Abraham Lincoln, de leñador a presidente de los Estados Unidos (1)


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ADOLFO PÉREZ

En la muy corta historia de los Estados Unidos de América, figura muy relevante de la misma es la de Abraham Lincoln, décimo sexto presidente de la Nación, cuya memoria está presente en la admiración de sus compatriotas. No en balde preservó intacto el territorio de la Unión y abolió la esclavitud con su victoria en la guerra de Secesión (guerra civil) en 1865, guerra por la que fue asesinado. Cuesta creer que un joven leñador, criado en una humilde cabaña de troncos de madera medio desbastados, llegara a ser un mítico presidente de los Estados Unidos de América.

Poco se sabe de los antepasados de Abraham Lincoln, que como es lógico procedían de Europa en su deseo de prosperar en el Nuevo Mundo, pues las condiciones de vida europeas para la gente humilde eran harto precarias, máxime con las intransigencias religiosas. Se sabe que el primer Lincoln de la familia, Samuel, se embarcó para América procedente de la ciudad inglesa de Norwich, llegando a Massachusetts, uno de los trece estados de Nueva Inglaterra. Un hijo suyo, Abraham Lincoln, se instaló con sus tres hijos en Kentucky. Aquellas familias de colonos eran los pioneros de tierras que no habían sido pobladas por el hombre blanco, los cuales avanzaban hacia el oeste, el mítico Oeste, corriendo la frontera hasta llegar al océano Pacífico. Caravanas de carretas con familias y enseres avanzaban con penalidades por extensas praderas y pasos montañosos, muchas veces ante una naturaleza hostil, con frecuencia sojuzgados por las tribus indias, pero imbuidos del espíritu pionero de la nueva frontera, con el ánimo de encontrar un paraje para asentarse, construir su cabaña de troncos e instalarse con su familia para vivir en libertad, aunque con dureza y peligros. La mayoría de ellos religiosos protestantes, seguidores de la Biblia. Así fue como se forjaron los Estados Unidos de América en los siglos XVIII y XIX.

En un escenario natural como el descrito se desenvolvió la niñez y primera juventud de Abraham Lincoln, el que pasados los años se convertiría en el décimo sexto presidente de la Nación. Su abuelo Abraham, hijo del viejo Samuel venido de Inglaterra, se estableció con sus tres hijos en uno de los valles de Kentucky, donde trabajaba junto a su solitaria cabaña cortando leña y al cuidado de los animales. Pero un día murió por un indio que le disparó desde un matorral. El hijo mayor, Mordecai, mató de un disparo a otro indio que quiso arrancarle la cabellera al muerto y llevarse al hermano menor, Thomas, con seis años, que sería el padre del presidente Lincoln. El padre de ‘Abe’ Lincoln (así era conocido) no tuvo éxito en la vida; sin embargo, sus dos hermanos si prosperaron. Thomas era un hombre rudo, sin ninguna instrucción, parlanchín, iracundo y aficionado al whisky. Siempre de acá para allá en busca de mejor fortuna, y no es que fuera peor que los demás, era uno más. Aprendió a trabajar la madera, primero como leñador y después como carpintero, oficio que le enseñó a su hijo. Se casó con Nancy Hank y se fueron a vivir a una cabaña dentro del bosque para seguir con lo suyo: la tala de árboles y desbaste de los troncos.

Del matrimonio nació Abraham el 12 de febrero de 1809, cuatro años antes había nacido la hija, Sarah; ambos llegaron al mundo cerca de Hodgenville, en Kentucky, en la humilde cabaña familiar de troncos de árboles a medio desbastar. Según la réplica existente, se trataba de una mínima cabaña, con una pequeña puerta y una pequeña ventana, y con un hogar también de troncos. En 1814, cuando Abe tenía cinco años, la familia se trasladó a vivir en Knob Creek (Kentucky), junto a un riachuelo, con mejores tierras y clima más benigno. Pero dos años más tarde, en 1816, el padre decidió otra vez cambiar de aires para ir a vivir con su familia al recién creado estado de Indiana, un paraíso en estado salvaje donde existía el peligro de los osos; el viaje lo hicieron por un riachuelo en balsa de troncos hecha por el padre con la ayuda de su hijo que entonces contaba siete años. Allí se construyeron una vivienda más amplia y ventilada. Pero la vida continuó de forma parecida a la del domicilio anterior, los domingos se iba de visita a casa de un vecino o se recibía la visita de varios, y junto al fuego del hogar se fumaba, se mascaba tabaco y se contaban historias; tertulias en las que Abe no participaba. En 1818, cuando el pequeño Abe cumplió los nueve años falleció su madre víctima de la enfermedad de la leche, enfermedad caracterizada por temblores, vómitos y fuerte dolor intestinal, causada por la leche de las vacas que habían comido la planta venenosa llamada blanca de serpiente, propia del medio oeste americano, criada en el valle del río Ohio; la enfermedad se cobró miles de vidas de emigrantes. Sus familiares paternos le insinuaron que tenía unos parientes en el Sur debido a que su fallecida madre era hija ilegítima de un rico hacendado de Virginia, lo que al joven Lincoln le causó una honda impresión.

Un año después se casó su padre con una viuda llamada Sarah, con tres hijos. Lo que para Abe Lincoln fue un gran beneficio. Ella tuvo para el muchacho toda clase de atenciones y siempre se preocupó de él, instándole para que fuera a la escuela y leyera los libros que cayeran en sus manos. Abe siempre quiso y respetó a la madrastra que tan bien se portó con él. Los primeros años de la vida de Lincoln, aunque a él no le gustaba referirse a ellos, debieron ser bastante duros. En su adolescencia practicaba el oficio de leñador, escuchaba con atención lo que contaban los mayores. A sus diecisiete años era alto (1,93), delgado y algo desgarbado, tozudo; convertido en un representante típico del rudo Oeste de la época. Con dieciséis años era el mejor leñador del distrito, ganándose la vida con los brazos, como leñador o en el embarcadero del río Ohio cargando equipajes de los viajeros del transbordador que iban de una a otra orilla. Es preciso detenerse en cómo se forjó su formación cultural teniendo en cuenta que muy pocas veces asistió a la escuela, pues sumados los días que estuvo no llegó a dos meses. Su formación era la propia de un autodidacta, que por su propia voluntad aprendió a leer, escribir y contar. Este esfuerzo lo comenzó a los ocho años cuando aún vivía su madre, prosiguió ayudado por la madrastra. Pero las bases de su cultura autodidacta eran heterogéneas al no haber tenido una dirección experta para la selección de los textos, claro que la riqueza que extrajo de aquellas lecturas fue enorme.

Ya independizado de su padre, ganarse la vida con los brazos era algo que no le satisfacía, así lo acredita una famosa anécdota: cuando vivía en New Salem, un granjero que tuvo de patrono lo encontró un día encaramado en el almiar (pajar) leyendo un libro. “¿Qué estás leyendo, le preguntó el patrono?” “No estoy leyendo, estoy estudiando”, le contesto Abe Lincoln. La respuesta, según contó el granjero, le desconcertó; y es que no era para menos dado el ambiente en que vivían. Estaba claro que Lincoln quería moverse por otros derroteros. Y eso fue lo que hizo.

La primera ocasión para el rumbo que tomaría su vida se presentó cuando un hacendado lo contrató para llevar a Nueva Orleans mercancía agrícola a fin de intercambiar por algodón, tabaco y azúcar. Abe Lincoln aceptó y con un hijo del hacendado llevaron la mercancía en una barcaza por el río hasta la confluencia con el río Misisipi por el que navegaron hasta Nueva Orleans, donde Lincoln tuvo su primer contacto con los negros. Estando allí, una noche él y su compañero tuvieron que hacer frente a una banda de negros que intentaron robar en la barcaza, pero Abe se dio cuenta y junto con su compañero pusieron en huida a los negros después de un cruce de puñetazos que a Lincoln le costó una herida en un ojo. En ese viaje tuvo ocasión de ver gran cantidad de anuncios sobre la esclavitud, por ejemplo, uno que decía: “Pago en todo momento y al contado los mejores precios por toda clase de negros”. Asimismo, pudo ver el espectáculo insólito y bochornoso de la trata de negros. Subido en una tarima, el vendedor de esclavos llamaba la atención sobre su mercancía a los señorones de las plantaciones allí presentes, que muy satisfechos y de modales refinados tomaban whisky y se contaban los chismes del momento. De vez en cuando levantaban la vista para observar la ‘mercancía’ y tomar nota de los negros que pasaban y repasaban en círculo. Seguidamente comenzaba la subasta de aquella pobre gente. Un espectáculo abyecto. Así tuvo Abraham Lincoln la ocasión de conocer parte de lo que era la esclavitud negra del Sur, que le debió producir una honda sensación de malestar.

Según dice su biógrafo Isaac Montero por ese tiempo del viaje a Nueva Orleans ya tenía decidido ser abogado, pues no le satisfacía la idea de ser campesino o comerciante. A la vuelta del viaje su padre le indicó que se iban más hacia el oeste, a Illinois, tierra casi virgen, una nueva aventura en busca de la fortuna hasta entonces esquiva; un desencantado más de los pioneros que colonizaron América. Era el año 1829 cuando en dos carromatos cargados con enseres y subida en ellos la familia pusieron rumbo a Decatur, al estado de Illinois. Y vuelta a empezar: construir la nueva cabaña y aguantar la dureza del principio. Abe conducía uno de los carromatos, cerca ya de cumplir veinte años, la mayoría de edad y a punto de emanciparse de su padre.

El 20 de enero de 1828 Abe Lincoln pasó por el trance doloroso de la muerte de su hermana mayor, Sarah, 21 años, víctima del parto de un niño nacido muerto. En 1831, con veintidós años y ya emancipado, fue contratado de nuevo para viajar a Nueva Orleans a fin de intercambiar mercancías. Percibió mejor salario y se quedó un tiempo en la ciudad para conocer las formas de vida del Sur y la realidad de la esclavitud de los negros, la ‘Institución’ como la llamaban. Consiguió escudriñar todo lo que sucedía a su alrededor, tanto en la ciudad como en las plantaciones, incluso vio lo que pasaba en los barracones miserables de los esclavos. Se enteró bien de las condiciones infrahumana en la que vivián, de las interminables y fatigosas jornadas de trabajo, de los castigos corporales con el látigo. Un mundo cruel que los sureños defendían con argumentos falaces. Sobre lo que vio Lincoln dijo el primo que le acompañaba: “El corazón de Lincoln sangraba”, y contó que le dijo: “No quisiera ser esclavo, pero tampoco vendedor de esclavos.”

Después de su estancia en Nueva Orleans le ofrecieron ser agente de una factoría en New Salem, cuando llegó no estaba el contratante y trabajó en distintos oficios, tales como jefe de la oficina de correos, agrimensor, tendero, incluso capitán de una milicia de lucha contra los indios que reivindicaban sus tierras. Todos eran fracasos, pero al tener poco o ningún dinero hubo de practicar su antiguo oficio de leñador para vivir y pagar las deudas de la tienda, sin dejar en ningún momento sus estudios de abogado. Fue en New Salem donde se inició en política afiliándose al partido liberal, llamado Wihgs. Lincoln admiraba y tomaba como modelo a Thomas Jefferson, padre de la Constitución americana, prototipo de la defensa de las libertades individuales, el cual señaló la contradicción que entrañaba la esclavitud con la libertad del pueblo americano. Lo que encajaba con el conservadurismo de Lincoln tendente a proteger lo conquistado: independencia, unión y libertad. Al segundo intento en 1834 consiguió ser elegido para el parlamento del estado de Illinois donde en 1837 firmó una protesta contra la esclavitud.

Y en New Salem fue donde se enamoró por primera vez, perdidamente de una joven que estaba comprometida, pero pasados tres años dicho compromiso no fraguó y entonces Abe la cortejó y obtuvo el sí de la chica, de modo que pasó tres meses feliz hasta que en el verano de 1835, debido a la epidemia de paludismo, Anna, así se llamaba, enfermó y falleció. En 1836 se fue a vivir a Springfield, la ciudad que en pocos meses sería capital del estado todavía en formación donde se dedicó a la abogacía para la que no necesitó exámenes, bastaba con establecerse y tener clientes, aunque le faltaba formación jurídica. Como abogado alcanzó popularidad y su estilo se impuso. Y es que en la abogacía encontró Abe su lugar para la acción. Y ya animado tras la muerte de su prometida Anna, en 1842, con 33 años, contrajo matrimonio con Mary Todd, una joven de 21 años, de carácter enérgico y ambiciosa, culta y brillante, que hablaba francés, perteneciente a una de las familias más ricas de Springfield. El matrimonio tuvo cuatro hijos.