fue irritar a los tibetanos del este, los llamados Khampa, que sojuzgaron a los invasores con frecuentes atentados, contestados con gran dureza por los chinos. A mediados de 1958 ni los chinos ni los tibetanos tenían el control sobre lo que ocurría en el país. Aunque el Dalai Lama admirara a los Khampa no los podía apoyar para no empeorar las cosas.

Entre tanto desconcierto el Dalai Lama inició la preparación de la prueba más difícil de su vida: el doctorado en Metafísica, el llamado Geshe, la titulación académica más alta del Tíbet, cuyos exámenes consistían en debates con las mentes más preclaras del país; un estudiante tardaba veinte años en completar el curso, pero el Dalai Lama tardó la mitad. Para realizar el examen fijó la fecha de febrero y marzo de 1959. Llegado el día del examen, el Dalai Lama se presentó a los debates de Geshe a celebrar ante miles de personas. Una vez concluidos los debates sobre distintas materias, los cuales duraron todo el día, una comisión de jueces le concedió por unanimidad el título de Geshe o doctor en Metafísica.

Por una tercera vez los chinos invitaron al Dalai Lama a que fijara una fecha a fin de que asistiera a una representación de la compañía de danza, para lo que le exigían que acudiera sin miembros de su guardia personal, sólo le permitían dos escoltas desarmados y que todo permaneciera en secreto. El Dalai Lama, a pesar de saber las condiciones chinas, accedió a asistir. Los indignados escoltas hicieron correr rumores de lo que pasaba, lo que dio lugar a que la gente saliera en tropel y rodeara el palacio de Norbulingka, donde más de treinta mil personas se agolparon ante la puerta principal. El Dalai Lama a toda costa intentó calmar a los manifestantes a los que no les importaba la represión, que seguro llegaría. Se presentó a ver el espectáculo de danza, acortado, con el nerviosismo propio de la tensa situación. De su forma de actuar parecía claro que los chinos intentaban secuestrar al Dalai Lama, cosa que no lograron, pero si dispararon y lanzaron proyectiles de mortero contra el palacio de verano. A la salida del espectáculo se zafó de los chinos gracias a la añagaza de un sirviente que dijo que la madre estaba enferma no siendo cierto.

Entonces el oráculo al que acudió el Dalai Lama le dijo que se marchara. De esta forma se dio cuenta de que irse era lo mejor para defender a su pueblo, pues con su salida esperaba poder salvar miles de vidas. A partir de ese instante se organizó la huida de Lhasa con su familia y demás personas del numeroso séquito. Para salir de la ciudad se camuflaron de soldados y el Dalai Lama se vistió con un abrigo negro y pantalones y se colgó un rifle al hombro. Así consiguieron salir de Lhasa y comenzó la huida hacia la India, que fue una larga y dificultosa epopeya que duró catorce días, del 17 al 31 de marzo en que cruzaron la frontera india. En el camino el Dalai Lama se puso enfermo y se mejoró cuando llegaron a los primeros pueblos de la India. El 24 de abril se reunió con Nerhu, primer ministro indio. Cuando Nerhu oyó todas las explicaciones del Dalai Lama se entristeció y le dijo: “Dice usted que quiere la independencia y al mismo tiempo dice que no quiere derramamiento de sangre, eso es imposible”. La posición de Nerhu respecto al Tíbet era frágil. Con bastantes problemas se instalaron campamentos para los refugiados tibetanos, que no se adaptaban al clima pues necesitaban un clima más frío. También surgió el problema de las escuelas con la educación de los niños tibetanos.

Como el Tíbet no formaba parte de las Naciones Unidas y el Dalai Lama deseaba que el mundo supiera lo que sucedía con su nación, en contra del parecer de Nerhu, se reunió en Nueva Delhi con varios embajadores a los que dio cuenta de la situación del Tíbet. El Dalai Lama quedó muy satisfecho porque, al fin, el mundo iba a enterarse de la difícil situación de su pueblo. En 1960 el Gobierno indio le indicó que el Gobierno tibetano en el exilio y los refugiados tenían que trasladarse a otra residencia más grande, en este caso a Dharamsala, al norte de la India. Allí el Dalai Lama se preocupó de la conservación del budismo, de democratizar la vida política y de obtener fondos, pues las aportaciones indias no bastaban a pesar de su generosidad. En Dharamsala sufrió con gran dolor la pérdida de su hermana Tsering Dolma víctima del cáncer (1964). Ese mismo año, falleció su mentor Nerhu.

Pese a que su existencia gira en torno a su lucha por conseguir un Tíbet libre, cuando está en la ciudad su vida cotidiana es como la de otra persona, aunque dedica la mayor de la jornada a la meditación. Se levanta a las cuatro de la mañana y comienza el día rezando plegarias verbalmente. Tras asearse, pasear y desayunar hace meditación y oye las noticias de la radio. Durante el resto de la mañana estudia filosofía budista, después se dedica a leer documentos oficiales y lee los periódicos. Sobre las trece horas dedica el tiempo al Gobierno tibetano en el exilio. Por la tarde recibe audiencias, hace meditación, ve la televisión y a las nueve se retira a descansar. No tiene contacto con el dinero, del que rara vez se ocupa. Los 350.000 euros que le entregó la Academia Sueca por el premio Nóbel de la Paz, él supervisó cómo gastarlos. En la India, el 12 de enero de 1981 murió Diki Tsering, madre del Dalai Lama. La noticia de su muerte le causó una profunda tristeza, sobre todo porque llevaba mucho tiempo sin verla. Sintió mucho su pérdida, aunque sabía que siempre estarían unidos espiritualmente.

Con el fin de utilizar su influencia política ha viajado a muchos países del mundo, realizando su primer viaje fuera de la India en 1967 con su visita al Japón. En 1973 la empatía por la situación tibetana se convirtió en apatía. Pero el país que más ansiaba conocer era Estados Unidos. Al fin pudo organizar el viaje en 1979. Tras sus visitas iniciales, el Dalai Lama volvió varias veces por aquellos países y se dio cuenta de que todos buscamos la felicidad, el afecto, la amistad y la comprensión. Se muestra partidario del celibato como un bien y de la no violencia como uno de sus principios básicos. En su vida ha conocido a mucha gente importante del mundo, con algunos de ellos tiene una buena relación como es el caso de Bill Clinton, expresidente USA. Su afabilidad y los grandes esfuerzos en favor de su pueblo le han valido bastantes premios, entre ellos el Nóbel de la Paz (1989) y la medalla de oro del Congreso de los Estados Unidos (2007).

A pesar de todo eso y de su propia celebridad, él se sigue considerando un humilde monje y de ningún modo un ‘Buda viviente’, lo que no impide que la mayoría de los tibetanos lo sigan viendo como a un dios. Es un gran jardinero, escribe artículos y tiene escritos más de sesenta libros, que son obras basadas principalmente en el budismo, la compasión y llevar una vida feliz. En español tiene escrito en el año 2004 `Con el corazón abierto’.

El futuro de la figura del Dalai Lama es incierto, si China sigue ejerciendo el control sobre el Tíbet, cosa más que probable, el Dalai Lama cree que su reencarnación será encontrada fuera del Tíbet por primera vez en la historia, lo que puede suceder, ya que en la actualidad hay más de cien mil tibetanos en el exilio. Sin embargo, según ha manifestado prefiere que no haya otro Dalai Lama, pues desea un gobierno democrático, ya sea en el Tíbet o en el exilio, ya que considera que su papel es arcaico. En tal sentido en 2011 renunció a sus cargos políticos en el Gobierno tibetano en el exilio, quedándose como líder espiritual y religioso.