La cita previa


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AMANDO DE MIGUEL

Se ha convertido en la gran costumbre cotidiana de los atribulados españoles, ahora más o menos confinados por mor de la pandemia y acuciados por la crisis económica. El español de a pie no puede presentarse en la institución que corresponda, pública o privada, sin haber acordado, telemáticamente, el día y hora de la visita, esto es, sin “cita previa”. La expresión es un inútil pleonasmo, pues la cita es, necesariamente, algo previo a la visita, la consulta, el trámite “presencial”. Lo de la presencia física empieza a ser algo muy valioso, especialmente, cuando requiere la mascarilla. Solo los atracadores o los okupas se presentan sin “cita previa”.

La nueva institución se ve penetrada de picardías. Por ejemplo, la llamada telefónica, para concertar la ansiada reunión, pasa, a veces, por un número de pago; lo que significa un coste adicional, desproporcionado, para el solicitante. Más gravoso es que el teléfono, al que se llama, no contesta o lo hace mediante un estúpido robot, que repite: “En este momento, todos nuestros operadores se hallan ocupados. Permanezca atento” o algo parecido. Luego, sigue una música ratonera para entretener al solicitante. La cantinela puede repetirse innumerables veces. Total, que el esfuerzo por conseguir una “cita previa” empieza a ser frustrante. Es todo un símbolo del derroche que supone la ineficiencia de las organizaciones en plena era informática, telemática, de las redes sociales o como quiera que se llame.

La ineficiencia llega a ser, particularmente, odiosa en el sistema sanitario (mal llamado “de salud”); casi todo él, público. Los hospitales y otros centros sanitarios no dan abasto a la acumulación de llamadas de los pacientes impacientados. Una de dos, o hay cada vez menos sanitarios o más pacientes. Ninguna autoridad parece ocuparse de tal desequilibrio. Para mitigar la frustración popular, circula una especie reconfortante: “España goza de uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo”. Algunos, más triunfalistas, aseguran que es el mejor del mundo. Pero, en realidad, se trata solo de una piadosa leyenda. La prueba es que el tal sistema solo ha producido, en España, un premio Nobel de Medicina. Pero, agárrense, el tal premio se concedió a Santiago Ramón y Cajal a principios del siglo XX. (Ochoa fue un premio Nobel norteamericano). Desde entonces, no pocas eminencias clínicas y científicas nacionales han tenido que emigrar a otros países. Mientras tanto, aquí seguimos entretenidos con el juego de las “citas previas”. Ahora, con ocasión de la pandemia, se ha extendido a todo tipo de locales públicos o particulares, oficinas, despachos o negocios. Si no hay “cita previa”, parece que el asunto pierde empaque. Francamente, sobre este particular no hemos debido de progresar mucho. Algún estadístico debería calcular el inmenso coste que supone el sistema de las “citas previas”, tal y como se desenvuelve en la práctica.