La historiadora Elvira Roca Barea señala la falta de gratitud de las generaciones jóvenes con sus mayores que, antes de traer la democracia, reconstruyeron un país arrasado después de la guerra y acabaron con el hambre en dos décadas
ALMERÍA HOY / 04·07·2020
La autora
de títulos como ‘Fracasología’ o ‘Imperofobia’ señala la falta de gratitud de las
generaciones jóvenes con sus mayores que, antes de traer la democracia,
reconstruyeron un país arrasado después de la guerra y acabaron con el hambre
en dos décadas. Apunta, además, al endeudamiento del Estado y su “aparataje”
como lastres que es preciso resolver, al tiempo que advierte sobre la
importancia de la responsabilidad ciudadana para encontrar soluciones, llegar a
“grandes acuerdos” y evitar la degeneración de un sistema cuyo “descrédito”
alimenta opciones totalitarias.
- ¿Cómo lleva estos días raros que nos toca
vivir?
-Aguantando
el tirón con paciencia. No diré con optimismo, pero sí intentando no caer en el
pesimismo.
- ¿El pesimismo acecha porque esta España no
tiene arreglo, tal vez?
- La
especie humana no tiene arreglo. A lo largo de la Historia han aparecido
constantemente pandemias. Es un punto de vista muy tontorrón e infantil pensar
que la estabilidad dura eternamente porque ni siquiera lo consigue el ser
humano en su propia vida. Además, todo lo vivo cambia, tanto el hombre como las
ciudades o las sociedades. Los animales que hoy conocemos no tienen nada que
ver con sus predecesores prehistóricos.
- ¿Le gusta ejercer la crítica política o prefiere
quedarse al margen?
- Todo el
que asume su responsabilidad ciudadana debe hacer crítica política. Dejar de
ejercerla suele acarrear problemas como los que hoy padecemos. No se debe abdicar
de la condición de ciudadano, aunque, por desgracia, se suele hacer con
demasiada frecuencia.
- ¿Cree usted que en la gestión de esta
crisis sanitaria el Gobierno ha ido más allá de lo regulado en el Estado de
Alarma en cuanto a la restricción de los derechos civiles?
- No se
puede decir que la Constitución se esté manejando con pulcritud. También existe
una falta de experiencia en situaciones similares y ni los políticos conocen
dónde están los límites. A esto hay que añadir el notable deterioro que han
sufrido las instituciones democráticas durante los últimos años, y no debe
servir de consuelo que se trate de algo común en casi toda la Europa Occidental,
porque la pérdida de prestigio del sistema democrático facilita la aparición de
opciones populistas y totalitarias que aprovechan las oportunidades que ese
descrédito les genera. Las democracias no se están defendiendo bien; están
fracasando de manera alarmante en combatir la corrupción y su imagen se
deteriora. No hay apoyo mutuo, o no el suficiente, entre los países de nuestro
entorno para superar sus problemas. Van todos a su bola en una especie de
‘sálvese quien pueda’ fatal.
- Está claro que usted no ha abdicado de su
responsabilidad ciudadana.
- Los
griegos utilizaban el término ‘idiota’ para designar a quien por tener muy
pocas luces sólo se ocupaba de sus asuntos y no participaba de los comunes.
- Volviendo a la crisis sanitaria, da la
impresión de que ha contribuido a poner en evidencia nuestras vergüenzas en
todos los sentidos. Las consecuencias económicas serán más graves porque el
Gobierno, al mirar en la hucha, ha comprobado que está vacía a pesar de las
advertencias que desde hace tiempo nos llegaban desde Bruselas.
- Efectivamente.
Desde que empezó a crecer el endeudamiento, ningún Gobierno, ni del PSOE ni del
PP, se ha propuesto reducir la deuda y combatirla como una prioridad nacional. Este
asunto ha ocupado ni cinco minutos en las numerosas campañas electorales que se
han sucedido de manera compulsiva en los últimos años. Es algo que parece no
importar a los políticos ni a los ciudadanos.
- Y no tiene visos de cambiar esa actitud por
parte de unos ni de los otros.
- Pues precisamente
ahora, en un momento de crisis como el que vivimos, nos daremos cuenta una vez
más de que, cuando una nación se endeuda, son sus habitantes los que se
endeudan, y somos los ciudadanos quienes sufrimos las consecuencias de las
deudas del Estado y quienes acabamos pagándolas a escote a base de impuestos.
Los efectos económicos de esta pandemia podían haber sido mucho más suaves de
lo que están siendo y aún serán. Y que no le quepa a nadie la menor duda de que
los trabajadores cargarán con este mochuelo, porque la mayor parte de lo que
recauda Hacienda lo hace en concepto de rentas del trabajo. Es decir, los
currantes acabaremos pagando la fiesta. Por eso es una irresponsabilidad
gravísima por nuestra parte no obligar a los gobiernos a resolver el
endeudamiento del Estado de una manera eficaz.
- Es posible que todos nos hayamos
acostumbrado a convivir con esa deuda.
- Sin
embargo, España no ha sido un país endeudado a lo largo de su Historia y,
cuando lo ha estado, ha resuelto con éxito la situación. Pero si la intención
de nuestros partidos es convertirnos en un estado gestor de deuda y recaudador
opresivo de impuestos para amortizarla, como es el caso de Argentina, deberían
hacer un ejercicio de responsabilidad y preguntar a los ciudadanos si es ése el
futuro político que queremos. Estamos viviendo en una burbuja de irrealidad,
pero volveremos a la amarga realidad tarde o temprano. La crisis actual se va a
llevar un tercio de la economía de España y es preciso que el Gobierno nos diga
qué camino va a emprender para resolver la situación en un espacio de 15 ó 20
años, porque no se puede dejar a un país al pairo.
- Mientras tanto, uno sale a la calle y
observa que una mitad de los españoles está deseando echar a los que nos
gobiernan y la otra está encantada con sus decisiones.
- A mí me
desanima no tener a dónde mirar. Ésta es una situación sobrevenida que nadie
podía imaginar, igual que la generada por los atentados de aquel fatídico 11 de
marzo en los trenes de Madrid. Y, del mismo modo que el Gobierno de entonces no
tuvo la serenidad y el temple necesario para llamar a la oposición con el fin
de unir fuerzas ante una situación de emergencia nacional, tampoco lo ha tenido
el actual inquilino de la Moncloa. Todos buscan ganancias en favor de sus
intereses en el corto plazo que impiden el gran acuerdo que la mayor parte de
los españoles habrían deseado, pero mucho me temo que no lo vamos a encontrar.
- No obstante, habría que dar forma a ese
pacto que usted apunta, y ahí empezarían muy posiblemente las diferencias,
porque cada español apoyaría únicamente el acuerdo más acorde con su opinión.
- Lo que
está bien claro es que, si no lo intentan, nunca se pondrán de acuerdo. Se
puede dialogar y fracasar, pero me parece más grave que ni tan siquiera prueben
hacerlo, sobre todo en unas circunstancias como las actuales, con una Seguridad
Social prácticamente en quiebra y con la certeza de que en pocos meses no habrá
dinero para pagar pensiones. Ahora bien, ¿a quién van a subir los impuestos?
Pues a los de siempre. Afortunadamente, España tiene un tejido de clase media,
compuesto por profesionales, comerciantes y autónomos muy sólido, que
reaccionará. Por eso saldrá adelante, pero resulta lastimoso que vuelvan a ser los
mismos, es decir nosotros, los que tengan que echarse el país al hombro una y
otra vez. Ya va siendo hora de adelgazar el Estado y reducir su aparataje.
Habrá que elegir entre autonomías o pagar pensiones para que nos salgan las
cuentas.
- Sin embargo, nadie se atreve a plantear la
realidad en esos términos. Si acaso, Ciudadanos en sus orígenes.
-
Ciudadanos es otro partido que se ha perdido en la niebla. Surgieron con un
proyecto de regeneración concreto, no como una palabra vacía de contenido. Recuerdo
que iban a cambiar la Ley electoral, pero todo eso se les olvidó por el camino,
y cambiaron sus postulados originales, basados en hacer política desde el
conocimiento y lo eficaz por encima de las ideologías. Lamentablemente, el
nivel de autismo en que viven los políticos es terrible y se ven abducidos
cuando entran en ese territorio.
- ¿Es el miedo a ser etiquetado lo que hace
al político anteponer la ideología a la eficacia?
- Esto de
las ideologías es como las religiones, pero la ideología no resuelve la
papeleta del día a día. Y otro de los grandes problemas es no poner nombre a los
dificultades. Además de lo imprevisible de la pandemia, aquí nos hemos
encontrado con un Ministerio de Sanidad sin competencias reales, porque nadie
las quería, y se ha enfrentado a algo imposible, como ha sido intentar
coordinar 17 sistemas de salud distintos e incomunicados entre sí, una tarea
imposible que ha supuesto un obstáculo más en la lucha contra el virus. Sin
embargo, nadie le pone el cascabel al gato. Para resolver cualquier problema,
lo primero que hay que hacer es identificarlo, pero aquí nos negamos a hacerlo.
- Como historiadora, y dejando aparte la II
República y la Guerra Civil, ¿ha habido antes una polarización y enfrentamiento
social como el que parece percibirse ahora en España?
- Sí que
ha habido enconamiento a lo largo de toda la Historia de nuestro país y de
todos. Cada cinco minutos. Pero aquí y en todas partes. Parafraseando a Ortega,
el acuerdo social es un sacramento de difícil administración. En todos los
países hay diferencia de opiniones y desequilibrios generados por sus propias
dinámicas internas. Fíjese en la evolución de la Liga Norte en Italia, el
Brexit en Reino Unido o en las protestas de los Chalecos amarillos en Francia.
Las divisiones sociales han sido una constante en la Historia del mundo, pero
nosotros tenemos cierta propensión dramática y un tanto carpetovetónica a
pensar que lo que ocurre en España no pasa en ningún lado.
- Observamos un creciente número de personas
que son partidarios de reinventar la sociedad con puntos de vista diferentes
sobre costumbres, valores, conceptos históricos, etc. Estas personas se
distancian de todo asunto pasado porque fue malo y abrazan todo lo nuevo porque
es bueno. Es como si fuese un deber cuestionarse lo que fuimos y somos como
nación.
- Es
verdad que existe cierta tendencia al ‘adanismo’, es decir, a actuar partiendo
de cero, prescindiendo de lo ya existente o de lo hecho antes por otros. Todas
estas tendencias hacia el ‘igualitarismo’ feroz degeneran inmediatamente, como
ya sostenía Aristóteles, en demagogia, y acaba en empobrecimiento y
totalitarismo. Pero no pensemos que lo que hoy es tendencia se vaya a imponer
para siempre, porque nada es eterno. No lo fue el muro de Berlín ni tampoco la
dictadura de Franco.
- ¿Y qué podemos hacer?
- Hay que
pactar con la realidad, pero no dejarse arrastrar. Ahora han enraizado unas tendencias
totalitarias muy fuertes en Occidente, que son el resultado del desprestigio de
la democracia y del racionalismo sobre el que se asienta. Estas ideas se robustecen
en la sensación de orfandad y en la tendencia del ser humano a buscar problemas
cuando no los tiene. Son ciclos de la vida. Yo pertenezco a una generación que
nació con la nevera llena y un horizonte de prosperidad ilimitado. Hemos estado
a punto de ser la primera en toda la Historia de España y de Europa que no
habría sufrido ningún conflicto, sin embargo, han hecho falta dos resfriados
para que todo se derrumbe.
- Hemos escuchado que nuestros padres
trajeron prosperidad y democracia y que nuestros hijos son la generación mejor
preparada; me pregunto cuál ha sido el papel de los que quedamos en medio.
- En
primer lugar, yo he dedicado la mayor parte de mi vida a la enseñanza y puedo
asegurar que nuestros hijos no están más preparados que nosotros, y mucho me
temo que nos vamos a tener que hacer cargo de resolver una grave situación a
una edad en que no apetece precisamente un esfuerzo de tal envergadura. Hemos
sido muy blandengues, vivido del esfuerzo de otros y tan estúpidos de ni
siquiera dar las gracias por los servicios que nos han prestado. Al contrario,
durante esta pandemia, hemos cometido la canallada de restar importancia a un
virus porque sólo mata más a los viejos. No hemos agradecido el gigantesco
esfuerzo que hizo la generación que nos precedió, que se encontró un país con
las carreteras destruidas y los campos arrasados por una guerra, pero acabó con
el hambre en 20 años.
“No
existe la forma perfecta de organizar la sociedad”
“Aristóteles
explicó las ventajas e inconvenientes de la democracia, cuyo mayor peligro era
la demagogia; también de la aristocracia, cuyo sentido esencialmente
patrimonial evita la degeneración al mantener la tensión para preservarlo; y de
la monarquía, que puede desembocar en tiranía. Su conclusión fue que no existe
la forma perfecta de organizar la sociedad en un territorio”.