La maldita epidemia lo trastorna todo


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AMANDO DE MIGUEL

Sería propiamente una “revolución”, solo que ciertas palabras se encuentran ya gastadas. Habrá que encontrar otras más adaptables a los tiempos que vuelan. La idea es que las cosas del discurrir colectivo no van a ser como antes. A pesar de la pandemia que nos asola, o precisamente por ella, la organización de la sociedad que nos aguarda a la vuelta de la esquina va a ser otra muy diferente en todos los aspectos de la vida económica y social. Lo está siendo ya.

Claro que la pandemia dejará alguna vez de serlo, se agotará por razones de la simple evolución biológica. Si bien se mira, es ya una endemia, una enfermedad generalizada y latente, como otras muchas enfermedades infecciosas. Pero aparecerán nuevas epidemias o quizá la misma con un virus que haya mutado de forma significativa. La humanidad doliente dispondrá pronto de múltiples vacunas contra el virus chino, aunque es posible que, entre tanto, se reduzcan las defensas orgánicas. Los individuos de la próxima generación tendrán que contener el impulso gregario, el espíritu viajero, pues el dichoso virus se propaga conforme las personas se juntan en jocunda o productiva convivencia. Es una maldición.

Estamos entrando, sin pretenderlo, en una especie de nueva Edad Media a escala mundial en la que se reducen al máximo los contactos peronales. De momento, en el hemisferio septentrional nos encontramos atascados con tareas que imponen plazos perentorios. Por ejemplo, en España, cómo organizar el nuevo curso escolar, que no es más que una gigantesca concentración de muchos grupos, cómo reducir la insólita tasa de paro o cómo minorar la escandalosa pérdida de muchas empresas.

Una economía próspera consiste en conseguir un máximo número de encuentros físicos por razones de ocio o de negocio. Naturalmente, algunas de tales interacciones se pueden reproducir digitalmente a través de la comunicación telemática. Pero la sustitución no puede ser completa. Lo estamos viendo con el comienzo (ahora se dice el “arranque”) del nuevo curso escolar. Se exige que las clases sean “presenciales”, al menos para el grueso de la enseñanza. Algunas serán “semipresenciales”. Por lo visto, nos encontramos en el apogeo de lo “semi”. Pero resulta que la interacción física de una multitud de personas supone un riesgo para la extensión de la epidemia. La contradicción no es fácil de resolver. Como resulta imposible que la economía española deje, de golpe, de descansar sobre el turismo, la hostelería o los transportes. Son los tres grandes ramos de la economía de los servicios, en la que nos hemos instalado por imperativo histórico. Sería un retraso apocalíptico que tuviéramos que volver ahora a descansar sobre el predominio de una producción agraria. No veo que los españoles se encuentren preparados para un ritmo de vida austero, para una economía de mera subsistencia, para un coste elevado de los alimentos. Empieza a ser angustioso que casi todos los contactos amistosos o profesionales sean a través de las máquinas telemáticas, que son como nuestros apéndices orgánicos. ¿Cómo se las arreglarán las huestes de los estudiantes que tengan que salir a especializarse en otros países? Ya se ve que, junto al pasaporte y el visado, habrá que exhibir una especie de cartilla sanitaria. Parece una pesadilla totalitaria.

Todo el mundo espera con ansiedad la panacea de una vacuna contra el virus chino. Habrá varias, como serán muy heteróclitos los virus dentro de algunos meses. De momento, el Gobierno español ha comprado 30 millones de dosis de la vacuna de Jhonson & Jhonson, de la que el público no tenía noticia. ¿Cuánto se ha pagado por esa compra de “futuros”? ¿Y si no sale efectiva? ¿Seguro que no se ha abonado ninguna comisión al intermediario listo? ¿Ha habido un concurso para tal adquisición? ¿No hay en el mercado otras vacunas más solventes? Mejor sería invertir los esfuerzos en disponer de un remedio eficaz contra el virus chino, un poco como los antibióticos sirvieron en su día contra las infecciones bacterianas. Pero ese equivalente no se ve por ninguna parte. Nuestro Ministerio de la Ciencia se mueve por la estratosfera, el de Universidades no está ni se le espera, el de Educación bastante tiene con enseñar a los escolantes y profesores a convivir con el virus.

¿Qué hacer, pues, ante tales infortunios de nuestra vida colectiva? Lo que ha hecho siempre la humanidad ante incontables catástrofes: adaptarse como sea. Sobreviviremos como especie.