75 aniversario del fin de la II Guerra Mundial


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ADOLFO PÉREZ

Era el 7 de mayo de 1945, ahora se han cumplido 75 años, cuando en la ciudad de Reims (Francia) el general alemán, Alfred Jodl, en presencia de los representantes de los Aliados, estampaba su firma en el acta que acreditaba la rendición incondicional de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Al día siguiente, 8 de mayo, se produjo la misma escena en Berlín ante los rusos, esta vez el firmante alemán fue el mariscal Wilhelm Keitel. Era el tan deseado fin de aquella guerra, aunque todavía continuó hasta el 15 de agosto en que se rindió el Japón a raíz de las dos bombas atómicas que lanzaron los Estados Unidos en sendas ciudades japonesas. El 2 de septiembre, a bordo del acorazado USA Missouri, firmó el acta de rendición el ministro de Asuntos Exteriores japonés, Mamoru Shigemitsu. Habían transcurrido seis años desde que Adolf Hitler iniciara el comienzo de la guerra con la invasión de Polonia el 1º de septiembre de 1939.

Es indescriptible el horror que se produjo en Europa en los seis años de guerra, donde un cálculo aproximado cifra el número de muertos en sesenta millones de personas, más los estragos que ocasionaron las enfermedades, el hambre, la miseria, las masas de refugiados y ciudades enteras destruidas; o sea, muchísimo sufrimiento, y todo por un personaje siniestro, Adolf Hitler, que encarnaba la maldad en estado puro; nacido en Braunau am Inn, ciudad austriaca, el 20 de abril de 1889. Participó como sargento en la Primera Guerra Mundial y en 1921 fundó en Múnich el Partido Nacionalsocialista, el nazismo, cuya ideología afirmaba la vocación de los pueblos germánicos de dominar el mundo en virtud de la supremacía de la raza aria, que preconizaba un estado totalitario con exclusión de los no arios. Ideas semejantes produjeron el genocidio de millones de judíos en los campos de exterminio nazis.

Puede considerarse que tres fueron las principales causas que dieron lugar la Segunda Guerra Mundial. Seguramente la principal fue el cierre en falso de la primera con los errores manifiestos del Tratado de Versalles de 1919, que establecía la derrota de los alemanes frente a los aliados en la Primera Guerra Mundial. Otra causa fue la aguda crisis económica de 1929. Y luego estaba la nada desdeñable rivalidad ideológica existente, que mucho contribuyó a la escalada bélica dada la incompatible convivencia entre las democracias occidentales con los regímenes totalitarios: nazismo alemán, fascismo italiano y el comunismo soviético.

La primera de las causas como se ha visto corresponde al resultado de la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, tragedia que asoló a Europa durante cuatro años (1914 – 1918), que tan cruel fue y tanta sangre se derramó en las trincheras. El punto de partida de la Gran Guerra, su causa inmediata, fue el asesinato en Sarajevo del archiduque heredero del imperio austro – húngaro, Francisco Fernando, a manos de un fanático nacionalista bosnio, de origen serbio, que no pudo pensar que con su acto criminal iba a provocar una de las mayores carnicerías de la historia. El fatal suceso tuvo lugar en la capital de Bosnia el 28 de junio de 1914. Atentado que Austria aprovechó para “arreglarle las cuentas” a Serbia, a la que el 23 de julio le lanzó un ultimátum que los serbios no aceptaron al completo, razón por la que el 28 de julio Austria le declaró la guerra, cuyo resultado fue el comienzo de la Primera Guerra Mundial en los primeros días de agosto. De un lado, un bando lo formaron los imperios alemán y austro - húngaro con unos ejércitos de 147 divisiones de infantería y 22 de caballería; y de otro lado, la Triple Entente formada por Francia, Rusia y Gran Bretaña con 170 divisiones de infantería y 30 de caballería. (Una división oscilaba alrededor de diez mil soldados.) A uno y otro bando se aliaron otras naciones menores, y en 1917 se sumaron los Estados Unidos a favor de la Triple Entente. La guerra se extendió por Europa y las colonias de los combatientes, siendo una de las más sangrientas de la historia.

Cuatro años después, el 11 de noviembre de 1918 finalizó la guerra con la desaparición del imperio austro – húngaro convertido en repúblicas, de manera que el imperio de los Habsburgo quedó reducido al recuerdo. En la madrugada del mismo día los delegados alemanes, subidos en un vagón de ferrocarril situado en el bosque de Compiègne, en la comuna de Rethondes, al norte de Francia, firmaron el armisticio que consagró la capitulación de Alemania, convertida en república por la abdicación del emperador (káiser) Guillermo II debido a una revolución en Berlín. El balance aproximado de la guerra fue de 24 millones de fallecidos, 10 millones de militares y 24 de civiles. Así terminó una lucha que enfrentó a tantos millones de hombres y complicado a los cinco continentes, con el hundimiento añadido de los imperios centrales europeos.

Una vez finalizada la guerra, y con el fin de alcanzar una paz estable y duradera, se convocó la Conferencia de Paz de París (1919), que reunió a los delegados de veintisiete Estados, muchos de ellos no habían participado en la contienda, solo como espectadores. El 28 de junio de 1919 se firmó el Tratado de Versalles que reguló el futuro de Alemania, a la que obligaban a adjudicar parte de su territorio a naciones fronterizas; se la desposeyó de sus colonias y muy reducido el tamaño de su ejército. Asimismo, hubo de reconocer la independencia de Austria. El tratado fue ratificado por la Liga de Naciones (o Sociedad de Naciones) el 10 de enero de 1920, aunque al final resultó un fiasco. En los alemanes produjo un gran estupor y mucha humillación, lo que años después, en 1933, dio lugar a que cayera la República de Weimar y la subida al poder del nazismo y Adolf Hitler como führer (líder), con el nombramiento de canciller del Tercer Reich alemán.

Los años de 1924 a 1929 fueron de esperanza en los que el mundo empezaba a reconstruirse; la estabilidad monetaria permitió que se restauraran las economías de la mayor parte de las naciones. Pero en 1929 estalló la crisis económica que produjo una gran recesión. Los años entre 1929 y 1936 fueron de una gran perturbación económica que engendró un considerable paro obrero en las naciones. En la década de 1929 a 1939 el descontento produjo mucho malestar social con frecuentes huelgas y agitación social. Mientras el mundo se resentía en sus cimientos Alemania se reconstruía y armaba por el empuje del Estado totalitario nazi bajo la dirección de Adolf Hitler, convertido en el hombre del destino alemán, aspirante a la reconquista de los ‘hermanos de raza’ y al engrandecimiento del ‘espacio vital’: Alemania.

El trato dado a Alemania fue nefasto para una paz duradera, pues la paz de Versalles dejó una estela de rencores. Cláusulas humillantes y cambio de fronteras en Europa inasumibles para los nacionales en los que el rencor y la impotencia eran el caldo de cultivo para la venganza, cuyo estallido se produjo en 1939. En ese espeso clima transcurrieron en Europa los veintiún años del periodo entre guerras (1918 – 1939), lo que condujo a Alemania, en su ansia de desquite, a entregarse al poder autocrático del führer Adolf Hitler. Pues estaba claro que desde la firma del Tratado de Versalles todos eran conscientes de que Alemania no había aceptado su derrota y preparaba su revancha. A decir de los historiadores, si la Primera Guerra Mundial provocó el hundimiento de un mundo que se creía construido sobre cimientos sólidos, la segunda guerra fue el fruto de los desórdenes y desequilibrios que produjo la primera. Ante aquel otoño de 1939 con el ataque de los alemanes a Polonia, los vencidos de 1918 se habían convertido en vencedores.

Y es que Hitler al acceder a la Cancillería vulneró una y otra vez el Tratado de Versalles de 1919 sin que las potencias europeas opusieran mayor resistencia. Así sucedió cuando en 1935 restableció el servicio militar obligatorio; en 1936 ocupó la región renana y en 1938 las tropas alemanas entraron en Austria donde Hitler fue aclamado. Allí proclamó la unión de Austria al III Reich formando la Gran Alemania, que fue trágica para Checoslovaquia que quedaba, casi toda ella, rodeada por territorio alemán. Checoslovaquia era un Estado nacido en 1918 por el Tratado de Versalles al disolverse el imperio austro – húngaro, dentro de sus fronteras albergaba la región montañosa de los Sudetes, de 30.000 km2. y unos tres millones de habitantes, la mayoría alemanes, razón por la que esta región era apetecida por Hitler, que el 27 de septiembre de 1938 lanzó un ultimátum a Checoslovaquia para que le entregara la región, lo que supuso que Francia pusiera un millón de hombres sobre las armas y se movilizara la flota inglesa, pero Mussolini, a ruegos del primer ministro inglés, Chamberlain, llamó por teléfono a Hitler y consiguió aplazar la movilización general alemana. El papa Pio XI lanzó por radio un mensaje patético en pro de la paz.

En Múnich, la noche del 29 al 30 de septiembre de 1938, reunidos Hitler, Mussolini y los jefes de Gobierno inglés (Chamberlain) y francés (Daladier) permitieron a Hitler la anexión de los Sudetes, que el Gobierno checoslovaco hubo de aceptar al quedar a merced del Tercer Reich. En París aclamaron a Daladier y lo mismo en Londres a Chamberlain, el cual anunció que era ‘portador de la paz con honor’. Pero los acuerdos de Múnich fueron interpretados en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos como una humillación. Entonces Churchill espetó a Chamberlain en el Parlamento con su famosa frase: “Entre la guerra y el deshonor habéis elegido el deshonor, y tendréis la guerra”. Así fue, un acuerdo que ha pasado a la historia de la traición, la cobardía y la ceguera política. En los días siguientes al pacto de Múnich, los diez primeros de octubre, los alemanes ocuparon los Sudetes, expulsando de la región a la mayoría de la población checa. Pocos meses después, en marzo de 1939, Alemania ocupó el resto de Checoslovaquia sin que nadie le ayudara a pesar de los acuerdos y promesas existentes con otros gobiernos. En seguida se consumaron las demandas de otras naciones, que hicieron irrespirable la atmósfera europea. Así es que el mundo, de forma inexorable, se encaminaba al abismo de la Segunda Guerra Mundial guiado por Adolf Hitler.

Si bien en la Conferencia de París y el Tratado de Versalles (1919) se pretendió implantar una paz estable y duradera sin tener en cuenta las humillaciones causadas a Alemania, las cuales generaron su deseo de desquite, acrecentado con la presencia de un führer de la catadura moral de Adolf Hitler. Y así sucedió. Hitler tenía en su punto de mira a Polonia, de modo que el verano de 1939 transcurrió en negociaciones de París, Londres, Varsovia y Moscú para armar una alianza e impedir la invasión de Polonia, pero el 23 de agosto saltó la sorpresa cuando se hizo público el pacto de no agresión entre alemanes y soviéticos, con un acuerdo secreto de repartirse Polonia. Hubo vivos intentos, incluido el papa, de evitar la guerra. Todo en vano. El 1º de septiembre de 1939, con el pretexto de Hitler de obtener un pasillo para la ciudad de Danzig, se inició la invasión de Polonia sin declaración de guerra, que atacada también por la URSS, fue aplastada en un mes. Dos días después Gran Bretaña y Francia, aliadas de Polonia, declararon la guerra a Alemania, aliada de la Italia de Mussolini. Y así comenzó la Segunda Guerra Mundial, la más trágica de la historia.

En los diez meses siguientes, hasta junio de 1940, la formidable maquinaria de guerra alemana invadió Bélgica, Luxemburgo, Holanda, Dinamarca, Noruega y Francia, que cayó en cuarenta días; y para abril de 1941 también cayeron Yugoslavia, Grecia y Serbia. Asimismo, la guerra se extendió por el norte de África y Asia. Con la caída de Francia Gran Bretaña se quedó casi sola frente a Hitler, señor de Europa, hasta que en diciembre de 1941 los Estados Unidos entraron en la contienda debido al ataque japonés en Pearl Harbor. Japón formaba parte del Pacto Tripartito, el Eje Berlín, Roma, Tokio, firmado con Alemania e Italia el 27 de septiembre de 1940. Ante su éxito, Hitler se ensoberbeció y el 22 de junio de 1941 atacó por sorpresa a la Unión Soviética en la llamada Operación Barbarroja y se apoderó de numerosos enclaves rusos, pero fue un grave error suyo pues la Unión Soviética se rehízo y junto con la ayuda del crudo invierno (el llamado general invierno) deshizo al ejército alemán que hubo de rendirse. Famosa fue la batalla de Stalingrado entre el 22 de agosto de 1942 y el 2 de febrero siguiente, con un balance de unos dos millones de pérdidas humanas entre militares y civiles. Vencieron los soviéticos, siendo éste el principio del fin de la guerra. En la Operación Barbarroja fue cuando intervino la División Azul española.

Sin duda fue decisivo para el final de la guerra el desembarco de Normandía en la costa francesa el 6 de junio de 1944, llevado a cabo por las tropas de los aliados estadounidenses, británicos y otros en la llamada Operación Neptuno. De modo que Hitler y sus ejércitos quedaron encerrados: por el este la ofensiva soviética del Ejército Rojo que llegó hasta el mismo Berlín, y por el oeste la acometida aliada. Tan desesperada situación, rodeado a pocos metros por las tropas soviéticas, el 30 de abril de 1945 Hitler, junto a su esposa Eva Braun que se envenenó, se pegó un tiro en el búnker de la cancillería, siendo incinerados ambos cadáveres con gasolina cerca de la puerta de entrada del búnker. Al führer le sucedió el almirante Karl Dönitz, encargado de la capitulación del III Reich. Dos días antes, el 28 de abril, fueron capturados y fusilados Mussolini y su amante Clara Petacci por la resistencia italiana. El cuerpo de Mussolini fue sometido a todo tipo de ultrajes y ambos cadáveres fueron colgados por los tobillos. A partir del 17 de julio de 1945 se reunieron en la ciudad alemana de Potsdam Churchill (Gran Bretaña), Truman (Estados Unidos) y Stalin (URSS) para acordar la administración de Alemania. La guerra se acabó totalmente cuando el 15 de agosto siguiente se rindió el Japón a causa de las bombas atómicas lanzadas por los Estados Unidos en las ciudades de Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto). Sobre los actos de ambas rendiciones se da cuenta en el primer párrafo de este artículo. El mundo nunca había visto un derrumbamiento parecido al de Alemania, destacaba el periódico ABC entonces.