Ningún okupa es Robin Hood


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SAVONAROLA

Estaba cerca la Pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el Templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados.

Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado.

Y así habló y actuó nuestro Señor, amadísimos hermanos, porque, amén del cuerpo, nada hay más sagrado a los ojos de Dios y de los hombres que el fruto del sudor de su frente, que eso es lo que cuesta la ropa que os cubre y la vivienda que habitáis o no, mas pagáis con vuestro esfuerzo.

Todos somos obra del Padre y fundamento de su Iglesia, por tanto, Templo. Santuario sois vosotros y aquello que os pertenece y, aunque toda profanación es siempre del todo execrable, ninguna es tan abyecta como aquella que ultraja vuestro cuerpo y, por extensión, la morada que ampara sueños y suele ser la inversión más importante de vida y en la vida de la mayor parte de los mortales.

¿Cómo no entender, pues, la ira del Hijo más amado de Dios cuando vio la casa del Padre okupada por cambistas y mercaderes? ¿quién de vosotros no hubiera empuñado otro látigo y volcado las mesas de cambio con las que aquellos usurpadores negociaban a costa de lo que no era suyo?

Este anciano y cansado fraile no hubiera dudado ni una décima de segundo en acompañar a nuestro Señor Jesucristo en su sagrada ira, a pesar incluso de la edad y las magras fuerzas con que ya uno cuenta.

Y, ahora, os digo, ¿qué diferencia existe entre quienes mancillaban el Sagrado Templo de Jehová en Jerusalén con sus transacciones mundanas y los que ocupan a las bravas casas que no son suyas? Pues en esto, como en aquello, también hay negocio, y no precisamente de los más dignos y honrados.

Para empezar, hermanos, ¿acaso no es el sudor de vuestra frente tan salado como el de aquellos que han decidido morar por la cara en hogares que tanto esfuerzo, y a veces lágrimas, os cuesta levantar, construir o comprar? ¿qué diferencia hay entre robaros el pan e impediros disfrutar de otros frutos de vuestro sacrificio cotidiano como el caso de una vivienda? Que nadie os engañe. Ningún okupa es Robin Hood por mucho que algunos se empeñen en hacéroslo creer. Porque hay aún quienes divulgan la especie de que aquellos que usurpan propiedades de entidades financieras no hacen otra cosa sino establecer una especie de ‘justicia’ por su cuenta que consiste en devolver al pueblo, aunque más debieran decir que únicamente a ellos, parte de los arriendos con que la Nación soberana acudió en auxilio de cajas de ahorro que no han devuelto ni un céntimo de aquel socorro.

Yo les pregunto, de los más de 47 millones de españoles, ¿cuántos les han encomendado el cobro de tales deudas? ¿a quién beneficia esa acción? Solamente a ellos, porque no hay reparto de botín alguno entre pobres y oprimidos, y no hay ningún Juan Sin Tierra opresor al frente del Estado en que todos -ellos y nosotros- vivimos, pues aquellos que nos gobiernan lo hacen porque así lo hemos querido.

Y, ¿qué me decís de quien invade el hogar de una anciana que se encuentra con la cerradura de su casa cambiada cuando vuelve de pasar unos días con alguno de sus hijos? ¿existe en esa acción algún tipo de justicia impenetrable cuya comprensión escapa, al menos, a la razón de este humilde monje?

He de confesaros que también escapa a mi comprensión qué prodigio de equidad cabe que exista detrás de un maromo que asiente sus reales y contundentes posaderas en el más o menos modesto trono que alguien adquiere y paga religiosamente, mes a mes, privándose de otros adminículos, como pueden ser terminales telefónicos siempre a la última, patinetes eléctricos o en el chocolate del loro, que cada cuál es muy suyo de ahorrar en lo que le pete.

Porque tan legítimo me parece el uso como residencia habitual, segunda vivienda para solaz y descanso, inversión para redondear una pensión en tiempos de jubilaciones inciertas o como legítimo negocio, que de algo hay que vivir, aunque sólo sea para bien morir.

No quiero olvidar, hermanos, a las víctimas colaterales de esta guerra no demasiado silenciosa. Hablo de los vecinos que sufren la cohabitación forzada con esta nueva especie. Porque tampoco muestran ser un dechado de convivencia. Además del uso de una vivienda que no les pertenece, trocan en zahurdas los espacios comunes, roban también el agua, la electricidad, acumulan basuras y residuos de todo tipo en el entorno y, en no pocas ocasiones, dedican los espacios okupados a la producción y mercadeo de estupefacientes, con el indeseable tránsito que esa actividad genera.

Por eso, mis queridos discípulos, yo maldigo a aquellos que ultrajan el sudor de su prójimo y violan los templos de los hombres con el único argumento de su propia prosperidad a costa de la de del resto y a aquellos que lo permiten desde sus atalayas de legisladores con escolta. Maldigo a los que ofenden a toda la especie de sus semejantes con conductas que ni tan siquiera aprobaría el mismísimo Belcebú. De no ser así, ¿por qué no se van a ‘okupar’ el mismísimo infierno? Y, mientras tanto, vale.