75 aniversario del juicio de Núremberg, II Guerra mundial


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ADOLFO PÉREZ

El 20 de noviembre se cumplieron 75 años del comienzo del famoso juicio de Núremberg contra 21 de los principales dirigentes de la Alemania nazi, procesados por crímenes de guerra durante la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945). Un Tribunal Militar Internacional creado al efecto inició el juicio el 20 de noviembre de 1945, pocos meses después del final del conflicto mundial, el cual se extendió hasta el 1º de octubre del año siguiente, 1946; fueron en total 407 sesiones en 218 días.

Era el 7 de mayo de 1945 cuando en la ciudad francesa de Reims el general alemán, Alfred Jodl, en presencia de los representantes de los aliados firmaba el acta de la rendición incondicional de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Al día siguiente se produjo escena similar en Berlín ante los rusos, esta vez el firmante alemán fue el mariscal Wilhelm Keitel. Era el tan deseado fin de aquella guerra, aunque todavía continuó hasta el 15 de agosto en que se rindió el Japón a raíz de las dos bombas atómicas que lanzaron los Estados Unidos sobre sendas ciudades japonesas; el acta de rendición se firmó a bordo del acorazado USA Missouri el ministro de asuntos exteriores japonés, Mamoru Shigemitsu. Habían transcurrido seis años desde que el führer Adolf Hitler iniciara la guerra con la invasión de Polonia el 1º de septiembre de 1939.

En aquella guerra que comenzaba fue tal la magnitud del daño y la crueldad que los nazis alemanes causaron a millones de seres humanos en los campos de exterminio y otros lugares que cuando los aliados ganadores del conflicto vieron la magnitud de lo sucedido en aquellos campos quedaron horrorizados. Un mal tan cruento que había sido programado y sistemáticamente ejecutado por mentes criminales, cuyos principales responsables hubieron de pagar por el terrible genocidio cometido.

De inmediato, los aliados (Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y la URSS) prendieron a los que participaron en aquel el horror. Enseguida fueron detenidos los principales jerarcas del régimen nazi para los que se constituyó un tribunal penal en el palacio de Justicia de Núremberg, formado por un juez titular de cada una de las cuatro grandes potencias vencedoras. Veintiuno eran los encartados y un ausente (Martin Bormann), que fueron procesados bajo la acusación de crímenes de guerra, crímenes contra la paz y crímenes contra la humanidad. El fiscal general era un estadounidense acompañado de tres fiscales, uno del Reino Unido, otro de la Unión soviética y un tercero de Francia. Los procesados eran relevantes políticos y militares nazis, importantes jerarcas del Tercer Reich alemán y fanáticos seguidores del führer Adolfo Hitler.

Para entonces, como es sabido, Adolf Hitler se había suicidado de un tiro en la cabeza, y lo mismo su esposa, Eva Braun, envenenada, ambos el 30 de abril en el bunker de la cancillería, siete días antes de la rendición alemana. Después del führer tomaron el mismo camino los seguramente dos personajes más siniestros del régimen: Goebbels y Himmler. Al día siguiente del suicidio de Hitler, el 1º de mayo, el todopoderoso y temido hombre del régimen, Joseph Goebbels, ministro de propaganda, se pegó un tiro junto a su esposa, Magda, fanática de Hitler, en la puerta del bunker, pero antes envenenaron a sus seis hijos en el bunker, que por cierto sus respectivos nombres comenzaban por la letra H en honor de Hitler. El tercero de la troika, Heinrich Himmler, militar, jefe de la policía alemana y de las siniestras SS, autor intelectual del holocausto judío, ideólogo y organizador de los campos de exterminio donde se llevó a cabo el genocidio de millones de seres humanos, en su mayor parte judíos, gaseados y destruidos sus cadáveres en los hornos crematorios, pudo salir huyendo pero el 23 de mayo fue capturado, entonces masticó la cápsula de cianuro que llevaba en la boca y murió a los pocos minutos sin que pudieran evitarlos sus captores.

Para conocer cómo fue la preparación y desarrollo del juicio contamos con el testimonio de primera mano de un fiscal auxiliar del fiscal general que actuó en el juicio. Se trata de Benjamin Ferenzc que en estos días del 75 aniversario del juicio de Núremberg lo ha entrevistado la periodista Rosalía Sánchez para el periódico ABC. Este fiscal, nacido en 1920, en Transilvania (Rumanía), que con su familia emigró a los Estados Unidos, a sus cien años cumplidos relata desde su domicilio lo que vivió en aquel proceso de la ignominia y dice que “las sentencias dignificaron”. Cuenta que cuando llegó a Núremberg la ciudad apestaba, pues bajo los escombros se pudrían sepultados por los escombros unos 30.000 cadáveres. Resultado de los bombardeos. No le apetecía volver a Europa, pero le atraía trabajar para el fiscal general Robert H. Jackson. A su llegada a Núremberg les ordenaron conseguir pruebas y catalogarlas en tres categorías: agresión, crímenes de guerra y contra la humanidad y les insistieron en que tenía que ser un juicio de verdad, no un espectáculo, que de su trabajo dependía que los acusados fueran condenados o no. No había leyes, ni jurisprudencia, ni jueces, ni delitos … todo hubo de ser acordado sobre la marcha, siempre sobre los principios del derecho. “Nos repetían una y otra vez, que debía ser un juicio, no una venganza”.

La corte, dice, buscó legitimidad en el Tratado de Versalles (1919) y en la Convención de Ginebra (1907), además se contó con el aval de la Asamblea General de las Naciones Unidas. No obstante, añade, la legitimidad del juicio era cuestionada por los vencidos y por los acusados hasta que se presentaron como pruebas las películas rodadas en los campos de concentración. Dice Benjamin Ferencz que llegó a recopilar pruebas para acusar a más de tres mil criminales nazis. Cada acusado pudo elegir libremente a su defensor, entre los que destacaron famosos juristas nazis, que basaron su defensa en la retroactividad respecto a la creación de los delitos. El argumento más sobado por los acusados era el de que cumplían órdenes, lo propio en un buen soldado, decían. “Pero le aseguro que lo que vimos en aquellos campos de concentración no era lo propio de un buen soldado”. Sigue contando el señor Ferencz que los fiscales llegaron a presentar más de 300.000 pruebas escritas y alrededor de 3.000 documentos, en conjunto varias toneladas de papel. Los 27 abogados defensores presentaron más de un centenar de testigos de descargo.



La Babel de lenguas utilizadas en el juicio fue bien resuelta gracias al sistema IBM de traducción simultánea. Anota el fiscal que Göring lideraba a los acusados, se reía de las acusaciones, intimidaba a los testigos con su sola presencia. Quería convertir el juicio en una exposición casi triunfal del Tercer Reich, pero había pruebas, cartas de Hitler que demostraban que estaba al tanto de todo. Y el fiscal centenario concluye diciendo: “Hasta el día de hoy es inimaginable para mí lo que vi.



El suelo estaba lleno de cadáveres. Había algunos que estaban vivos, pero que igualmente eran cadáveres, sus ojos nos suplicaban ayuda. El horno crematorio todavía estaba funcionando”. “Tenía chocolate en el bolsillo y quería dárselo a los supervivientes, pero los paramédicos nos advirtieron que si se comían el chocolate, morirían”. “Gracias a aquellas pruebas la barbarie pudo presentarse como una realidad creíble al mundo”. “Ese es el gran mérito de los procesos de Núremberg”.

Las sentencias del juicio se hicieron públicas el 1º de octubre y fueron del siguiente tenor: doce penas de muerte, entre ellas las de personajes muy conocidos del gran público como Hermann Gëring (militar y político nazi), Joachim von Ribbentrop (ministro de Asuntos Exteriores), Wilhelm Keitel (mariscal de campo y líder nazi), Alfred Jodl (general del ejército), Alfred Rosenberg (político, principal ideólogo del nazismo) y seis más. Todos ellos fueron ejecutados en la horca en el gimnasio de la prisión de Núremberg el 16 de octubre, salvo Göring que se suicidó un día antes con una cápsula de cianuro que logró introducir en la prisión tras haber engañado a un militar norteamericano. Los restos fueron incinerados y las cenizas esparcidas por un río. En el mismo juicio también fue juzgado en ausencia Martin Bormann, un nazi con mucho poder, cercano a Hitler incluso su secretario privado. Huyó de Berlín y al parecer se suicidó, el tribunal lo declaró culpable y lo condenó a muerte.

Los otros diez procesados fueron condenados a diversas penas: tres a cadena perpetua, cuatro a diverso número de años de cárcel, entre diez y veinte, y tres fueron absueltos. De entre ellos, muy conocidos del gran público eran Rudolf Hess (militar y destacado político nazi, cadena perpetua), Karl Dönitz (almirante, condenado a diez años), Franz von Papen (político, militar y diplomático, absuelto).



Así acabaron los más importantes jerarcas nazis, unos en el suicidio y otros en la horca, responsables del sufrimiento y la muerte de millones de personas. Los que se apropiaron de Alemania y de buena parte de Europa a las que tanto daño hicieron. Aquellos que exaltaron y deificaron al führer, Adolf Hitler, la encarnación del mal en estado puro. La gloria del nazismo, que sedujo a tantos alemanes, con sus grandes concentraciones de masas, se la llevó la guerra que ellos provocaron. Terminado el proceso de Núremberg, y aplicadas las sentencias a los encartados, Alemania pudo considerarse libre de uno de los principales obstáculos, por lo menos de tipo moral, que le impedían o dificultaban ser un país libre aún dentro de las normas impuestas por los vencedores.