El Dalai Lama, líder espiritual y político del Tíbet (1)


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ADOLFO PÉREZ

Me atrevo a escribir este artículo sobre el Dalai Lama ayudado por los datos que me ha aportado la lectura de la biografía escrita por la profesora norteamericana Patricia Cronin Marcello sobre el líder espiritual y político del Tíbet, un fascinante personaje, considerado por los tibetanos no sólo como un dios rey, sino también como el corazón y el alma del Tíbet, región asiática situada en la meseta tibetana, entre China, India, Bután y Nepal, con una superficie de 1.228.400 km2., donde se encuentra el monte Everest, el pico más alto del mundo. Se trata de una tierra escasa de oxígeno debido a su altura, bajísimas temperaturas y poca vegetación. Pero el Tíbet es también un país de rituales, enraizado en el budismo. Para nosotros un mundo desconocido y misterioso.

El día 6 de julio de 1935, en una región del noreste del Tíbet, en el suelo cubierto de paja de un cobertizo, nació el décimo cuarto Dalai Lama, al que se le puso el nombre de Lhamo Dhondup. Vino al mundo cuando su madre, Diki Tsering, llegado el momento del alumbramiento, siguiendo la costumbre, se dirigió sola al pajar para dar a luz; la familia supo que ya había alumbrado cuando oyó llorar al niño. Un niño más, hijo de unos campesinos, probablemente destinado a vivir en un monasterio como solía ocurrir con muchos chicos de esa época y lugar. Era el quinto hijo de los dieciséis que tuvo Diki Tsering con su marido, Choekyong Tsering, aunque solo siete llegaron a mayores. La madre, como las casadas jóvenes, llevó una vida dura, con jornadas laborales de veinte horas debido a los abusos de su suegra, una vida que con el tiempo se dulcificó, sobre todo cuando murieron sus suegros.

Sobre la década de 1920 era costumbre en el Tíbet iniciar la preparación religiosa en la niñez. Como en general las familias eran numerosas y pobres, era habitual mandar un hijo a los monasterios. Los demás aprendían a trabajar en la agricultura, cuidar la granja y el ganado. En el antiguo Tíbet, el nacimiento de una hija se consideraba una decepción, incluso una maldición, porque una niña no producía nada, sólo consumía. De ahí que, con frecuencia, las familias pobres ahogaran a las niñas al nacer.

El hogar donde se crio Lhamo Dhondup, futuro Dalai Lama, era muy humilde, la puerta de entrada estaba cubierta de la piel de un borrego para que no hiciera ruido. La granja que poseían producía poco más que el alimento necesario para mantener a la familia. Hay que considerar que las costumbres difieren mucho de las del mundo occidental, así como los ritos religiosos del budismo.

Entre el final del siglo XIX y primer tercio del XX el Tíbet padeció una serie de intervenciones militares extranjeras, de rusos, británicos y chinos. El XIII Dalai Lama falleció el 17 de diciembre de 1933, año y medio antes de que naciera su sucesor, y cuando yacía en la capilla ardiente surgieron las primeras pistas sobre su encarnación. Se cuenta que la cabeza se movió y a la mañana siguiente, sin motivo aparente, su cuerpo estaba girado hacia el este cuando el día anterior quedó orientado al sur. Otros signos, como un hongo en forma de estrella en la tumba del fallecido Dalai Lama y numerosas nubes en forma de elefantes atravesados por un arco iris, pero con todo no eran señales suficientes para iniciar la búsqueda del nuevo Dalai Lama, pues antes de que se formara la delegación que lo buscara era preciso que la Asamblea Nacional nombrara un regente entre los monjes de alto rango, para dirigir el país hasta que el Dalai Lama alcanzara la madurez y pudiera gobernar.

En 1936 partió del noreste la delegación de monjes tibetanos, encabezada por Kewtsag Rimpoché, cuya misión era encontrar al niño que encarnara la candidatura para ser el nuevo Dalai Lama. Recibieron el nombre de tres, el primero había fallecido, el segundo se asustó con los monjes y salió huyendo. Para el tercero, de dos años, siguieron las indicaciones de un chino y llegaron a la casa del niño Lhamo Dhondup, el que sería el XIV Dalai Lama del Tíbet. Una vez que lo sometieron a varias pruebas que pasó fácilmente, tales como elegir unos bastones, acertar con dos tambores o dos rosarios, y después de comprobar que tenía tres señales físicas iguales que anteriores encarnaciones del Dalai Lama, los monjes de la delegación, emocionados, estaban seguros de haber encontrado al XIV Dalai Lama, que es mucho más que un gobernante, es un Buda viviente, un dios rey. Claro que haber encontrado al niño no era más que el principio de su largo camino hacia el trono en el que tendría que arrostrar muchas dificultades.

Una vez que Lhamo Dhondup fue declarado Dalai Lama por la delegación que lo encontró, antes de convertirse en el supremo gobernante del país tenía que hacerse mayor. Pero llegar a Lhasa, capital del Tíbet, fue una tarea apurada con muchos problemas pues debían pasar por los dominios del gobernador chino, Ma Pu – Feng, señor de la guerra en la zona fronteriza entre el Tíbet y China. En efecto, pasar por aquel lugar se convirtió en un problema, que se solucionó gracias a una ardua negociación y al pago de 100.000 dólares chinos; mientras se producía el pago el chino retuvo al pequeño Dalai Lama en un monasterio donde, según dijo de mayor, lo pasó mal a pesar de estar acompañado de dos familiares. Al final hubo que pagarle a Ma Pu - Feng 330.000 dólares. Y se organizó la comitiva para llegar a Lhasa, que partió el 21 de julio de 1939. En ese séquito iban sus padres, con la tristeza de la madre de dejar en su aldea a algunos de sus hijos que ya no vería jamás. El grupo marchaba a caballo o en mula menos la madre que iba en litera, y en angarillas el niño y su padre. Cada día caminaban dieciséis kilómetros, del amanecer a mediodía.

Una vez que Lhamo Dhondup escapó del control chino se reunió la Asamblea Nacional que por unanimidad lo declaró XIV Dalai Lama. En los tres meses que duró el viaje, a lo largo del camino recibió muchos honores, y cuando el 8 de octubre la comitiva llegó a Lhasa fue recibido por dieciséis aristócratas con gorros redondos con borlas rojas, los cuales transportaron al nuevo Dalai Lama en un palanquín dorado, siendo acompañado por música alegre y un cortejo de monjes y altos dignatarios hasta el palacio de verano de los Dalai Lama, donde vivió hasta su investidura.

La vida en el palacio de verano, un auténtico paraíso con un lago de ensueño, le duró al niño cuatro meses, hasta el 22 de febrero de 1940 en que fue investido oficialmente como Dalai Lama en una ceremonia solemne y vistosa cuyo comienzo fue sentarlo en el Trono del León, exclusivo del Dalai Lama, al que taparon con mantas debido al frío que hacía. A partir de entonces su nombre sería Tenzin Gyatso, el XIV Dalai Lama. Para sus padres, ahora bien acomodados, la nueva vida era muy distinta a la que habían llevado hasta entonces.

La educación oficial del Dalai Lama empezó a los seis años, supervisada por sus tres tutores, siendo el principal el regente Reting Rimpoché. Una educación que fue cubriendo etapas a lo largo de los años con el aprendizaje de las disciplinas consideradas esenciales para la formación del Dalai Lama para el fiel desempeño de su alta magistratura. A los diez años la vida del Dalai Lama estaba dedicada por completo a la educación y los rituales. A su corta edad se entretenía con las diversiones a su alcance. En esa época sus estudios se centraban en debates dialécticos o de lógica, que implicaban la memorización de tratados budistas para debatir con doctas personas.

En marzo de 1947 se reunió la Conferencia de Relaciones Interasiáticas para evaluar la situación de Asia después de la Segunda Guerra Mundial. En la reunión se presentó el Tíbet como nación independiente con su reciente bandera, pero los chinos protestaron alegando que el Tíbet formaba parte de su país, de manera que no permitían que fuera independiente pese a que los tibetanos alegaron que China nunca había gobernado su territorio, aunque aceptaban que ejercía un protectorado sobre ellos. Y así quedó la cuestión, pues los chinos estaban sumidos en una sangrienta guerra civil entre nacionalistas y los comunistas de Mao Tsé Tung. Mientras el Tíbet intentaba abrirse paso en la esfera internacional, el Dalai Lama sufrió la muerte de su padre con cuarenta y siete años, llegándose a decir que había sido asesinado por la sospecha de su participación en una conjura, lo que al parecer no era cierto.

Pero el problema de verdad surgió cuando los comunistas de Mao Tsé Tung ganaron la guerra civil a los nacionalistas de Chiang Kai – Chek en enero de 1949, instalándose en China un nuevo régimen, al tiempo que incrementó el miedo al comunismo en el Tíbet. Entonces los tibetanos, para reafirmar su independencia, expulsaron a todos los ciudadanos chinos del Tíbet, cosa que sentó muy mal al Gobierno de Pekín que acusó a los ingleses de estar detrás de la expulsión. Tan grave situación preocupaba a los tibetanos que temían una invasión china como la de 1910, pues igual que entonces apareció un brillante cometa, un signo que nada bueno presagiaba, aunque en aquella ocasión lograron expulsarlos, pero ahora no estaban convencidos de poder hacerlo. Tras la aparición del cometa, la gente empezó a pensar en reunir sus cosas y abandonar el país. De todos modos el Gobierno tibetano decidió prepararse para hacerle frente a lo inevitable y hacer reformas internas. Enviaron delegaciones a recabar apoyos en diversas naciones, tales como Gran Bretaña, Estados Unidos, India y Nepal, pero no tuvieron éxito.

Por entonces, el Dalai Lama, con catorce años, era un experto en religión y metafísica y todo tipo de materias espirituales, pero aún estaba ajeno a los asuntos de Estado, y aunque sentía vivo interés por lo que ocurría en el mundo internacional, su máximo interés era ver películas.

El día de Año Nuevo de 1950 los habitantes del Tíbet oyeron en Radio Pekín que el ejército chino tenía la intención de “liberar” las islas de Taiwan, Hianan y el Tíbet. Y así fue, primero cayó la isla de Hianan y al amanecer del 7 de octubre de 1950, 84.000 soldados chinos entraron al Tíbet por el río Yangtze, había comenzado la invasión y los habitantes fueron presa del pánico. (Sin embargo, en setenta años no han podido con la isla de Taiwan, gobernada por los nacionalistas de Chiang Kai – Chek). El desesperado Gobierno tibetano pidió ayuda a las Naciones Unidas, que hicieron caso omiso de su petición al no pertenecer a las mismas. Ante tan dramática situación el Dalai lama, entonces con quince años, dudaba en asumir semejante carga, sobre todo porque aún no estaba preparado para tomar el control del país. Sin embargo, el oráculo al que había acudido dijo: “Ha llegado su momento”, y aunque para su investidura faltaban aún tres años, aceptó en convertirse temporalmente en supremo gobernador del Tíbet al darse cuenta de lo que él significaba para su pueblo y su país. Nada podía frenar a los tibetanos en su deseo de que su dios rey subiera al trono, pues veían en el Dalai Lama al protector del Tíbet y su salvación, así es que el 17 de noviembre de 1950 tuvo lugar la ceremonia de la investidura temporal y para ello se vistió con las mejores galas, se ciñó el fajín verde, que los astrólogos dijeron que ese color sería el de su suerte y se le entregó la Rueda de Oro, símbolo de la asunción del poder político.

Su primera orden fue liberar los presos de la cárcel de Shöl, a los que durante mucho tiempo había observado desde la distancia. También nombró a dos primeros ministros, uno laico y otro monje, ambos de gran personalidad para que le ayudaran dada sus carencias en asuntos de Estado. Se le dieron diversos consejos sobre cómo actuar. La Asamblea Nacional determinó que el Dalai Lama se trasladara al sur del país para protegerlo, pues en caso de peligro podía pasar a la cercana India. Mientras, las delegaciones enviadas al extranjero en petición de ayuda llegaron con las manos vacías. Así es que el Dalai Lama se convenció de que el Tíbet tendría que hacer frente a los chinos en solitario y como no tenía otra opción preparó las conversaciones con ellos.