La España de los visigodos


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ADOLFO PÉREZ

Es una realidad histórica que los iberos fueron la esencia de la población española, no en balde de ellos procede el nombre de la península Ibérica, sin desdeñar la aportación de otros pueblos a la esencia ibera. Igualmente es otra realidad histórica que los seiscientos años de dominio romano en España, la romanización, son la cuna de nuestra civilización. De igual modo, otra realidad histórica es que la España visigoda contribuyó decisivamente a la formación de la nación española, con una monarquía que se ha mantenido a través de los siglos (trece), habiendo sido el visigodo don Pelayo el primer rey de esa monarquía, cuyo comienzo fue en el año 718.

Durante los cuatro primeros siglos de nuestra era la península Ibérica, provincia romana, siguió el mismo camino que el imperio romano: la creciente decadencia y la acometida de los pueblos germánicos, los llamados bárbaros, que acabaron con el Imperio, los cuales cayeron sobre Roma en el siglo V d. de J.C. Para los romanos eran bárbaros los pueblos que estaban fuera de sus fronteras. Eran rudos y feroces, no eran un ejército, sino pueblos en marcha en busca de buenas tierras que habitar. De tales bárbaros, en el año 409 entraron en Hispania los suevos, vándalos y alanos; más tarde llegaron los visigodos, rama de los godos perteneciente a los germanos orientales procedentes de Escandinavia. Los germanos aportaron a la historia española nuevos elementos sociales y políticos de mucha influencia en la civilización hispana de la Edad Media. Cuando llegaron, especialmente los visigodos, habían perdido su primitiva rudeza por su largo contacto con Roma. Dejaron el nomadismo para afincarse en tierras ricas y feraces. La base de la sociedad era la familia, que se asentaba bajo la potestad del padre. La monarquía era electiva.

Huyendo de los hunos, los visigodos se acogieron al Imperio romano que los amparó y les dio tierras. Por entonces fue cuando gran parte de ellos se convirtieron al arrianismo. (El arrianismo, doctrina herética de Arrio, difundida en el año 318, afirmaba que Jesucristo no era igual o consustancial al Padre. Admitía un solo Dios eterno y todopoderoso, considerando a Jesucristo de naturaleza superior a las demás criaturas, pero sin ser Dios ni tener sus atributos). La entrada visigoda en la península tuvo un carácter pacífico, no entraron lanzados a la conquista, ni en busca de botín. El rey visigodo Alarico (395 – 410) se dedicó a hostigar al Imperio con invasiones a Italia y al saqueo de Roma, lo que significó la derrota del emperador Honorio y la caída del Imperio de occidente. En el saqueo de Roma hizo prisionera a Gala Placidia, hermana del emperador. Cuando Alarico proyectaba marchar sobre África le sorprendió la muerte y le sucedió su cuñado Ataúlfo.

Ataúlfo (410 – 415), hábil político, se afanó en mantener buenas relaciones con Roma, sin belicismo, pero ante el fracaso de su política marchó a la Galia y se casó con Gala Placidia, esperando tener con ella el futuro emperador romano, plan que fracasó porque nació un niño que murió meses después. Como dependiente de Honorio penetró en Hispania, venció a los suevos, se apoderó de Barcia (Barcelona) y ocupó el nordeste de Hispania (Cataluña). Ataúlfo es considerado el primero de los 33 reyes visigodos de España (la famosa lista de los reyes godos que aprendíamos en el bachillerato). En el año 415 Ataúlfo fue asesinado por un miembro de su séquito y Gala Placidia devuelta a Honorio.

Después de un largo proceso de disgregación del Imperio romano, los visigodos se hicieron cargo del dominio de España por espacio de casi tres siglos, de mediados del V a comienzos del VIII, siendo este dominio el origen de la nación española, que perduró a lo largo de los siglos. (Sólo me detendré en los reyes más significativos.) El cuarto rey fue Teodoredo o Teodorico (418 – 451). Se liberó de la situación federal de Roma. Formó parte de la gran liga de pueblos para batir a Atila, que al frente de las hordas de hunos, intentó invadir Europa, pero fue vencido en los Campos Mauriacos o Cataláunicos.

Eurico (466 – 484), el séptimo de los 33 reyes godos, sucedió a su hermano Teodorico después de hacerle asesinar. De gran talento legislador, político y guerrero, puso las bases de la grandeza visigoda y a la caída del Imperio romano en el año 476 se consideró independiente de Roma y se lanzó al dominio de los bárbaros peninsulares. Se apoderó de toda Hispania menos de Galicia y parte de Portugal. También dominó el sur de Francia (Galia). Le siguieron reyes de escasa entidad hasta a Atanagildo (554 – 567), décimo cuarto rey, que fue un buen gobernante. Gran rey fue Leovigildo (568 – 586), número dieciséis, creador de la grandeza visigoda. Se afanó en unificar el país, ocupó buena parte de Vasconia y fundó Vitoria; asimismo, logró la sumisión de los suevos. En su reinado estallaron las luchas entre arrianos y católicos, cuyo final fue la guerra civil con su hijo Hermenegildo, que siendo gobernador de la Bética se convirtió al catolicismo por mediación de su esposa Ingunda y el obispo de Sevilla, san Leandro. Leovigildo, potenciado por su segunda esposa, Gosvinda, fanática arriana, sofocó la sedición, apresó a su hijo y lo envió Tarragona donde fue asesinado al negarse a tomar la comunión de manos de un obispo arriano.

Paso trascendental para la grandeza nacional visigoda lo dio Recaredo (586 – 601), hijo de Leovigildo, convertido al catolicismo en el III Concilio de Toledo, lo que supuso un gran impulso para la fusión de la población visigoda con la hispanorromana, que era más numerosa, culta y rica. Después del brillante reinado de Recaredo se sucedieron reyes de escasa entidad en un periodo agitado por las sacudidas arrianas. El vigésimo noveno rey visigodo fue Wamba (672 – 680), gran monarca. Era un genio militar, sofocó varias rebeliones y con la férrea disciplina que implantó en el ejército detuvo la desintegración de la monarquía visigoda. Pero un poderoso enemigo surgía en el norte de África, los árabes, que amenazaban al Estado hispano godo con la invasión, que Wamba consiguió parar pero no así Rodrigo (710 – 711), último rey godo de Hispania.

Los musulmanes, con el fin de cumplir el mandato de su fundador, el profeta Mahoma, se lanzaron a la guerra santa para extender el islam y se expandieron por el norte de África chocando con la civilización visigoda, de modo que árabes y berberiscos pronto intentaron entrar en la península, pero rechazados al principio la situación cambió con el rey Rodrigo, tiempo en que se hundía el dominio visigodo hispano. Un reinado revuelto, con luchas civiles entre el rey y los hijos del fallecido rey Witiza, ansiosos por recuperar el poder. Era el momento de una invasión exitosa, contando con el gobernador de Ceuta, el conde Julián, enemigo del rey Rodrigo, según la leyenda por haber forzado el monarca a una hija del conde, Florinda. A fin de vengarse, Julián negoció con el emir Muza la invasión que Tarif (año 710) realizó en Tarifa, de ahí su nombre. Al año siguiente el emir Muza envió a Tarik con un ejército mayor que exploró Algeciras y Gibraltar. A la invasión sarracena el rey Rodrigo, ayudado por los hijos y partidarios de Witiza, les hizo frente pero fue derrotado junto al río Guadalete (año 711). En el combate los partidarios de Witiza traicionaron al rey y se unieron a Tarik. Y una vez victoriosos, los africanos se lanzaron a invadir la península.

Dejamos a los bárbaros y la evolución política de los visigodos para fijar la atención en los aspectos de su civilización a lo largo de casi tres siglos. Cuando los visigodos entraron en Hispania llevaban el tiempo suficiente en contacto con Roma para que el choque entre ambas culturas no fuese muy violento. La población hispanorromana influyó poderosamente sobre los visigodos y de esta conjunción nació uno de los Estados más vigorosos de Europa en el tránsito de la Edad Antigua a la Edad Media. De ahí que la civilización visigoda no fuera una ruptura con el mundo romano, más bien fue una síntesis de ambas.

En primer lugar los visigodos tenían la necesidad apremiante de organizar el nuevo Estado. De acuerdo con su tradición se gobernaban por medio de una monarquía electiva. En la elección intervenía una asamblea popular y después los nobles y obispos. Lo normal es que la elección recayera en una gran familia. Aunque se intentó que la monarquía fuera hereditaria, resultó ser un fracaso. La elección de los reyes dio lugar a frecuentes regicidios. Aunque la monarquía era absoluta estaba auxiliada por una asamblea de ancianos y más tarde por la nobleza y alto clero, la llamada Aula Regia, parte de sus facultades fueron absorbidas por los Concilios de Toledo, de gran importancia en la vida social y política de los visigodos. Su estructura era mixta de nobles y prelados; prelados que solo acudían para tratar asuntos religiosos. El rey los convocaba y exponía los asuntos a debatir. Los concilios tuvieron la virtud de templar el poder regio.

La población se componía básicamente de tres elementos: godos, hispanorromanos y judíos. Dentro de los dos primeros, los que daban fundamento al Estado, en esencia eran dos: libres y esclavos. Los libres eran de distinto rango: nobles de sangre, grandes propietarios, altos funcionarios y clérigos, que constituían la nobleza visigoda. Los judíos a partir de la conversión de Recaredo quedaron excluidos de cargos públicos y se les prohibió el matrimonio con cristianos, incluso fueron perseguidos y se dictaron leyes en su contra. Respecto a las leyes del reino, en principio subsistieron dos legislaciones, la romana para los vencidos y el derecho consuetudinario (de costumbre) para los visigodos. Las razas se mantuvieron separadas y prohibido el matrimonio mixto entre ellas, lo que perduró hasta Leovigildo. Con Alarico se agruparon una serie de preceptos de leyes romanas en el ‘Código de Alarico’ o ‘Breviario de Aniano’. Asimismo, comenzó a agruparse el derecho consuetudinario visigodo, de tradición oral, en el Código de Eurico, el de mayor interés. La tendencia era alcanzar la fusión legislativa y la vida político social. La religión evolucionó del arrianismo al triunfo de la religión católica con el rey Recaredo, lo que supuso la pugna entre católicos y arrianos, que dificultó la fusión entre ambos.

Como los visigodos carecían de instituciones adecuadas para la administración de un gran Estado respetaron casi íntegramente la organización romana. El municipio permaneció igual al de los últimos tiempos de Roma, aunque al final del siglo VII se extinguió y se sustituyó por las llamadas judices con funciones políticas, judiciales, económicas y militares. El reino estaba dividido en grandes provincias presididas por un dux (duque). El ejército, formado por hombres libres, no era permanente, sino que el rey ordenaba la movilización cuando era preciso. Los altos mandos militares recibían los nombres de duques, condes y gardingas.

En los tiempos de Walia los visigodos se repartieron las tierras hispanas, quedándose ellos con la mayor parte y dejando el resto para los aborígenes, pero no todas las tierras se ocuparon. En realidad los invasores eran una minoría de no más de 250.000 personas que no se dispersaron, sino que se establecieron en el centro, en las dos Castillas. Los tributos seguían siendo los mismos. La agricultura se mantuvo floreciente y lo mismo la industria y el comercio, con gran profusión de mercaderes en los puertos, en particular los bizantinos. La moneda visigoda en principio era una copia de la romana, hasta Leovigildo que comenzó el tipo de moneda propiamente visigodo.

La España visigoda no sólo alcanzó una gran importancia política sino también cultural. Visigodos e hispanorromanos continuaron la cultura del Imperio, apareciendo una pléyade de sabios, santos y poetas que representan lo mejor de la cultura de la España visigoda. Siendo san Isidoro su figura más representativa, de renombre universal. Nacido en Sevilla hacia el año 570. Tuvo tres hermanos notables: Leandro, obispo de Sevilla; Fulgencio, obispo de Écija, y Florentina, poetisa famosa. San Isidoro ha sido uno de los españoles que más ha influido en la cultura universal, pues en sus obras resume el saber heredado del mundo romano. Entre sus muchas obras figuran a la cabeza los veinte libros ‘De los orígenes o de las etimologías’, alarde de erudición y sabiduría, con un estilo claro y limpio. Tanto la población visigoda como la hispanorromana hablaban el latín vulgar. De los visigodos nos han quedado nombres de persona como Alfonso, Ramiro, Elvira, Raimundo, y palabras que pasaron a nuestro idioma: ganso, espuela, tregua, ataviar, adobar, etc.

Respecto al arte, aunque no se han conservado huellas suficientes para reconstruirlo totalmente, se pueden apreciar las líneas generales de esta época. La arquitectura urbana sufrió pocos cambios. Lo corriente fue que los núcleos de población de origen romano permanecieran. La villa romana se enriqueció con nuevos elementos como la torre y la capilla. El arco de herradura es típico en las construcciones visigodas. La escultura estuvo subordinada a la decoración de los edificios, sus motivos suelen ser geométricos. Asimismo, la orfebrería tuvo un desarrollo espléndido, pues los visigodos, como buenos germánicos, eran muy aficionados al adorno personal. Parece ser que Tarik, cuando invadió Hispania, encontró en los palacios del rey Rodrigo ciento setenta coronas de oro y una habitación colmada de vasos de oro y plata.

A su entusiasmo nacional responde el canto a España de san Isidoro, cuyo comienzo dice así: ”De todas las tierras, cuantas hay desde Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos …” De este canto dice Menéndez Pidal que se anunciaba el advenimiento de una nueva nación, cuyo desarrollo fue cortado por la invasión musulmana, que desvió este camino y orientó los destinos de España hacia otro rumbo.