El notable éxito de los indepes españoles


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AMANDO DE MIGUEL

Los indepes (antes nacionalistas o separatistas) españoles podrán tener sus razones, pero no les avala el don de la oportunidad (el kairós de los griegos). Sencillamente, han llegado tarde a la historia. Es decir, son, literalmente, reaccionarios. Pasó el tiempo, concedido a las múltiples naciones europeas, para que se constituyeran en Estados. Las dos grandes oportunidades para engancharse a tal proceso fueron las dos guerras mundiales, aunque, desgraciadamente, España no fue beligerante en ellas. Por tanto, ya no cabe reivindicar el derecho a la autodeterminación para las regiones españolas con dos lenguas. La verdad es que nunca fueron colonias. Por otra parte, en Europa hay muchas regiones con dos lenguas, la común de la nación y la privativa regional. No obstante, los indepes pueden exhibir un notable éxito indirecto, al ser solo de naturaleza semántica.

A saber, después de denodados esfuerzos por introducir el lenguaje nacionalista en los hábitos de todos los españoles, por fin, se pueden aplicar un triunfo. Una gran parte de los españoles cultos, sobre todo los de izquierdas, ya dicen, coloquialmente, “Estado”, en lugar de “España”.

Aunque pueda parecer un tanto chusco, el hecho es que la sustitución de la voz “España” por la de “Estado” fue un intento fallido del propio Franco. En los primeros sellos de Correos del bando franquista, en lugar de “España”, figuraba “Estado español”. La cosa no prosperó. Era solo el despiste ideológico de los primeros momentos del alzamiento, que también quiso ser “revolución”. Por lo mismo, el primer manifiesto, que emitió Franco el 17 de julio de 1936, terminaba con este grito: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.

Asombra que se haya extendido tanto la sustitución de “España” por “Estado”, propuesta por los indepes. Al aceptar tal suplantación¸ se indica que la unión de los españoles es de naturaleza política, de arriba abajo, incluso administrativa. Francamente, me rebelo contra tal idea. Sucede algo parecido con la costumbre de suponer que cada uno de nosotros pertenece a una “comunidad autónoma” (por cierto, ¿las hay “heterónomas”?). Yo me siento, por el origen, de una región (Castilla), o, por residencia, de otra (Madrid). Por lo mismo, y de modo más grandilocuente, me considero “español”, no “estatal”, por mucho que haya sido funcionario.

El cambalache que digo se explica porque los indepes no solo aman a sus respectivas regiones (para ellos “naciones”; no vamos a discutir), sino que necesitan odiar o despreciar a España. Por eso mismo, asombra el éxito general de la sustitución de “España” por “Estado”; entiéndase, fuera de los cuarteles nacionalistas y, más bien, en los ambientes de la izquierda.

Los errores léxicos no son gratuitos. Si los españoles empezamos a considerar que nuestro gentilicio es el “Estado”, será fácil desmenuzar la nación española. La cual, por cierto, ha sido una de las primeras en aparecer como tal, cronológicamente, en Europa. Fue la ventaja de lo que llamamos Reconquista, una hazaña lentísima.