Muletillas mendaces


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AMANDO DE MIGUEL

El lenguaje se hizo para comunicarse, claro está, pero también para disfrazar la comunicación todo lo posible en atención a otros varios intereses. Especialmente es así en lo que podríamos llamar “lenguaje público”, el que se dirige a una audiencia indeterminada. Los comunicadores se pertrechan de muchas muletillas o repeticiones que nada quieren decir. Sirven para ganar tiempo en el proceso de pensar y para dar la impresión de que el emisor es una persona corriente, familiar. Veamos algunos ejemplos.

Es corriente la expresión “por decirlo de alguna manera”. Lo que sigue suele ser dicho de la peor manera posible. En el mejor de los casos la frasecilla resulta inútil; solo sirve para ganar tiempo.

Algo parecido sucede con la cláusula “en un momento determinado”. Puede que comunique un cierto tono dramático al relato, pero se puede prescindir de ella.

Menudea mucho el sintagma “por supuesto”. No suele suponerse muy bien lo que sigue a continuación. Proporciona una falsa seguridad. Incluso se dice “por supuestísimo”, que es como conceder a un general el grado inexistente de “generalísimo”. Ahora se ha puesto de moda el abuso del adjetivo “propio”. No añade nada, excepto en casos muy particulares.

Otra manía es el abuso del “absolutamente”. Por lo general, indica que la cosa resulta bastante relativa. El emisor desea dar énfasis a su afirmación, pero no hay que engañarse.

Una función parecida la desempeña el “obviamente”. No suele ser tan obvio como parece. Puede que sea una imitación del inglés, típica de los que no conocen esa lengua.

Es también una influencia anglicana precisar que lo que sigue es “en este sentido”. No va a ser en otro. No quiere decir nada. De la misma progenie es “en cualquier caso”. Vale solo cuando se dan previamente varios casos en los que fijarse. Pero soltarlo sin más revela una pobreza léxica que conduce a la melancolía.

Cuidado que es sencillo referirse a la actualidad como “hoy”. Pues bien, ahora se ha introducido el sesgo de precisar “a día de hoy”. Quizá sea un galicismo. Hiere a los oídos, sobre todo si se prodiga en demasía.

El emisor quiere dar buena impresión a través de un tono dramático de sus enunciados. Por eso insiste en que cualquier fruslería es “muy importante”. No suele serlo, especialmente si no se aclara para quién importa más o menos. Cualquier frase con el “muy importante” entre medias queda devaluada porque se reitera.

La imitación del lenguaje jurídico, o mejor, leguleyo, de tanto prestigio en España, lleva a precisar la aparente categoría de “todos y cada uno”. No es necesaria la reduplicación, el pleonasmo.

Todo lo anterior responde a hábitos inveterados de las últimas décadas. Hay una última contribución de este año. Es la idea de la “condicionalidad” y no digamos de las “condicionalidades”. Son las que impone la Unión Europea a los préstamos que va a hacer a España. Bastaría con “condiciones”. Ya se sabe que el idioma español anda corto en abstractos, pero tampoco es necesario que nos los inventemos a capricho.