Sánchez reina pero no gobierna


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

El presidente Sánchez ha regresado de su estancia vacacional en los Reales Sitios algo afectado quizá por las esencias mefíticas de su anterior usufructuario.

Se despidió de nosotros diciendo que lo peor ya había pasado y ahora, más bronceado, nos viene a decir, más o menos, que cada palo aguante su vela y que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

Esa súbita transformación es digna de estudio tanto por constitucionalistas como por esos expertos parapsicólogos de corte y aldea que pululan en los foros públicos como polillas ante la luz.

Quizá en un futuro no muy lejano los presidentes de cualquier cosa deberían ser condenados a veranear en algún apartamento en Torrevieja o en Cullera, para evitar estas extrañas metamorfosis que pueden acabar convirtiendo las responsabilidades de un presidente del Gobierno en las de un presidente de república, con grave afectación del protagonista.

El caos producido por la Pandemia en dos sectores fundamentales, la Educación y la Sanidad, son el mejor argumento para sostener que nunca el sistema autonómico, que aúna progresismo y feudalismo, incomprensible e inextricablemente, debió acceder a estas competencias y que debieran inmediatamente ser recuperadas por el Estado, para que, al menos, seamos los españoles iguales, para bien o para mal, en estas sensibles materias.

Lejos de tal intención, la declaración presidencial abona la tesis de que está dispuesto, a petición de cualquier presidente autonómico, a proponer declaraciones de alarma fragmentarias, de acuerdo a situaciones mal explicadas y números dudosos, proporcionados por una realidad desconocida.

Es obvio que si barones y condes son los que han de decidir sobre nuestras libertades y sus restricciones, el caos ya existente, aumentará, como los contagios, exponencialmente.

Al rey no se le supone responsabilidad en decisiones que no toma, y al presidente hipotético de una república tampoco. Güelfos y Gibelinos autonómicos cabe pensar que adoptarán las decisiones sazonadas de entropía que es previsible que se improvisen. Más que nada porque ya ha sucedido.

El mejor sistema sanitario del mundo resulta que arroja las peores estadísticas del mundo. El sistema educativo es un caos completo en el que nadie sabe nada y del que el presidente del Gobierno, al que tal defecto señala de forma inconveniente su propio vicepresidente, acaba de abdicar diciendo, con verdad, que esos asuntos son autonómicos y que a él qué le cuentan.

Que metan a los niños como y donde puedan y les expliquen a los padres las razones por las que ese poder tan cercano al ciudadano no acaba de organizar un hecho tan previsible como la llegada de septiembre.

Pero ni siquiera el orden público, que sí debiera ser su responsabilidad, parece interesarle al presidente, cuando afirma, esta vez inventándose la competencia, que los estados de alarma los tramitará él a petición de los Revilla, Torra, Urkullu y etcéteras de turno.

Esto si es una importante dejación de funciones. Esa competencia no había sido transferida porque no puede serlo. Como no fue transferida la competencia que el funesto Zapatero, arrogándose las competencias de las Cortes, sentó “extra legem” cuando dijo públicamente que el parlamento español ratificaría el Estatuto que se confeccionase el Parlament catalán.

El presidente actual en estado de crisálida en la residencia de la Mareta o en Doñana, no pudiendo convertirse del todo un Rey, resurge cual mariposa federalista con las agradables funciones representativas de un presidente de república… o de un Rey. Y por si fuera poco no hay fútbol.