El Arteal, la huella fantasmal de un proyecto llamado a fracasar

Su objetivo era paliar el estado de penuria en el Levante de la posguerra. Para surtir al proyecto de mano de obra, se construyó un poblado de 200 viviendas agrupadas en 10 bloques que hoy ofrecen una visión fantasmagórica de un sueño que estalló hace más de 60 años


Al pie de Sierra Almagrera pueden contemplarse las ruinas de lo que fue el bullicioso poblado de El Arteal, o ‘Corea’, como era llamado por los lugareños. 


PEDRO PERALES / ALMERÍA HOY / 10·10·2020

El grave estado de precariedad general que se vivió en España durante la posguerra, especialmente los primeros años, afectó con desigual suerte a la sociedad, las familias y las diferentes regiones y comarcas de España. Entre las más perjudicadas por tal situación se encontraba la comarca del Levante almeriense, cuyos recursos para subsistir estaban reducidos casi exclusivamente a la actividad agrícola o la emigración como única alternativa.

Para paliar tal estado de penuria y escasez en todos los órdenes, el Gobierno de Franco decidió tomar cartas en el asunto y actuó en Cuevas del Almanzora con el propósito de crear abundantes puestos de trabajo y resucitar una antigua actividad dormida. Así, llamado por los ecos que aún sonaban de la gran riqueza que en otros tiempos había generado la minería en Sierra Almagrera, decidió llevar a cabo una actuación de gran envergadura que supuso una importante inversión económica.

Ampliados esos ecos por el cegador brillo de la palabra oro, y adornados con la ampulosidad y vacuidad literarias de la propaganda del régimen, llegó a producirse en el ánimo de una población ávida de prosperidad una expectativa tan esperanzadora que volvió a vivir el sueño olvidado de la resurrección de un estado de riqueza que ya sólo existía en el recuerdo. Fueron tan altas las expectativas que,de no colmarlas, aquello sólo podía acabar como pocos años después lo hizo: en un fiasco.

Pero mientras aquel intento duró, se vivió una época de relativa y aparente prosperidad que nunca justificó ni amortizó la inversión realizada, y de la que sólo queda la huella decrépita y fantasmal de lo que ahora nos parece una quimera: el poblado minero de El Arteal, popular y peyorativamente conocido como ‘Corea’. Debido a que la actividad minera requería abundante mano de obra especializada y no había suficiente en Cuevas ni en los municipios colindantes, hubo que reclutar obreros en otros distritos mineros. Para ello había que proporcionarles viviendas dignas en las que poder alojarse con sus familias en el caso de tenerlas. Los obreros de Cuevas y otros pueblos cercanos y pedanías estaban excluidos de esta suerte, puesto que disponían de sus propios lugares donde alojarse.

La oferta de puestos de trabajo a mineros de otros distritos fue rechazada por los que gozaban de buena situación y eran bien considerados en sus respectivas empresas. Los únicos que aceptaron fueron los peor pagados, los desocupados y aquellos que los empresarios no querían contratar. En fin, y según el decir de un testigo directo de esta historia que desea permanecer en el anonimato, “lo que vino al poblado nuevo de El Arteal era lo mejorcito de cada casa. Y como resulta que lo más grave que se estaba viviendo en el panorama internacional cuando esto sucedía era la Guerra de Corea (1951-1953), la gente tuvo la ocurrencia de bautizarlo con el nombre del país asiático”. Así de sencillo y de creíble, dada la acentuada inclinación del español a este tipo de parangones.

Como queda dicho, el enorme esfuerzo realizado por el I.N.I. (Instituto Nacional de Industria) y la empresa pública M.A.S.A. (Minas de Almagrera, S.A.), creada únicamente para poner en marcha y explotar esos yacimientos, así como la importante inversión económica que fue necesario realizar, no alcanzaron su meta y en 1958 se levantó acta de defunción de esta última etapa en la historia de la minería en Sierra Almagrera, cuya acta de nacimiento había sido sellada por un decreto en noviembre de 1944.

Pero en esos pocos años que duró la actividad minera, un nuevo aire de esperanza y de vida volvió a insuflar los pulmones de este viejo distrito minero. Prueba de ello fue –parafraseando al periodista de ‘Yugo’ en su artículo del 27 de junio de 1953– aquel “bello poblado al pie de la severa y encrestada sierra que tuvo todas las trazas de una ciudad diminuta, con su tráfago incesante, con su bullicio de colmena, con el trazado de las vías que se alinean y cortan entre los edificios, con la blancura de estos y el conglomerado de las luces”. En ese año, la plantilla total de este distrito minero estaba constituida por 907 operarios, 47 de los cuales eran técnicos y administrativos, 37 eran subalternos, y el resto se distribuían entre 401 obreros del interior y 422 del exterior.

Muchas personas de los núcleos de población cercanos –ya próximos a los setenta años o por encima de ellos– aún recuerdan el poblado de El Arteal o ‘Corea’ por haberlo visitado para ser atendidas en su ‘hospitalillo’, ver películas en su moderno cine o algún encuentro de fútbol de su célebre equipo conocido como ‘MASA C.F.’, que estuvo federado durante tres temporadas, entre 1953 y 1956, antes de que lo estuviera el Cuevas C.F., que lo hizo en 1958.

Allí la vida bullía, y para que podamos imaginarla mejor quienes no hayamos sido testigos directos, concluyo con la relación de instalaciones que ofrece el citado artículo de ‘Yugo’ de 27 de junio de 1953.

“El poblado constaba de 200 viviendas de nueva planta para familias obreras, agrupadas en 10 bloques simétricos, 5 de 24 casas, y otros 5 de 16. La arquitectura es sencilla y su construcción grata, alegre y con numerosos huecos por los que penetra en el interior la luz a raudales. Cada vivienda consta de un amplio salón, que es a la vez sala de estar, cocina y comedor, con termo, pila y dos grifos, tres dormitorios y cuarto de aseo con ducha.

“Los solteros disponen de residencias espaciosas, una capaz para 200 camas, y otra, que es más antigua, para 150. Las residencias se abren en largas y anchas galerías, a cuyos laterales, con ventanas todos, se alinean los cuartos. Camas cómodas, ropero para la vestimenta y utensilios del trabajador. También tiene establecido la empresa un servicio de comedor, un economato, en que se expende a las familias de los mineros toda clase de géneros, tanto de boca como de vestir y calzar a precios más bajos que el de coste y, en fin, un horno-panadería para atender las necesidades de la población minera y sus deudos. Hay también un hospitalillo, con cirujano y enfermera, con sala de Rayos X, sala de curas, habitaciones para camas, laboratorio y todo tipo de material moderno y necesario para la práctica de la medicina. Se proyectan asimismo la construcción inmediata de nuevas escuelas que el incremento constante de la población infantil reclama; un hogar del trabajador, con salón de actos, cine, sala biblioteca, bar, etcétera, y una nueva iglesia”.

Como puede verse, no le faltaba nada que fuera necesario para hacer agradable y llevadera la vida de los mineros en su tiempo de ocio y la cotidiana de sus familias.